Poesía

Emilio Prados. 1899-1962

Varios autores

21 noviembre, 1999 01:00

Residencia de Estudiantes. Madrid, 1999, 357 páginas, 5.500 pesetas

Ocurre en varias etapas de nuestra historia literaria que la presencia de algunos nombres oscurece otros que, de haber vivido en un momento diferente, hubieran ocupado un lugar principal. En los siglos de oro, Lope y Calderón relegan en los manuales a Tirso o Ruíz de Alarcón, dramaturgos tan interesantes y aun más certeros a veces que aquéllos. En el realismo decimonónico, Palacio Valdés, Pardo Bazán y Valera se ven aplastados por el peso de Galdós y Clarín.

Lo mismo sucede en la generación del 27. Hay una nómina inevitable-con Lorca, Salinas, Guillén, Alberti, Cernuda y algún otro, según gustos- que ha marginado a poetas de singular mérito e importancia como el malagueño Emilio Prados, cuyo centenario del nacimiento se cumple este año. Con tal motivo, su ciudad natal, donde desarrolló parte de su actividad creativa y profesional, y la madrileña Residencia de Estudiantes, que lo acogió algún tiempo, le dedican una amplia exposición. Acompaña a esta muestra un Catálogo, Emilio Prados. 18991962, que abarca la entera aventura vital de este notable español de la España peregrina.

En el olvido de Prados influyen varias circunstancias. El prestigio alcanzado por esos compañeros de promoción, que figuraron con él en la famosa antología de Gerardo Diego, es una causa, pero no la única ni quizá la mayor. También influyen la dificultad y extrañeza de su poesía, sobre todo de la escrita en el exilio. En fin, su propio carácter, escurridizo y dado al ocultamiento, y una deliberada marginación de la sociedad literaria redondean el círculo de su prolongada desmemoria. A despecho de esas circunstancias adversas, Prados fue, además de un poeta que sintió como pocos la responsabilidad y exigencia de su arte, un lírico en general intimista de unas preocupaciones trascendentes inusuales y de una gran hondura.

Por los libros de Prados circulan corrientes capitales de la lírica contemporánea y su obra resulta modélica de algunas inclinaciones de toda una época. En una fase inicial, se suceden esencialidad, surrealismo y compromiso. Tras la guerra, sus anhelos místicos, y los caminos que sondeó para expresarlos, colocan su escritura en un lugar aparte, como una especia de rareza en nuestras letras. Esa labor creadora corrió en paralelo de un activismo cultural incesante: abanderó el movimiento surrealista y desarrolló una gran actividad como impresor, tanto en Málaga como en México, en cuya primera etapa le debemos, junto con el también relegado Altolaguirre, la importantísima edición de "Litoral" y sus publicaciones.

De todo ello da cuenta este excelente Catálogo que, de hecho, se convierte en una amplia y completa monografía sobre el malagueño, asediado en todas sus vertientes. Lo abre una exacta semblanza a cargo de un discípulo del autor, y gran especialista en él, C. Blanco Aguinaga. Sigue una división tradicional en dos grandes bloques, vida y obra, a cuyo frente va un perfecto examen de la trayectoria del escritor, debido al comisario de la exposición, F. Chica, y siguen contribuciones notables de P. Hernández, A. Soria y A. Jiménez Millán, entre otras de menor interés.

Esta mirada integral sobre Prados aporta sus desconocidos dibujos y se completa con un breve "muestrario" poético a cargo de otro discípulo suyo, T. Segovia, miembro de esa "generación de los cachorros", según denominó M. Andújar a los hijos de los trasterrados. Esta selección resulta muy discutible. Antes que seguir un puro criterio personal sería preferible que mostrara la evolución poética de Prados con poemas que reflejen mejor sus varias maneras, pues un libro como éste debe respetar las exigencias de su misión divulgativa.

No es fácil que tras este homenaje atento al rescate del postergado poeta malagueño cambie su mezquina valoración actual. Pero ahí queda, en justo recuerdo suyo, este libro completo, instructivo, lleno de curiosas ilustraciones y hecho con un primor editorial que no desmerece del gusto por la edición limpia y elegante, siempre perseguida por aquel buen poeta y hombre bueno y solidario que fue Emilio Prados.