Poesía

El lecho de una extraña

Mahmud Darwish

27 octubre, 2005 02:00

Mahmud Darwish. Foto: Jim Hollander

Traducción de M. L. Prieto. Hiperión, 2005. 260 páginas, 15 euros

Escribo sobre este libro de poemas de Darwish en el día en el que se le concede el Nobel a Harold Pinter. Una vez más, este premio nos recuerda que se debate entre lo sobradamente conocido (Pinter) y lo estrambótico (Jelinek), y que siempre deja ahí, a un paso del podio, -entre los finalistas también de este año-, la poesía árabe (Adonis) o la oriental (Ko Un).

Viene esta reflexión previa a cuento de la lectura del libro de un poeta árabe, Mahmud Darwish. En tiempos de tantas poéticas de encefalograma plano la poesía árabe -como la que nos llega de Hispanoamérica- mantiene su vigor y su autenticidad, nos convence casi siempre porque su compromiso es, sin más, con la poesía que no se avergöenza de serlo. La poesía de Darwish -de la que Hiperión ya nos había ofrecido otro libro, Menos rosas, debido también a la misma traductora-, nace de un tiempo y de una vida críticos: los sometidos a la inestabilidad de las guerras y al desarraigo del exilio. Como en el caso de Adonis, nos encontramos ante un poeta con raíces, que ha nacido en un determinado país, pero al que la vida le ha llevado al desarraigo. Darwish nace en Birwa (Galilea) en 1942 y las tensiones en Palestina le llevan primero a Egipto y luego a Líbano y a París. Desde 1966 regresa a Ramallah (Palestina) en donde vive y dirige la revista literaria Al Karmel.

El lecho de una extraña no sólo es un libro que goza de esa riqueza verbal, de esa tensión, de esa plasticidad, que caracterizan a una buena parte de la poesía árabe de todos los tiempos. En este libro también se plantea el autor un reto que es el de llevar un único tema -el tan manido de una historia de amor-, a una dimensión poética nueva. Deviene así el libro un poema de poemas en el que, a cada momento, el autor debe resolver fecundamente el reto de abordar el tema de siempre con un lenguaje y con unos fines nuevos. A cada momento, la voz de la tradición árabe se deja entrever, sobre todo por medio de símbolos (flores, aves, aguas), pero el libro de Darwish tiene la virtud de irlos superando a través de una meditación sutil en la que también están presentes los modos de ser y de escribir de la modernidad.

Sí, el tema central de esta obra es el de una historia de amor, pero que tiene mucho de viaje; viaje en el amor de "una mujer libre/y un hombre fiel", traspasado por la intemporalidad. En ese diálogo en voz alta con la amada hay siempre una continua búsqueda de la unidad mediante el deshacerse de la dualidad que representa la pareja y, a la vez, esa unidad que parece proporcionar la pasión amorosa se deshace de continuo en dualidad y en multiplicidad. Forma así lo que en apariencia sólo reconoce el poeta como un "amor pobre" una cosmogonía. En esta expresión de lo amoroso como una totalidad se dejan oír resonancias históricas, geográficas o religiosas muy concretas, pero siempre es la pasión magnética de los sentimientos la que va hilvanando imágenes y reflexiones. A veces, el poema se carga de palabras excesivas, pero de repente surge un verso fulgurante que le devuelve al texto la tensión. Serían muchos los versos que aquí podríamos recoger y que son patrimonio exclusivo de esa poesía árabe de siempre en la que las imágenes -puras y traspasadas de un irracionalismo fértil- son lo primordial en el poema.

Llega a ser así el amor -aquí, al fondo, el recuerdo del autor de nuestro Cántico espiritual- la fuente de todos los misterios, lo que da sentido a la realidad y lo que la metamorfosea. El poeta nos deja expresada esta idea central en estos versos: "Que el amor sea una forma de misterio/y el misterio una forma de amor". La tríada vida-amor-misterio se funde gracias al don del verso en un solo principio, es un círculo que cierra sentimientos y razones con una gran perfección. Más allá de esta plenitud de ser en el amor sólo existe otra realidad que es la de la nada, de tan ricas resonancias místicas, pero también al destino final de la muerte. Y aquí debemos evocar a otro de nuestros poemas, el de Manrique, al leer los versos de Darwish: "Hacia dónde corres/caballo de agua?/Dentro de poco el mar te absorberá". El amor no es para el poeta sino el reverso luminoso de la muerte, de esa verdad que -hasta que llegue la hora en la que se desharán las dualidades de todos los amantes del mundo-, desvela los misterios y es fuente de sabiduría (poética y vital).