Image: El nazi perfecto

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Ensayo

El nazi perfecto

Martin Davidson

6 abril, 2012 02:00

Foto de familia del soldado Bruno Langhben, el 'nazi perfecto'.

Trad. de Jaime Zulaika. Anagrama, 2012. 405 pp. 22.90 e. Ebook: 17,99 euros

La búsqueda de la verdad acerca de su abuelo ha llevado a Davidson a escribir un libro excelente, que no es tanto una biografía de Bruno Langhben como un retrato de un grupo de aquellos alemanes nacidos a comienzos del pasado siglo que se aprestaron a restaurar a golpes el orden y la grandeza de la patria.

En 1958 una joven alemana llegó a Edimburgo, en parte para aprender inglés y en parte para huir de un padre autoritario, y allí se enamoró de un escocés y se casó. Nunca perdió sin embargo el contacto con su país y en vacaciones visitaba con sus hijos el Berlín occidental aislado por el muro donde seguía residiendo su padre, Bruno Langhben. Era éste un próspero dentista a quien su nieto Martin recuerda como un hombre seguro de sí mismo, dispuesto a dar su opinión sobre cualquier tema de actualidad, pero acerca de cuyo pasado ni él ni nadie de la familia hablaba. Bruno vivió lo suficiente como para ver la caída del muro y tras su muerte su nieto escocés Martin Davidson, que ha dirigido varios programas sobre el nazismo para la BBC, se decidió a esclarecer la inquietante cuestión de su pasado en los siniestros años del nazismo. No encontró muchos documentos, pero sí los suficientes para reconstruir los hitos fundamentales de su existencia, para situarle en un determinado batallón de las SA y en una determinada unidad de las SS. El abuelo había resultado ser un "nazi perfecto", un hombre que no había sido un dirigente, que no había cometido personalmente, que se sepa, ni crímenes de guerra ni crímenes contra la humanidad, pero había sido uno de esos numerosos cuadros medios sin los cuales habrían sido imposibles el triunfo de Hitler, el establecimiento de su régimen totalitario y su criminal empresa de conquista y exterminio que devastó Europa.

La búsqueda de la verdad acerca de su abuelo ha llevado a Davidson a escribir un libro excelente, que no es tanto una biografía de Bruno Langhben, que apenas se puede escribir por falta de datos y que en definitiva tampoco interesaría demasiado, como un retrato de un grupo, el de aquellos alemanes nacidos a comienzos del pasado siglo, que vivieron como adolescentes entusiastas los triunfos de la I Guerra Mundial, sintieron como una traición la derrota de 1918, vieron en la democracia de Weimar una degeneración y se aprestaron a restaurar a golpes el orden y la grandeza de la patria. Con gran agilidad narrativa, Davidson reconstruye los sucesivos ambientes a través de los cuales el joven dentista prusiano fue ascendiendo en las filas nazis hasta convertirse en el oficial de las SS satisfecho de si mismo y de mirada glacial que aparece en la fotografía de cubierta con su mujer y su hija, la madre de Martin. No hay cartas privadas ni recuerdos de parientes o amigos que atestigüen lo que Bruno sintió o pensó en cada momento, pero cabe deducirlo con facilidad de las opciones que tomó. En definitiva, no era un individuo singular sino un ejemplar característico de su especie, que compartía creencias y conductas con miles de congéneres, pero al haber escogido Davidson la trayectoria de su abuelo como eje conductor de su narración, el lector se siente inmerso en la historia y a veces le parece percibir los acontecimientos como los habría vivido un militante nazi.

Ello no implica el más mínimo intento de justificación, pues el secreto de familia que la investigación de Davidson ha revelado conduce a una de las mayores maldades del pasado siglo, al corazón de las tinieblas. El hecho de que nada indique que Bruno fuera un psicópata sádico resulta incluso más inquietante. Era un hombre autoritario y de mentalidad simple, capaz de asumir una ideología letal que dividía a los seres humanos entre seres superiores y escoria y de hacer carrera al tiempo que luchaba a favor de ese fatídico ideal, pero en definitiva era un tipo más o menos corriente. Tuvo la suerte de que en los últimos días de la guerra un oficial soviético, que ignoraba su pertenencia a las SS, evitara que un partisano checo le disparara en la nuca, como acababa de hacer con otros alemanes. En la posguerra dejó atrás su pasado sin sentimiento de culpa y disfrutó de la prosperidad de la República Federal, feliz con su cerveza, su aguardiente y su cigarrillo, como aparece en una fotografía de los años sesenta.