Image: Experiencia y pobreza. Walter Benjamín en Ibiza

Image: Experiencia y pobreza. Walter Benjamín en Ibiza

Ensayo

Experiencia y pobreza. Walter Benjamín en Ibiza

Vicente Valero

23 mayo, 2001 02:00

Península. Barcelona, 2001. 215 páginas, 2.200 pesetas

Vicente Valero ha sabido escribir toda una
cosmogonía del universo benjaminiano, un libro tan perspicaz como estimulante, donde se recrea a Benjamin como una conciencia desheredada

Walter Benjamin fue siempre un solitario. Como Job,o como Kafka, sus meditaciones (sus solitarias meditaciones) se interrogan siempre entre la posibilidad de lo divino y la presencia palpable de lo demoníaco; y su mirada, lo mismo que la del Angelus Novus de Paul Klee, es una mirada atónita donde las ruinas se contemplan por el tamaño de la tragedia a la que se acaba de asistir. Huidizo y concentrado en sí mismo, de él dijo Joseph Hergesheimer que daba "la impresión de ser un hombre que acababa de descender de una cruz y estaba a punto de subirse a otra".

Los pasos ibicencos de Benjamin, que recrea en este libro Vicente Valero, son al fin una metáfora de todo esto. Comprendidos en dos viajes, el primero entre abril y julio de 1932 y el segundo entre abril y septiembre de 1933, se reúnen en ellos no sólo las circunstancias vitales sino también un análisis de su pensamiento que nos permite, desde aquí, repensar toda su obra. Hombre en crisis permanente, la época estudiada se sitúa entre su divorcio de Dora Kellner y la llegada del nazismo al poder, y nos facilita un retrato de Benjamin donde Ibiza, con su naturaleza magnética y misteriosa, es una tregua y una sospecha del destino que le esperará más tarde.

El Benjamin ibicenco es un rebelde fiel, cercado por las penurias económicas, por las angustias existenciales que encuentra en esta isla del Mediterráneo no sólo un precario descanso personal sino también la posibilidad de realizar una anatomía de la modernidad y una crítica a ésta. La arquitectura local o las narraciones orales (que tanto le influirían en su primer viaje), el paisaje oracular o ese microcosmos de la bahía de San Antonio, donde residió, se convierten en símbolos sobre los que meditar, una meditación sobre las relaciones entre lo viejo y lo nuevo, el primitivismo y la modernidad, o si se quiere entre lo divino y lo profano, que son centrales en su obra. Desde este punto de vista, el ensayo biográfico de Vicente Valero apunta hacia ese tema que será tan caro a Benjamin como es el de la percepción, el conocimiento o el autoconocimiento, un tema que atraviesa no sólo todos sus escritos ibicencos sino su experiencia misma de los días de la isla y del tiempo personal e insólito que le tocó vivir. Es en este sentido en el que cabe explicarse su interpretación de los sueños, sus relaciones con el hachís o el opio o sus teorías sobre la naturaleza del lenguaje y sus correspondencias con la cosa nombrada.
Por medio de una reconstrucción del ambiente cultural de la isla en esos momentos, en concreto de esa galería de retratos de extranjeros de ambivalentes identidades, Valero, además, traza una teleología mítica de Ibiza como lugar de encrucijadas personales, como destino de desarraigados europeos, de víctimas del tiempo histórico en el que se estaba viviendo. Filólogos como Walther Spelbrink, amores como Olga Parem o Toet Blaupot ten Cate, dadaístas como Raoul Hausmann o espías nazis sirven no sólo para reconstruir la vida de Benjamin y aquellos meses ibicencos, sino para caracterizarlo, para caracterizar el mito insular y para aproximarnos a una época de cruces y destinos donde la convulsión posterior planea como una amenaza. Para ellos Vicente Valero ha sabido construir una narración de los hechos basada en testimonios hasta hoy inéditos, ha sabido rastrear las claves de la Ibiza de aquella época y, sobre todo, a través de la correspondencia y escritos benjaminianos acercarnos a su figura y a su obra de una manera desconocida en el panorama español.

Vicente Valero ha sabido escribir, en fin, un libro tan perspicaz como estimulante, donde Benjamin se recrea como una conciencia excepcionalmente desheredada ("el miserable, com le llamaban los payeses), marcada por los afectos contrarios y el sufrimiento enfermo. Una mente aislada que se entrega a la indagación secreta, una mente dialéctica en la que combaten la engañosa placidez, los sentimientos dislocados y un mundo (no sólo de la isla) que se escapa en su última imagen benevolente. Con su estilo (que recuerda el propio estilo del tiempo insular) certero, diáfano y elegante, donde las profundidades se atisban, Valero ha escrito no un episodio menor de Benjamin, sino toda una cosmogonía del universo benjaminiano. Al final, cuando ya Benjamin se despide de la isla, uno se queda con el nudo en la garganta y sólo puede recordar aquella frase de Dante a la puerta del Infierno: "No hay remedio para tu fractura, tu herida es incurable".