Ensayo

Edad de hombre

Michel Leiris

30 marzo, 2006 02:00

Trad. Mauricio Wácquez. Laetoli. 194 pp, 16 e.

Libro clásico de la literatura autobiográfica y, al mismo tiempo, un precedente de la literatura más actual: el relato basado en sucesos reales a lo Truman Capote.

El acto de escribir supone para Leiris ( 1901-1990) una exploración por las galerías del ser propio para conseguir que su vida, considerada por él como extraña, se conecte con el ámbito social, explicando cómo y cuándo se produce la catarsis que nos convierte de jóvenes en hombres (o mujeres) y alcanzamos la madurez. Como toda obra importante, este volumen permite diversas lecturas; la voz del narrador, despiadada consigo mismo, supera el nivel de una simple confesión, enmarcada en la maniquea dualidad entre lo bien o lo mal hecho, y se expresa a modo de una conciencia abierta. Me dan ganas de añadir la nota patética, denominándola una conciencia sangrante, que consigue extraer un precioso mineral: el honesto sentimiento de un hombre.

Este libro posee la doble virtud de que gustará a los lectores puros, a quienes se mantienen encerrados en el círculo de tiza de lo estético, y a cuantos aceptan que la vida permee los textos. E incluso resultará satisfactorio para quienes quieran descubrir su veta social, que también la tiene, porque Leiris sabe muy bien que el sufrimiento íntimo del poeta palidece en comparación con el ocasionado por una verdadera tragedia, por ejemplo, por la guerra. Asimismo parece curioso que un autor considerado de culto, un esteta, busque lo que produce un sobresalto mundano. Sí es una pena que un libro tan célebre aparezca presentado a medias. Los editores actúan sólo de publishers y en ningún sitio explican bien ni la relevancia del autor ni la importancia del prefacio, que pertenece a la segunda edición.

Se abre el volumen con el mencionado prefacio, "La literatura considerada como una tauromaquia", texto enormemente lúcido. Apunta que los diarios íntimos como Edad de hombre prefieren centrarse más en la invención que en el hombre situado detrás. Para Leiris, el valor estético a secas de una obra no basta, el texto debe confrontar al lector como el cuerno del toro al torero, en su caso, con las más profundas intimidades de Leiris hombre, para que sienta al menos la sombra del miedo que produce la embestida en el capote del matador.

Michel Leiris se retrata con una sinceridad de la que pocos seríamos capaces. Su amigo el pintor Francis Bacon lo retrató de manera magistral, como un ser torturado; escindido entre su físico deficiente -se encontraba de "una fealdad humillante" (pág. 26)- y la visión intelectual de la vida, que compartía con amistades como Bataille o Sartre. Leiris conjuga en el texto la visión interior de sí mismo y la externa, sus sentimientos e ideas, y la imagen visual de su físico. En cierta manera, no seríamos injustos si dijeramos que sigue en la estela de Oscar Wilde y su Dorian Gray, que anota también con detalle los desoladores movimientos del espíritu que percibe en su rostro de hombre. El inglés descubre ese figura torturada en la última página, el francés comienza allí su tarea descriptiva. La edad del hombre nunca llega, porque jamás encuentra "un denominador común entre el mundo y yo" (pág. 169), el momento de purificación.