Image: Mi vida de farsante

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Novela

Mi vida de farsante

Peter Carey

21 julio, 2005 02:00

Peter Carey. Foto: Pat Scala

Trad. Javier Calvo. Mondadori. Barcelona, 2005. 276 páginas, 19’50 euros

No resulta exagerado afirmar que Peter Carey es el novelista australiano más importante de nuestros días. Pese a ello su nombre todavía no resulta muy familiar para los lectores españoles. Hace unos años se publicó su popular Illywalker (El sonámbulo) y no tengo noticia de ningún otro título de los siete en la nómina de este autor traducido en España; ni tan siquiera True History of Kelly Gang, su novela más laureada y probablemente la de mayor calidad.

No es Carey, precisamente, un autor "fácil" y prueba de ello es esta Mi vida de farsante, un claro exponente de su compleja narrativa. Como ocurriera con la historia del bandolero Ned Kelly, también Mi vida de farsante se cimienta en un hecho histórico, tal y como Carey recoge en la concluyente "Nota del autor": la revista australiana "Angry Penguins" publicó en 1944 los poemas de un desconocido -y ficticio- Ern Malley con el que dos consumados antimodernistas pretendían ridiculizar los postulados poéticos de su tiempo. El asunto llegó incluso a los tribunales. Y si esta tardía "Nota del autor" sirve para contextualizar el argumento tampoco debemos pasar por alto la introductoria cita de Mary Shelley -"Contemplé al engendro, al desgraciado monstruo que yo había creado"-, pues en cierta forma sintetiza la medida del tema.

La narradora es Sarah Elizabeth Jane, quien en un ejercicio de retrospección narra su encuentro con Christopher Chubb. Nos encontramos en 1985, aunque la fecha es meramente referencial, pues la narración navega con absoluta libertad por el tiempo y el espacio dependiendo de la sub-historia que se esté narrando. Sarah es editora de una revista literaria, -"lo cierto es que los editores de revistas literarias viajan como vendedores de pinceles" (pág. 21)- deseosa de publicar, "descubrir", un verdadero poeta digno de ocupar su plaza en el Olimpo de las letras. Un viejo poeta amigo de la familia, John Slater, quien probablemente fuera amante de su madre y responsable del suicidio de la progenitora, le menciona el nombre de Chubb, aunque no tarda en arrepentirse de ello: "Nunca tendría que haberte llamado la atención sobre esa sanguijuela" (pág. 43). Chubb relata a Sarah la historia de McCorkle, un ficticio poeta de su invención que como el Frankenstein de Mary Shelley terminó por superar a su propio creador. Sarah intentará que Chubb le entregue los poemas de McCorkle al tiempo que intentará solventar sus propios miedos, sus propios fantasmas, que tienen mucho que ver con el suicidio de su madre, -"de forma espectacularmente terrible"- (pág. 12), y también la muerte de su padre "en circunstancias no del todo felices" (pág. 14). Un proceso en el que llegará a "la desconcertante certeza de que todo lo que había dado por sentado sobre mi vida era falso. Me habían criado con una serie de secretos y falsos presupuestos que a todas luces me habían convertido en quien yo era" (pág. 139).

Ya se ha mencionado que la lectura no es sencilla, pues los continuos saltos temporales -de los cuarenta a los setenta- y espaciales -Londres, Malasia, Australia-, resultado de una estructura en la que una historia se embulle en otra y ésta en otra, requieren de un cuidado y atento proceso lector. Los aspectos formales propician la calificación de esta novela como posmodernista y metaficticia; e idéntica afirmación podemos formular respecto a la sustancia argumental, pues Mi vida de farsante explora, por encima de los componentes artísticos, las distintas caras, los distintos matices de la verdad. Pero ¿acaso existe la verdad; una única e incontestable verdad? Será el propio lector -y éste es uno de los valores de la obra- quien dilucide, quien juzgue, qué tiene de verdad la fascinante historia de Chubb, también la de Slater, y, cómo no, la de la propia Sarah, pues ni tan siquiera en su caso podemos tener cualquier tipo de certeza; no en vano "Lo último que quería decirme mi cerebro era la verdad" (pág. 267).