Image: Concepción Arenal. La caminante y su sombra

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Ensayo

Concepción Arenal. La caminante y su sombra

Anna Caballé

12 octubre, 2018 02:00

Concepción Arenal

Taurus. Barcelona, 2018. 440 páginas, 20,90 €. Ebook: 10,99 €

"Las colectividades, como los individuos, suelen conducirse mejor cuando se proponen ser justos que cuando quieren estar seguros". A sus setenta años, la insigne pensadora que fue Concepción Arenal (1820-1893) se expresaba con esa contundente precisión sobre cuestiones que todavía preocupan al hombre contemporáneo. Toda su vida fue eso: una adelantada; como lo fueron, a su modo, otras mujeres entre las cuales su biógrafa, Anna Caballé (Hospitalet de Llobregat, 1954), tiene el acierto de encuadrarla: las que formaron la generación romántica y, como la propia Arenal o las escritoras Carolina Coronado o Gertrudis Gómez de Avellaneda, afrontaron la cuestión no baladí de cómo construir su voz pública en un mundo que se expresaba casi exclusivamente en masculino.

No es éste el único acierto que cabe destacar en el excelente trabajo que ha llevado a cabo la profesora Caballé. La biógrafa no sólo constata, por ejemplo, el escaso rastro autobiográfico que dejó Arenal o el poco celo que la mayoría de las ciudades en las que vivió han puesto en conservar su huella: su libro es también una quest, es decir, el relato de una búsqueda personal, que lleva a la biógrafa a situarse en los escenarios que habitó su biografiada, registra la orientación geográfica de los balcones a los que se asomó y trata de imaginar, a partir de datos escasos pero contrastados, los estados de ánimo y sensaciones que experimentaba la portadora de la poderosa mente cuyo despliegue en el tiempo también se ocupa de narrar.

Caballé muestra que Arenal fue una mujer que se arriesgó a no ser lo que se esperaba de ella. Y eso tiene su precio

Caballé rebate no pocos tópicos que hasta ahora se habían considerado poco menos que indiscutibles en las biografías de Arenal. Su autodidactismo, por ejemplo, fue relativo: el alto ejemplo de su padre, militar progresista y tratadista militar de talante reformador, fue para ella un estímulo decisivo, como lo fue el reducido pero selecto círculo de amistades del que supo rodearse. Tampoco su celebrada imperturbabilidad de espíritu fue tal: Caballé se complace en mostrarla también como una muchacha apasionada y sensible que desahogaba su sentimentalidad en sonoros y un tanto alicortos versos. Nada más lejos de la cualidad estatuaria con la que ahora concebimos a quien dio su nombre a tantas calles y dejó un exigente lema ("Odia el delito, compadece al delincuente") en la puerta de tantas prisiones. Que ahora se la conozca básicamente como penalista es, incluso, un azar, si se tiene en cuenta que la escritora llegó a esa especialidad a partir de una curiosidad de alcance mucho más amplio y cuyo fin último fue, en palabras de Caballé que valen por toda una tesis sobre el personaje, "conseguir que una sociedad civil fuertemente concienciada asuma la responsabilidad de la formación moral de sus individuos más débiles (...), que hasta entonces estaba exclusivamente en manos de la Iglesia".

Es curioso que ese empeño de signo radicalmente secular partiera de una católica declarada que, en una época en la que la sociedad española empezó a acusar los desgarros ideológicos que caracterizan su historia reciente, siempre se resistió a alinearse con alguno de los bandos en liza. Y es una pena, da a entender su biógrafa, que el progresismo español no la haya tenido nunca del todo por una de los suyos, debido precisamente a ese afán de independencia y al irrenunciable apoliticismo de la pensadora.

La valía del pensamiento de Concepción Arenal fue reconocida, como ha ocurrido tantas veces, antes en el extranjero que en España. Destacados penalistas admiraron sus aportaciones y la invitaron a participar en importantes eventos a los que ella nunca quiso acudir. Con lo que entramos en lo que, quizá, sea el mayor misterio que este libro plantea: el de la personalidad de Arenal. Anna Caballé aventura que su timidez, la altiva exhibición de su adustez y su continua profesión de dolor, ya fuera de origen íntimo o motivado por las duras realidades a las que se asomaba, respondían a lo que el psiquiatra Alfred Adler describe como "complejo de superioridad". Pero tal vez eso sea mucho decir. A punto de cumplirse su bicentenario, por el contrario, lo que su biografía pone de manifiesto es que estamos ante una mujer que se arriesgó a no ser lo que se esperaba de ella. Y eso tiene su precio.