Image: Seis años que cambiaron el mundo

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Ensayo

Seis años que cambiaron el mundo

Hélène Carrère D'Encausse

28 octubre, 2016 02:00

Gorbachov y Reagan firman el tratado para eliminar los misiles de alcance intermedio

Traducción de Ana Herrera. Ariel. Barcelona, 2016. 384 páginas, 23'90€

Han pasado casi treinta años y todo comienza a difuminarse en esa vaga neblina del pasado que llamamos historia, pero nuestro mundo sería hoy muy distinto si el dominio soviético sobre media Europa no se hubiera hundido como resultado de un complejo proceso que tuvo en la caída del muro de Berlín su momento simbólico. Europa se enfrenta hoy a retos complejos, pero no a la amenaza de una guerra devastadora, ni tampoco medio continente padece una dictadura burocrática incapaz de promover el desarrollo. Lo más extraordinario es que aquel proceso de tan enorme significado histórico fue eminentemente pacífico. Hélène Carrère d'Encausse (París, 1929), distinguida académica francesa de origen georgiano y gran conocedora de la historia rusa y soviética lo analiza en un libro conciso y preciso que arranca con la designación de Gorbachov como líder de la Unión Soviética y termina con el mandato de Yeltsin.

Lo hace desde la perspectiva de la historia política en su sentido más estricto, es decir el de la lucha por el poder. No se busque en Seis días que cambiaron el mundo el pulso narrativo de una gran escritora capaz de evocar personajes y ambientes, ni la profundidad de análisis de un historiador capaz de integrar factores sociales, económicos y políticos, ni la reflexión de un ensayista acerca del auge y caída del comunismo. Pero en su específico registro Carrère d'Encausse es magistral, pues en pocas páginas es capaz de diseccionar los enfrentamientos políticos de aquellos años con una claridad que difícilmente teníamos quienes por entonces seguíamos con avidez las sorprendentes noticias que llegaban del Este.

Los grandes protagonistas de aquellos años y del libro son Gorbachov y Yeltsin, cuya enemistad mutua fue crucial para el desarrollo de los acontecimientos. La autora les rinde homenaje, situándolos entre los grandes reformadores que desde Pedro el Grande han tratado de modernizar a Rusia. Desde una perspectiva que vaya más allá de las fronteras rusas, el elogio que se puede hacer de Gorbachov es de mayor entidad, pues más que nadie contribuyó a que concluyera la etapa en que el mundo estuvo dividido en dos bloques antagónicos dotados de un aterrador armamento nuclear. El Nobel de la Paz que recibió en 1990 quizá sea el más fundado que se haya otorgado nunca.

Un aspecto fascinante de aquel proceso fue el de la interacción entre la voluntad de los máximos dirigentes y la dirección imprevisible que tomaron los acontecimientos. Ciertamente Gorbachov no se proponía acabar con el comunismo ni menos aún llevar a la URSS a la disolución. Era muy consciente de los defectos del sistema, trató de reformarlos y fracasó. Más tarde Yeltsin optaría por una liberalización que condujera hacia la economía de mercado a paso de carga, con unos elevados costes sociales y con una alarmante proliferación de la corrupción. Otro factor relevante fue el de las pulsiones nacionalistas, que la autora destaca con acierto, pues es posible que fueran el gran factor movilizador de aquellos años. El sistema comunista era impopular en la Europa centro-oriental en gran parte porque se percibía, con fundamento, como una imposición extranjera y el gran mérito de Gorbachov fue el de no haber tratado de apuntalar a regímenes impopulares mediante el envío de tanques soviéticos, como hicieron sus antecesores en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968.

Pero el proceso se dio también dentro de las fronteras soviéticas, con los países bálticos y Georgia a la cabeza de una movilización nacionalista que se generalizó a todas las repúblicas. Los peligros de la exaltación nacionalista se manifestaron pronto, con los enfrentamientos en Georgia entre la mayoría georgiana y las minorías abjasia y oseta. A finales de 1991, ante la perspectiva de unaseparación de Ucrania, Yeltsin optó por salvar lo salvable mediante la transformación de la URSS en una Confederación de Estados Independientes que nunca llegó a ser efectiva. Sus concesiones a Ucrania serían repudiadas violentamente por Putin un cuarto de siglo después.