Image: Encuentros y diálogos con Martin Heidegger (1929-1976)

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Ensayo

Encuentros y diálogos con Martin Heidegger (1929-1976)

Heinrich Wiegand Petzet

29 mayo, 2008 02:00

Foto: Archivo

Traducción de Lorenzo Langbehn. Katz. Madrid, 2008. 300 páginas, 26 euros

Consecuencia de la controvertida adhesión del pensador alemán Martin Heidegger al régimen nazi, durante su época como rector de la Universidad de Friburgo, ha sido el que las diversas aproximaciones a su trayectoria vital se hayan centrado en esta espinosa cuestión, dificultando una comprensión más amplia del personaje. Sobre todo desde que a finales de los ochenta del siglo XX, en réplica a una serie de consideraciones exculpatorias publicadas por su hijo, Hermann Heidegger, las biografías de Hugo Ott y Víctor Farías incidieran polémicamente en este asunto: Ott condenó las miserias del individuo engatusado por el poder, dejando al margen su obra, y Farías, menos escrupuloso a la hora de interpretar los textos, dictó juicio sumarísimo contra todo su pensamiento, suscitando una enorme polvareda mediática. Más comedido, el trabajo de Rödiger Safranski, Un maestro de Alemania, vino luego a situar las debilidades del hombre dentro de su agitado contexto histórico y a explicar cómo su posterior recorrido intelectual le distanció del nacionalsocialismo.

Publicada en 1983, la obra del historiador y crítico de arte H.W. Petzet es previa a esta polémica y, aunque no ajena al debate con intentos precedentes de impugnar el conjunto del pensamiento heideggeriano por el episodio del rectorado, se mantiene a prudente distancia de esta cuestión, permitiendo otro tipo de acercamiento a quien por encima de todo es una de las figuras más destacadas de la filosofía del siglo XX. Tampoco pretende Petzet una reconstrucción biográfica exhaustiva. Su intención es la de esbozar algunos contornos de la vida de Heidegger a partir de cartas, anotaciones, charlas y recuerdos de su trato personal con el filósofo, a cuyas clases asistió en 1938 y con quien mantuvo una relación de amistad dilatada: lo suficiente como para acompañarlo desde su primera y exitosa etapa de profesor en Friburgo, pasando por la penosa prohibición de dar clases tras la guerra, el refugio en el terruño de la Selva Negra, el retorno al primer plano filosófico, la intensificación de su interés por el arte moderno y el Oriente, hasta los años otoñales y la despedida final.

Con Petzet como testigo directo descubrimos detalles de la existencia cotidiana de Heidegger. No hay aquí grandes novedades ni revelaciones escandalosas. Para alimentar el morbo con noticias como la de que, ya octogenario, el filósofo sufría un infarto mientras retozaba con una de sus amantes, el lector castellano tendrá que esperar a la traducción del epistolario con su esposa Elfride, Mein liebes Seelchen! (Munich, DVA, 2007).

Discreciones aparte, Petzet siente demasiada admiración por el personaje como para trazar un perfil completo de su compleja personalidad. No es, pues, en este plano de intimidades donde radica el atractivo de este libro, sino en el terreno mucho más fructífero de su información de primera mano sobre las conversaciones que Heidegger sostuvo con algunos de los contemporáneos que más influyeron en su obra. Fue Petzet, por ejemplo, quien realizó las gestiones oportunas para la reaparición pública del filósofo en las conferencias del Club de Bremen entre 1949 y 1950, quien editó las Cartas sobre Cézanne de Rilke, que tantos comentarios motivaron en él, y quien propició su encuentro con Chillida en 1968.

El capítulo dedicado a su relación con el arte es el que reviste mayor interés. Conocemos sus impresiones sobre Picasso, Braque o Klee, su contacto con escultores como Wimmer y su reacción ante el arte abstracto, en sintonía con sus consideraciones sobre el fin de la metafísica. Junto a estos datos, el libro aporta las notas manuscritas de Petzet sobre sus charlas personales con el filósofo y alguna divertida anécdota, como la de la profesión elegida por el monje de Bangkok con el que Heidegger mantuvo un sesudo diálogo sobre la serenidad del espíritu oriental y su contraste con la entrega del mundo occidental al vértigo de la técnica: el monje abandonó su orden y entró a trabajar en una compañía de televisión norteamericana.