Image: Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York

Image: Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York

Novela

Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York

Gail Parent

8 enero, 2016 01:00

Gail Parent

Traducción de Zulema Couso LIbros del Asteroide, 2015. 266 páginas, 19'95€

Entre los elementos del paratexto de esta divertida novela hay unas líneas que la editorial ha considerado, con buen criterio, que llamarían la atención de sus lectoras objetivas: "Antes de Girls y de Sexo en Nueva York, hubo otra chica soltera en la ciudad..." Es un buen reclamo, si no fuera porque Sheila Levine está muerta... es mucho más que la novela de una joven desesperada a la caza de marido o de compañía masculina.

En la estela de Jane Austen, Edith Wharton o Helen Fielding, por recordar a Bridget Jones, la soltera libresca contemporánea más conocida, Gail Parent (Nueva York, 1940) nos presentó ya en 1971 a Sheila Levine, universitaria, judía, con tendencia a engordar. Si el personaje de Sheila hubiera sido más exageradamente atrabiliario y sus aventuras hubieran llegado al límite de lo grotesco, lo podríamos emparentar con el Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios, de J. K. Toole. La amenaza de catástrofe inminente ronda siempre a ambos personajes. La aparente desintegración de Sheila es menos frenética que la de Ignatius, pero la mirada mordaz sobre el mundo es muy parecida.

Sheila Levine se autofustiga por no alcanzar la perfección que la sociedad espera de ella; pero al mismo tiempo su visión crítica se las arregla para observar el patetismo de toda una serie de normas demenciales, como la de ser inservible si eres mujer y no has encontrado marido a los 20. En el segundo párrafo de la novela, Sheila nos informa: "Me voy a suicidar. ¿Quién quiere vivir en un mundo en el que un hombre miente sobre las calorías?".

La protagonista se vale de una carta de suicidio para que la dimensión de lo absurdo asome constantemente en el relato. Las escenas hilarantes, siempre en el combate sin cuartel de una soltera independiente de clase media para encontrar al hombre adecuado, son engañosas, como ocurría con las atmósferas de Austen. Debajo de la burla con que se describen los fracasos laborales, los cutre-apartamentos y el cutre-sexo, se esconde una crítica sin cortapisas contra la presión que la sociedad de los 60-70 seguía lanzando a las solteras. No destrozaremos el magnífico final de la carta suicida, pero resulta una divertida fuga in extremis.

La novela fue un bestseller cuando se publicó en 1971, y los cambios que siguieron en la situación de las mujeres de los países democráticos no auguraban que Sheila Levine reaparecería a finales de los 90 convertida en Bridget Jones. Si la saga de las solteras-caza-hombres prosigue con las chicas televisivas de Nueva York, es que la obsesión que ronda a las solteras pertenece ya, más que a una pulsión ancestral, la de huir de la soledad, a un arquetipo literario cuyo éxito está asegurado en su versión irónica y desmesurada.