Image: Escritos sobre pintura

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Ensayo

Escritos sobre pintura

Henri Michaux

25 mayo, 2018 02:00

Sin título, dibujo en tinta china (1961), de la muestra sobre Michaux del Guggenheim de Bilbao

Edición de Chantal Maillard. Vaso Roto. Madrid, 2018. 528 páginas, 42 €

En la discusión acerca de si el arte puede ser o no un medio de conocimiento, quienes conocen la obra de Henri Michaux (1899-1984) disponen de importantes argumentos a favor. Michaux fue pintor, escritor, viajero… Escribió sobre viajes, reales e imaginarios. Y también sobre pintura. Pero lo más singular es que escribió pintura y pintó escritura. Pero no, decirlo así es atribuirle una inventiva artística que habría rechazado de plano. Porque estas dos técnicas anfibias fueron meros instrumentos para sondar y fijar una exploración por los lugares más ignotos de su interior. Alguien escribió, inventivamente, que Sigmund Freud había sido el Cristóbal Colón del inconsciente. Pues en ese caso, a Michaux podríamos considerarle el Juan Sebastián Elcano de la mente. Alguien que circunnavegó ese orbe, orientándose con la aguja temblorosa de una atención incansable, sobre la nave de una despiadada voluntad por conocer y empujado por el viento de varios alcaloides.

Esta hermosa edición recoge los textos más importantes de Michaux sobre pintura y dibujo. Es una antología que excluye las obras exclusivamente gráficas y alguna otra que aun siendo esencial, como Miserable milagro (1955), es de una extensión que no tendría cabida en una publicación de estas características (a pesar de ello, la editora no ha podido resistirse a incluir su Preámbulo). Son textos aparecidos entre 1939 y 1984, que empiezan reflexionando sobre la pintura propia y la ajena, cuando su autor aún cree en la escritura. Michaux mira lo que dibuja y se asombra y se horroriza de las multitudes irreconocibles que salen de su lápiz. Rostros que mutan y que sospecha que sean los suyos, rostros suyos que fueron sacrificados a un Yo que resultó indigno vencedor del difícil ingreso en la civilización y la cordura. Tan pronto como en 1924 ya sabía que "El amor propio es el instinto intrínseco del hombre". Y que "si examino la locura, encuentro el orgullo". El orgullo y no el sexo, como pensara Freud, es el problema fundamental del ser humano. Pues bien, detectada la cuestión esencial, Michaux dedicará desde entonces sus esfuerzos en perseguir ese Yo y hacerle confesar todas sus vacilaciones e inconsistencias. A liquidarle y ver qué esconde detrás. Se vale para ello de una forma de escribir que se parece a dar latigazos. A darse latigazos: "Con la suerte de coraje que hace fata para ser nada y nada más que nada, soltaré aquello que me parecía indisolublemente próximo. Lo rebanaré, lo volcaré, lo romperé, lo echaré a patadas (…) Vaciado del absceso de ser alguien, beberé nuevamente el espacio nutricio".

Ya dibujaba por entonces, como he dicho, pero he dicho también que aún creía en la escritura. Sin embargo, en las páginas con las que presenta las litografías de Zao Wu-Ki, en 1950, desconfía, duda, escribe: "Los libros son aburridos de leer. No se circula libremente. Se le invita a uno a seguir. El camino está trazado, de vía única". La pintura en cambio abre mil caminos simultáneos (el ideograma es una solución de compromiso). Además, la escritura tiene otro defecto: por repetición y por su propia condición de signo, aplana todo aquello a lo que se refiere. Lo oculta, convertido en mero bulto bajo la opacidad del lenguaje establecido. Michaux construirá entonces un lenguaje propio, entre el grafismo y la escritura, que no claudica ante el uso común, que se inaugura y se abole en cada frase.

A partir de 1955 Michaux iniciará sus experimentos con mezcalina. Se trata de una sustancia extraída del cactus peyote, con propiedades enteógenas, que modifica la percepción y asimilación de los estímulos. Aumenta la capacidad introspectiva y en definitiva altera profundamente la conciencia ordinaria. No fue el primero ni el último, desde Walter Benjamin y Modigliani con cannabis a Aldous Huxley con ácido lisérgico, artistas y escritores han utilizado drogas para sentir más y crear de otro modo. Michaux escribe: "Esto es una exploración (…) La mezcalina es la explorada". Y yo diría también que Michaux se experimenta con la mezcalina. No es un camino fácil ni divertido ni recomendable para todos. Michaux empezó tomándola bajo estricto control medico. En muchas de las páginas escritas bajo sus efectos se refleja un terror avasallador, que si no escribo que le resultó insoportable es porque de hecho pudo soportarlo. Libros como Paz en las rupturas (1959), aquí recogido, dan cuenta de todo ello. En él se suceden la prosa ensayística, los dibujos y los poemas, como en un ataque combinado de fuerzas para reducir a expresión la experiencia.

Es lógico que Michaux, extranjero de sí mismo, sintiera fascinación por toda otra extranjería. Y que en su búsqueda de una lengua pegada a lo nombrado tropezara con los ideogramas. Así pues, dedicó una profunda atención a la estética china y su escritura. Algunas de las páginas más lúcidas dedicadas en Occidente a estos temas podemos encontrarlas en su libro Ideogramas en China (1971), contenido en este volumen. Enemigo de la racionalidad satisfecha, se acercó también a la pintura de los niños y los enfermos mentales. En este interés coincide con todos aquellos que, desde Dadá al Punk pasando por Jean Dubuffet, consideraron la cultura como un fiasco, incapaz de evitar guerras crueles y paces injustas. Por eso, como dije, se habría resistido a considerar su pintura una variante del arte, esa manufactura llevada a cabo "por los auxiliares benévolos de la realidad y de sus apariencias".

En definitiva, sólo la pereza intelectual y la necesidad de poner etiquetas nos hace colocar a Michaux en la casilla de los Pintores-Poetas. La de Aventureros del Espíritu, aún por establecer, le cuadraría mejor. Y también a su traductora y editora. No creo que haya en el panorama español alguien más adecuado que Chantal Maillard para esta tarea. Más de quinientas páginas de traducción y un prólogo inolvidable, en algunos pasajes a la altura del propio autor, dan idea de la larga intimidad con su obra. Leer a Michaux y a Maillard es una experiencia literaria y algo más. Como contemplar algunos cuadros es una experiencia visual y algo más. Lo llamamos visión, inspiración, arte.