Image: Un mal año para Miki

Image: Un mal año para Miki

Novela

Un mal año para Miki

José Ovejero

13 marzo, 2003 01:00

José Ovejero. Foto: M.R.

Ediciones B. Barcelona, 2003. 229 páginas, 15’95 euros

Esta es la tercera novela publicada por José Ovejero (Madrid, 1958), autor también de libros de viajes, de cuentos y de poemas, el último de los cuales, Estado de la nación, apareció en 2002.

Un mal año para Miki cuenta con buscada frialdad una historia muy actual, tanto por el proceso existencial que vive el protagonista, rodeado de instrumentos de la tecnología moderna, como por la rapidez y sobriedad estilística con que se relata su experiencia. Así todo está muy en consonancia con las prisas de nuestro tiempo y sus acelerados modos de vida.

Miki es un profesional de la radio de cuarenta y tres años, solitario y absorbido por sus informaciones de bolsa, sus juegos de ordenador y sus vídeos pornográficos. Su existencia aislada y rutinaria en un chalé situado en la periferia de Madrid debería resultar removida por sendos embates que suponen las muertes de su hijo, en un extraño accidente de automóvil, y de su mujer, asesinada en la Casa de Campo. La narración comienza de forma directa y precisa, con el impacto de la muerte del joven en la primera página: "2001 fue un mal año para Miki. Primero, a finales de enero, se mató Boris en un accidente de coche" (pág. 9). Y treinta páginas más adelante, se entera del asesinato de su mujer: "A Verena la encontraron muerta el veintiséis de marzo por la mañana, pero la habían asesinado el veinticinco por la tarde" (pág. 39). Aun así nada sacude la indiferencia y el vacío de este cuarentón sin sentimientos. La sobriedad y casi laconismo estilís- ticos con que se narran ambos sucesos resultan asociados con la sequedad afectiva del protagonista, tan frío como los aparatos de la moderna tecnología que lo mantienen aislado del mundo exterior, protegido por el contestador automático que filtra las llamadas recibidas, que él contesta cuando le interesa. En tales circunstancias se manifiesta el egoísmo del solitario cuarentón, que se aprovecha de una compañera de la radio a la que humilla sexualmente y se imagina que podrá subirse al tren de la vida alegre de sexo y drogas con la novia de su hijo, lo cual, además de ridículo, resulta patético.

La obra adopta el planteamiento de la novela negra pero con la peculiaridad de que algunas cuestiones quedan sin resolver, como sucede en la vida misma, Del accidente en que murió Boris el padre no conseguirá saber mucho por la novia y los amigos, aunque sí conoceremos las implicaciones sexuales que lo causaron. Del asesinato de Verena se aclaran muy pocos detalles. Y el final de Miki, a solas con su horror vacío de no poder desesperarse, queda abierto a cualquier desenlace, con su grito mezclado con los aullidos de los perros de chalés vecinos.

La narración discurre con movimiento cinematográfico y dinamismo potenciado por la estética barojiana del párrafo corto, la sintaxis de oraciones sencillas y los diálogos ágiles, con rápidas sucesiones de habla y réplica. El narrador omnisciente relata los hechos con impasibilidad, adoptan- do con frecuencia la visión del protagonista en su distancia y soledad. No se busca la profundidad psicológica, sino que se intenta mostrar al personaje en su más completa frialdad interior, solo con su programa de radio y sus juguetes audiovisuales e informáticos, carente de algún entusiasmo por nada que no sea la egoísta satisfacción del deseo efímero del momento.

Lo mejor de la novela es la adecuación entre la sobriedad formal del texto y la sequedad de sentimientos del protagonista en su vacío existencia. No se explotan las posibilidades derivadas de las relaciones humanas entre padres e hijos o entre la pareja o incluso en las relaciones laborales. Seguramente no se ha querido profundizar por no desviar la atención del protagonista sin alma cuya precaria sentimentalidad lo condiciona todo. Por eso apenas se esbozan otros aspectos dignos de mención como el conflicto generacional, que aquí aparece casi al revés en un padre que quiere competir con su hijo, o la deshumanizada rentabilidad con que se conciben los programas de televisión.