Novela

Últimas noticias del paraiso

Clara Sánchez

3 mayo, 2000 02:00

Premio Alfaguara 2000. Alfaguara. Madrid, 2000. 289 páginas, 2.800 pesetas

Los sucesos cotidianos, presentados con una aparente falta de trascendencia, alimentan una literatura de pensamiento que posee la virtud de convertirse en revelación de la existencia

Tanto las cinco novelas anteriores de Clara Sánchez como últimas noticias del paraíso comparten una peculiaridad: hablan de realidades muy cercanas, pero un aura de misterio las modifica hasta los límites de la extrañeza. Alguien, el narrador, proyecta sobre ellas una mirada singular, penetrante y obsesiva, y descubre debajo de la superficie del mundo y de los hechos las arenas movedizas en las que se asienta la vida.

Si no pareciera un algo perturbador de la limpidez anecdótica de Clara Sánchez, diría que nos hallamos ante una narrativa metafísica. Porque los relatos que tienen esta condición suelen ser oscuros y ahogan la espontaneidad de la narración en la selva de las ideas. Nada más alejado de nuestra autora que este enfoque tan típico de las letras centroeuropeas. Ella, por el contrario, diseña una línea anecdótica en apariencia sencilla y la va colmando con dosificados misterios. Estos misterios llegan con trazos impresionistas y constituyen una serie de datos que valen como símbolos enigmáticos del mundo corriente. Nos hallamos muy cerca del "bosque de símbolos" del que hablaba Verlaine. Y el gran hallazgo de Sánchez radica en componer unas historias eficaces y emocionantes que descansan en el arriesgado soporte de un simbolismo impresionista, tal vez el territorio más inhóspito para la ficción.

A ello se llega no por la vía, que parecería la más lógica, de la abstracción, sino por la insólita de los sentimientos y el testimonio. De hecho, buena parte de últimas noticias... apenas parece otra cosa que un documento costumbrista acerca de unas células urbanas características de nuestros días, esas urbanizaciones cercanas a la metrópolis con su Híper, su Zoco y su colmena de chalés adosados y pareados. Por ese espacio cerrado -algo de su latido recuerda el desasosegante relato kafkiano La madriguera, aunque no guarde relación directa con él- circulan unas gentes con unas actitudes y una moral propias también de nuestra época. De este modo, la novela tiene también un sentido pleno como reconocimiento de unos modos de vida -comportamientos y ética a la vez- de total actualidad.

El testimonio se acompaña poco a poco de otra clase de fenómenos que apelan a lo enigmático. Hay en la novela una inclinación contenida hacia lo fantástico y todo ello remite a los eternos dilemas de la naturaleza humana y, al fin, a nuestra problemática inserción en la vida, en general. El relato sigue los desvelos cotidianos de Fran, un muchacho de la urbanización, también narrador. Sin forzar esa peripecia central, la historia se va cargando de motivos: el deseo, la añoranza de lo que no existe, el amor, los sueños, las apariencias, el laberinto, la memoria... Todos caen bajo la incertidumbre del tiempo, que Fran formula en términos semejantes a los del famoso poema de Wallace Stevens: todo, pasado y presente, está presente en el tiempo futuro, afirma.

Como agavillando tales asuntos surge una desazonante pregunta sobre nuestra condición ("¿Por qué sufrimos tanto sin ser nada?") y un anhelo imposible, la felicidad. No se puede ser más pesimista: permanece lo que nos es indiferente, lo bueno es inalcanzable y el paraíso sólo existe para echarnos de él. Así se plasma un sentido de la vida cercano al más radical pesimismo. Podría parecer que el viaje a China de Fran tras la estela del amor anunciado en la última página implica alguna esperanza, pero el tono general de la novela lo desmiente. La felicidad es inalcanzable y los sueños mejores sólo sueñan quimeras. En sus libros iniciales, Clara Sánchez se lanzaba con suma prudencia a las turbias aguas de la vida. Aquí se zambulle hasta el fondo donde reposa un mensaje nihilista apabullante. Pero lo hace a su hermosa y convincente manera, sin griteríos ni estridencias, sin turbulencias psicológicas desmesuradas. La mirada implacable, neutra y lúcida, casi ajena a los hechos, de Fran produce un efecto destructivo. Los sucesos cotidianos, presentados con una aparente falta de trascendencia, alimentan una literatura de pensamiento, honda y novedosa, que posee la virtud de convertirse en revelación de la existencia.