Ensayo

Balzac, la novela de una vida

Stefan Zweig

19 enero, 2006 01:00

Retrato de Balzac

Trad. Arístides Gamboa. Rev. Martínez Lage. Paidós. 2005. 440 págs. 24 e.

¿Qué fue Balzac para Stefan Zweig ? Una obsesión durante toda su vida y un ideal donde reconocer la verdadera estatura de un escritor. Zweig anheló conseguir para la literatura de su época el principio literario que alienta toda la obra del escritor francés: el pulso de la realidad y el pulso de la biografía, o lo que es lo mismo, la sobrehumana tarea de construir un mundo autónomo a éste que nos muestre de qué sueños, ambiciones, o fracasos estamos hechos.

El Balzac de Stefan Zweig es un hombre donde corren a una velocidad endiablada el entusiasmo, la fuerza de la voluntad y la fuerza de la codicia. Un hombre que ambiciona consumar esa vocación, esa fuerza irresistible que lo impulsa hacia la celebridad y el poder. Que considera la escritura sólo como un instrumento por el cual iba a ser celebrado en aquella sociedad de burgueses de salón y de aristócratas con pedigrí. "Tarde o temprano -le escribe a su madre en 1832, cuando ya era una sólida promesa literaria- ganaré una fortuna como escritor, en la política, en el periodismo, por medio de un casamiento o por algún gran golpe comercial". Pero cuando se fueron derrumbado todas las bagatelas de enriquecerse de forma rápida y sólo le quedó su antigua vocación literaria, se dedicó a ella con la monomanía de su soberbia y de su desesperación.

Tal vez por eso Zweig nos presenta a un Balzac que no cesa en despeñarse por toda una gama de patetismos irrisorios: su vitalidad exuberante, su glotonería y sensualidad, las mil formas de mitigar la plebeyez, mientras suspiraba por los salones desde un falso dandismo y un marquesado falso que le hizo engastar una "de" aristocrática para dar comienzo a su apellido. Pero que en realidad dibujaban el camino de una huida y el camino de un naufragio personal. "¡No te consumas tan prematuramente!", le suplicaba su amiga Zulma Carraud, quien aspiraba a ver a Balzac a la altura de su genio literario, más allá de cualquier elogio o censura, más allá de cualquier angustia por la notoriedad o el dinero, más allá del servilismo o la dependencia.

No obstante esa era la moral no sólo de Balzac sino de la época que le tocó vivir y la moral de los personajes que pueblan su literatura, personajes intrigantes, abyectos y egoístas. Personajes que quedan a merced de una pasión, ya sea la avaricia del campesino Grandet, la inmoralidad progresiva de Rastignac, los celos de Bette... Su precisión moral y física en la creación de caracteres, en la individualización de los tipos simbólicos siempre es envidiable, y más aún cuando se apoya en las descripciones de los interiores donde viven para analizar las costumbres morales que tan certeramente los retratan.

El Balzac de Zweig es un retrato vivaz y a veces hasta un retrato meritorio, sobre todo cuando destaca lo que de desenfreno pseudorromántico acusaron algunas de sus novelas, sus descuidos estilísticos, su ausencia a veces de lo que es la medida. Y por supuesto su gusto por las más deplorables inverosimilitudes y la herencia que le acarreó el poner su pluma durante algún tiempo al servicio de la novela de folletín.

Pero además, Zweig vio en Balzac su forma de compendiar lo que para el escritor austríaco significó la literatura y la vida. Por eso intentó que esta biografía fuera su gran obra. No obstante, y a pesar de dedicarle sus últimos diez años, ese deseo no pudo ser cumplido. Balzac se le descubrió como un universo inabordable, como un ser que se metamorfoseaba en sus más íntimos detalles, del cual era fácil hacerse una idea en un primer vistazo, pero que se escapaba cuando querías profundizar en sus motivos últimos.

El hecho de que apareciera póstumamente, después del suicidio de Zweig, y que fuera ordenada y revisada por Richardt Friedenthal, indica que dada la vastedad del proyecto estaba destinado a quedar inconcluso. Sin embargo, lo que debemos reconocer es el pulso que en él se echan dos gigantes de nuestra literatura y cómo uno busca en el otro el pasmo de donde nació aquella fuerza creadora, aquélla que supo retratar vigorosa y fielmente las costuras y las obsesiones de la sociedad de su tiempo.