Image: Preguntando entre lágrimas / Ayer, de camino

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Ensayo

Preguntando entre lágrimas / Ayer, de camino

14 octubre, 2011 02:00

Peter Handke

Traducción de Cecilia Dreymüller. Alento, 2011. 300 páginas, 20 € / Traducción de Eustaquio Barjau. Alianza. 705 páginas, 26,50 €

Entre los literatos de raza actuales destaca, sin duda, Peter Handke (Griffen, Austria, 1942), uno de esos escritores seguros de que la creatividad artística se alberga en un lugar interior, quizás el cerebro, donde los autores elegidos por las musas captan las esencias humanas autónomas, desprovistas de conexión alguna con la realidad. Si a este misticismo literario le sumamos su calidad de autor vanguardista queda claro que sus novelas, dramas, poesías y ensayos, buscan un lector especializado en el goce de las letras en un estado ideal. Paralelamente, Handke exhibe en sus obras una veta ideológica, afín a la de Günter Grass, mediante opiniones políticas que a veces sobrepasan lo razonable, como aquello de que los serbios son “todavía más víctimas que los judíos” (p. 219), afirmación luego rectificada.

El grueso volumen Ayer, en camino resulta un ensayo melosamente literario, que pide un lector fervoroso, un converso de las letras puras, apto para seguir al autor por Austria, Grecia, Francia, o por ciudades como Ámsterdam, Estambul, o diversas regiones españolas, Andalucía, Cataluña, Galicia, Asturias, y así. Se trata de la reela- elaboración de notas tomadas en un período (1989-1990) cuando carecía de residencia fija. Los lugares, los autores que en ellos vivieron, cuanto ve, enriquecen su percepción y le llevan a redactar un larguísimo libro de comentarios y descripciones. Al final, la paja domina sobre el trigo, y este lector acaba sintiendo impaciencia con su escritura autocomplaciente y hueca.

En Preguntando entre lágrimas, Handke argumenta a favor de una causa mal definida y desnudo de razones pertinentes: su impenitente defensa de Milosevic y su cohorte de asesinos, como el sanguinario Radko Mladic, descontando, entre otras, la matanza de Srebenica con el débil argumento de que los serbios sufrieron también. Por una tortuosa senda llega a acusar de complicidad asesina a la prensa occidental, a los políticos, a cuantos defienden los derechos del hombre, porque olvidan a las víctimas inocentes del conflicto en los Balcanes. Digo tortuosa, porque para ocultar la responsabilidad de los políticos serbios, en los dos primeros capítulos, un recuento de fugaces viajes a la antigua Yugoslavia, se fija en la manera en que los ciudadanos sobreviven a los bombardeos.

No ve, en cambio, a los musulmanes. Su manera de calibrar la guerra resulta decidamente surrealista. Viajando hacia el sur de Yugoslavia, se detiene en un bello paisaje en el camino, con sembrados y viñedos, donde descubre un diablillo oculto. “Se trata de algo imposible de captar, invisible, indescriptible, y así y todo ‘malvado', algo que te deja sin habla, y que se desprende de la guerra, del estado de guerra, más allá de sus objetivos, de sus escenarios reales'” (p. 57). Este lector tiene que pincharse para aceptar que diga semejantes cosas: que mirando a la naturaleza intuye algo más, una esencia del mal, descontando la destrucción a su alrededor. Lo que sucede es que Handke se empeña en negar la realidad, los daños de la guerra, la verdadera tragedia de los conflictos bélicos. Malo es que un autor se meta en política, aún peor que meta lo literario en la política.

Consigue, sin pretenderlo, realizar un truco mágico: volver el mundo del revés. Cuando habla de Srebenica, se queja de que los occidentales no vimos a los pobres serbios de la ciudad, su masacre, y niega obviándolo el genocidio de los musulmanes. Los miles de niños, ancianos, mujeres, que fueron asesinados en ese enclave protegido por la ONU. El entrever en la magia de las brumas le impide ver lo que pasa en la calle y, lo que es peor, su discurso contamina los procesos humanitarios. Handke critica a Médicos sin fronteras, a Human Rights Watch, a los tribunales de justicia. Su narcisismo es agobiante en ambos libros.

Sólo al final hace una propuesta sensata tersamente redactada: que se considere la tragedia de los serbios junto con la de los musulmanes.