Detalle de la portada de 'Paracuellos. Edición total', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

Detalle de la portada de 'Paracuellos. Edición total', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

Novela gráfica

Dios, patria, hambre y palizas: 50 años de 'Paracuellos', la obra cumbre del cómic español

Una edición total recopila la serie de Carlos Giménez sobre las duras condiciones de vida en los Hogares del Auxilio Social franquista durante la posguerra, realizada entre 1975 y 2022.

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Paracuellos, la obra cumbre del historietista Carlos Giménez, y probablemente del cómic español, cumple 50 años, y la editorial Reservoir Books lo celebra con la primera edición integral de la serie. Casi 600 páginas en un volumen de 3 kg de peso. Sin duda, no es para llevárselo a la playa, pero recomendamos encarecidamente su lectura este verano.

Quien no esté familiarizado con el mundo del cómic, pero tenga ciertas nociones de la historia española del siglo XX, podría pensar por el título que la obra trata de la matanza de Paracuellos de Jarama perpetrada durante la guerra civil por el bando republicano. Miles de presos de derechas o sospechosos de serlo fueron enviados a la muerte en un paraje de esta localidad al nordeste de Madrid, junto al aeropuerto de Barajas.

Pero la obra no trata de eso, aunque también tiene que ver con la guerra civil y, sobre todo, con sus consecuencias. Los protagonistas de Paracuellos son los niños internos en ese pueblo en uno de los “hogares” de Auxilio Social, entidad gestionada por la Falange.

En sus páginas se nos cuenta el trato brutal con el que se ¿educaba? en aquellos centros que acogían a hijos de republicanos, víctimas de la guerra y familias empobrecidas, con el objetivo de inculcarles los valores del régimen. Se les obligaba a rezar a todas horas y cantar canciones patrióticas del partido único.

Dice el refrán que la letra con sangre entra, y del mismo modo lo hacía el nacionalcatolicismo en aquellos terribles internados. A veces, literalmente: en una de las escenas, la directora envuelve a un niño con una manta para que no vea por dónde le van a caer los golpes y luego le arrea con un crucifijo hasta cansarse.

Página de 'Paracuellos', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

Página de 'Paracuellos', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

En otra escena, el ‘valiente’ instructor de Falange llamado Mistrol —arquetipo de fascista con el mentón apuntando al cielo, el bigotillo, la mano larga— asesta 72 bofetadas a un niño indefenso.

La acumulación de vejaciones, castigos, insultos y palizas es tan grande que uno desearía que al volver la página apareciera un vengador que salvase a los niños, no sin antes darle su merecido a las “guardadoras” y al sádico instructor falangista, como en un tebeo de Frank Miller o en una película de Tarantino.

Giménez, que publicó el último volumen de la serie en 2022, se basó en sus propias experiencias, ya que él mismo fue uno de esos niños criados en los centros de Auxilio Social. Pasó por varios: el Hogar Bibona, el Hogar General Mola, el Hogar Batalla del Jarama (en Paracuellos, el que da título a la serie) y el Hogar García Morato (en Barajas). Hasta que consiguió salir en 1955 y empezó a trabajar como aprendiz en un taller de cerámica, antes de dar el salto a la industria gráfica.

“Habrá partidarios de revisar la historia mientras haya tantos otros partidarios de evitar que se revise. Yo, como puede comprobarse por mis libros de historietas, soy partidario de contar lo que pasó y de no olvidar mientras haya gente tratando de impedir que se sepa la verdad”, declaró el autor a El Cultural en una entrevista en 2021.

Carlos Giménez en su mesa de dibujo. Foto: Carlos González

Carlos Giménez en su mesa de dibujo. Foto: Carlos González

El estilo gráfico de Giménez es inconfundible: niños de ojos tristes y cansados, con orejas de soplillo, el pelo bien corto para evitar los piojos y unas piernas enclenques de aspecto quebradizo. Un imaginario que ha quedado asociado a la memoria colectiva sobre la guerra civil y la posguerra y que inspiró la estética de la película de terror El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro. De hecho, Giménez realizó el storyboard y colaboró en la ambientación del filme, ya que Del Toro era admirador de su obra.

Hambre y sed

—¿Qué masticas?

—Papel.

—¿Y a qué sabe?

—A papel.

El diálogo parece de chiste, y provoca una mueca de sonrisa que se congela inmediatamente ante la crudeza de todo lo que Giménez relata en Paracuellos. En casi todas las historietas el hambre es omnipresente, un personaje más, coprotagonista junto a la violencia.

Unos niños castigados arrancan una rama de un árbol y se la comen, otro guarda cuatro garbanzos en una cajita de cerillas como si fuera un tesoro, dos chavales guardan su escasa ración de pan durante días para comérselo todo junto en Nochebuena, ya duro (“mejor, así nos durará más”), como si fuera un banquete. (Por cierto, los dos niños, que pasan solos la Navidad en el internado porque no tienen familia, serán tildados de pervertidos y castigados al descubrirse que se quedaron dormidos en la misma cama).

Pero peor que el hambre era la sed. En verano no había agua corriente en todo el internado, la traía un camión cisterna, y solo se le daba a cada niño un vaso de agua al día, con la merienda. Y no era infrecuente que a uno lo castigaran sin merienda. De hambre no se llora, pero de sed sí, dice uno de los internos; y no lo ponemos en duda, conscientes de que el autor ha pasado por eso.

Página de 'Paracuellos', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

Página de 'Paracuellos', de Carlos Giménez (Reservoir Books)

Pionero de la memoria histórica

Giménez empezó a dibujar estas historietas en 1975 y vieron la luz por primera vez poco después de que muriese Franco, en 1976. Aparecieron en la revista satírica Muchas Gracias. Posteriormente, algunos episodios aparecieron en otras cabeceras como Yes y El Papus, aunque con escaso respaldo editorial.

En aquel momento nadie quería novelas, películas o mucho menos tebeos sobre la guerra civil o la posguerra. La dictadura había acabado —aunque aún no había llegado del todo la democracia— y la gente quería entretenerse, evadirse, disfrutar de la incipiente libertad. De hecho, la dureza de su contenido, la ausencia de erotismo o humor para adultos y su enfoque testimonial hicieron que ningún editor español quisiera publicarlo inicialmente.

“Al principio ningún editor quiso publicarlo. Lo encontraban poco comercial, demasiado triste. Tuvo que ser un editor francés el que lo publicara primero, y precisamente en una revista de humor, Fluide Glacial. Después ya todo fue fácil”, recordaba Giménez en la citada entrevista.

De hecho, la obra siempre ha tenido en Francia una gran acogida y en 2010 el prestigioso Festival de Angulema le concedió el Premio del Patrimonio, reservado para obras imprescindibles en la historia del noveno arte. Hoy la serie consta de nueve álbumes y ha sido traducida a numerosos idiomas.

Giménez fue un pionero en abordar la memoria histórica desde la viñeta, anticipándose en décadas al auge del cómic autobiográfico y de denuncia social y al propio acuñamiento del término “memoria histórica”.

La serie ha contribuido a dignificar el noveno arte, demostrando que el cómic puede ser un vehículo de testimonio, reflexión y memoria colectiva. Su influencia se percibe en generaciones posteriores de autores y en la consolidación de la novela gráfica como género literario y artístico en España. Hoy, Paracuellos es un clásico internacional, traducido a numerosos idiomas y objeto de estudios académicos, exposiciones y reediciones conmemorativas como esta edición total imprescindible en cualquier biblioteca.