Image: Manuel Godoy. La aventura del poder

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Ensayo

Manuel Godoy. La aventura del poder

Emilio La Parra

3 octubre, 2002 02:00

Godoy retratado por Goya (1801)

Tusquets. Barcelona, 2002. 582 páginas, 24 euros

"El más infame e idiota de los privados", "hombre todo ambición y doblez", con frases así y otras simplemente soeces solían despacharse con llamativa unanimidad oradores o publicistas de toda laya en los días de la Guerra de la Independencia cuando se referían a Godoy, y gustaban de hacerlo viniera el caso o no.

Absolutistas, liberales y afrancesados coincidían en cargar sobre las espaldas del Príncipe de la Paz la responsabilidad, no sólo del estado de cosas que había llevado a la ocupación napoleónica, sino de la "decadencia" de España que todos ellos, con fórmulas distintas e incompatibles, se disponían a enmendar. Que la animadversión que suscitara viniera de antiguo y que muchos ecos de esas descalificaciones hayan llegado hasta el presente muestran que Godoy ha sido uno de los personajes más controvertidos de la Historia de España y hace sorprendente que haya habido que esperar hasta ahora para contar con un estudio amplio y sólido sobre él, pero ha valido la pena, y habrá que esperar mucho para que alguno que lo supere.

Miembro de una familia hidalga sin muchos blasones ni recursos, emprendió como tantos de su clase una carrera militar de la que en principio poco podía prometerse; a la fortuna de poder hacerlo en la guardia de corps se unió un golpe de suerte vinculado a su destreza hípica que hizo que el futuro Carlos IV y su mujer, María Luisa, se fijaran en él dándole acceso a su círculo privado. El entonces príncipe de Asturias, cuyo acceso al trono se adivinaba próximo, era centro de intrigas por parte de las distintas facciones cortesanas que se disputaban la ocupación de los cargos, y entre cuyos procedimientos no eran infrecuentes las murmuraciones como las que ponían en solfa la reputación de la futura reina. En Godoy encontraron los reyes un hombre resuelto e infatigable que les ofrecía una lealtad personal absoluta y en el que confiar librándose de las asechanzas de las facciones para consolidar el poder absoluto del trono. Godoy encontró la manera de satisfacer hasta el extremo su ambición y su vanidad. Los tres cumplieron lo que de la otra parte esperaban, estrechando una relación en la que no faltó el aprecio sincero. El precio de todo ello fue el odio de quienes se vieron desplazados por el encumbramiento del favorito, que se expresó en la inverosímil versión de la reina liviana, el rey consentidor y el valido garañón e incompetente. La imputación fue temprana, circulando ya en los días de la guerra con la Convención, en 1794, y se sostuvo durante todo el reinado con concursos tan estimables como el del futuro Fernando VII, que concursos tan estimables como el del futuro Fernando VII, que distribuía coplillas y grabados injuriosos para Godoy, pero aún más para sus padres.

Lo anómalo en la promoción de Godoy no fue tanto el hecho en sí sino la profusión de los honores y empleos que se le concedieron y la rapidez con que los alcanzó. En último extremo, los reyes querían todos los poderes para el hombre en el que confiaban y él nunca dudó que los merecía. Si su preparación al hacerse cargo del gobierno era muy limitada, demostró talento y su actividad en terrenos como la cultura o las obras públicas no desmereció a la de otros ministros de la época. Un régimen personal como el que representó no pudo dejar de incurrir en arbitrariedades y abusos, pero su ejecutoria estuvo lejos de ser la de un fanático antiilustrado. Los problemas de fondo, que eran lo de todo un sistema social y político, estuvieron lejos de su capacidad, aunque no de su comprensión, y los problemas exteriores resultaron tan complejos que acabaron por ponerle en manos de un Bonaparte en quien llegó a ver la salida a sus últimas ambiciones y a su propia seguridad cuando llegase a faltar Carlos IV.

La reconstrucción de la vida política de Godoy que hace La Parra está impecablemente documentada y jalonada de consideraciones atinadas, estructurada muy a fondo y bien escrita; no sólo ayuda a entender al personaje sino igualmente mecanismos profundos y efectivos de la política de su tiempo. Tal vez pueda echarse de menos un tratamiento más sistemático de la psicología de Godoy en la medida en que las fuentes lo permitan, pero no por eso su trabajo deja de ser modélico.