Novela

Mario Mendoza

Seix Barral. Barcelona, 2010. 304 páginas, 18 euros

2 julio, 2010 02:00


Como en su anterior novela, Los hombres invisibles, explora de nuevo Mario Mendoza (Bogotá, 1964) en este Buda Blues el deseo del ser humano de romper con todo. El asunto de la búsqueda personal y del cambio de vida adquiere aquí mayor complejidad: ya no se trata sólo del actor que, hastiado, decide cambiar el insípido guión de su existencia y persigue la quimera de una tribu incontaminada en el Amazonas, sino de la honda evolución espiritual de dos amigos de infancia (Vicente y Sebastián) que, tras una crisis interior, descubren sus "zonas de sombra" e inician un largo intercambio epistolar.

Vicente, profesor de sociología convencido de llevar una vida pequeñoburguesa, recibe la noticia del fallecimiento de su tío, un hombre independiente y rebelde al que siempre admiró. El hallazgo de un cuaderno del pariente fallecido conducirá al protagonista hasta el epicentro de una organización colombiano-congoleña que pretende una rebelión mundial que dinamite el sistema. Más allá de la irregularidad de algunos tramos de las narraciones de Mendoza y de los detalles inverosímiles de tramas excesivamente peliculeras a lo largo y ancho del mundo, con detenciones y secuestros, donde aparece desde el terrorista Unabomber al narco Pablo Escobar o los atentados del 11-M, la reflexión del autor sobre el hombre contemporáneo consigue cautivarnos.

Mendoza resulta mucho mejor cuando deja que hablen y actúen sus personajes, y no tanto cuando imparte doctrina remachando sus tesis sobre un mundo oprimido por el capitalismo. Cuando cede la voz a sus personajes, la novela toma altura. Así ocurre en las excelentes páginas de la reclusión de Sebastián en una cárcel de Bombay, en el intenso pasaje de la preparación del atentado contra los ejecutivos apostantes de ruleta rusa, y en el relato del romance con Bárbara. La buena peripecia y la progresiva entrada en tono de la prosa, hacen que, hacia la página 120, el libro ascienda y conmueva con sus apelaciones a no desperdiciar la única vida que tenemos y a mantener el ego a raya ocupándonos de los otros. Los dos protagonistas comprenderán que la gran rebelión no es lo antisistema sino perseverar en un cambio interior que equilibre nuestra vida, negándonos a ser meros espectadores del dolor ajeno. Como señala Sebastián en los compases finales, "que no se diga que no lo intentamos".