Image: Lope de Vega. Epistolario (1604-1633)

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Ensayo

Lope de Vega. Epistolario (1604-1633)

Lope de Vega. Prosa III Obras completas

19 junio, 2008 02:00

Lope de Vega.

Edición de Antonio Carreño. Biblioteca Castro. Madrid, 2008. LIV págs + 1671 págs, 48 e.

Lope no escribió tantas cartas para que nosotros ahora las leyéremos; pero las leemos, como si fueran obras literarias, buscando en ellas la huella humana del artista, avizorando en los rincones de una existencia llena de azares y de pasiones, y jugamos a ir desde su obra a ese rosario de hechos cotidianos. Ya hace tiempo que subrayaron los lopistas como rasgo mayor del epistolario la sumisión ante el Mecenas, el duque de Sessa, hasta extremos que hoy nos resultan inconcebibles, particularmente hasta entregarle su propio epistolario amoroso, privado, o hasta servirle de intermediario y consejero en sus aventuras y en sus veleidades amorosas. El lector tendrá que realizar un desplazamiento ideológico si quiere entender esa relación, que ya era forzada incluso para la época; y tendrá que salvar la imagen de Lope por otros caminos que no sean los de la justificación de su conducta, teniendo siempre en cuenta que el escritor habla en voz baja a su protector. Habremos de escucharle como quien recibe confidencias.

La parte más positiva de esa larga y compleja relación fue la obsesión del Mecenas por hacerse, guardar e incluso coleccionar autógrafos del escritor, de manera que la historia del epistolario y de buena parte de sus autógrafos ha de hacerse a partir de la casa nobiliaria a la que pertenecía el Duque, la de los Fernández de Córdoba. El seguimiento del riquísimo patrimonio de esta casa nobiliaria padece los mismos descalabros que otras, como la de Osuna, y constituye uno de esos capítulos escalofriantes de nuestra historia cultural, que culmina al fallecer sin sucesión el Conde de Sessa en 1750, con la casa de Altamira, cuyos bienes se vendieron entre 1868 y 1975. Quede para otra ocasión narrarlo. El resultado final del expolio y la desidia, en el caso de las cartas, da un resultado de cinco volúmenes autógrafos, de los cuales tres paran en lugar conocido y dos andan perdidos o escondidos. Aprovechemos para indicar que existen más cartas de Lope de otra procedencia, aparte de las aproximadamente 400 que se conservaron en aquellos volúmenes, rotuladas como Cartas y billetes de Belardo a Luçilo.

Los grandes eruditos del siglo XIX (Durán, Barbieri, Luis Fernández Guerra, Rosell, Hartzenbusch, Gayangos…), que descubrieron el tesoro (en 1863), realizaron algunos juegos de copias, en las que se basaron las primeras ediciones, particularmente la más ambiciosa (1935-1941), la de González de Amezúa, reeditada en facsímil recientemente (1989); pero ni ésta ni la de ángel Rosenblat (1948), ni las antologías, ni la que ahora reseñamos, ninguna, se ha efectuado con el rigor y la conocimiento que exigiría un trabajo filológico de esta importancia, ni mucho menos a la vista de todos los autógrafos que pudieran consultarse. Se han copiado de unas a otras, normalmente dando por buenas las copias manuscritas que se conservan en la BNE, hechas por el paleógrafo Isidoro Rosell.

Como bien se ve, Lope también está por investigar, trabajar y editar en una parte muy amplia de su obra. Ojalá el grupo "Pro-Lope", de Barcelona, se haya planteado también esa tarea.

Apresurémonos a añadir que las cartas, no obstante, se pueden leer tal y como nos vienen. Como textos no literarios, acarrean mucha paja, mucha fórmula y una buena dosis de referencias inalcanzables. Parece necesaria la edición en dos etapas: primero, la rigurosa del epistolario completo; la antológica y depurada, después. Mientras tanto, los exquisitos volúmenes de la Fundación Castro; la vieja y anotadísima edición de Amezúa -hoy nos resulta excesivamente prolija- la antología de Nicolás Marín (1985), la documentación reunida por K. Sliwa (2007) pueden cumplir su misión provisional.

Y entonces verá el lector que es Lope quien, para servir al duque, le conseja cómo conducirse en el mar de los amores, y cómo el escritor va trazando poco a poco esa madeja que tejió con tantas mujeres a su alrededor y en la que se sintió atrapado y feliz; la conjunción de vida y literatura, de amores y escritura: "…que, como todo se remite a la pluma", no puede la tinta tanto, que se echan ella y el papel como la hembra y el varón. El papel se tiende y la pluma lo trabaja, como la forma y la materia, que todo es uno".