Ensayo

Secretos de la carne (Vida de Colette)

Judith Thurman

31 enero, 2001 01:00

Traducción de Olivia de Miguel. Siruela. Madrid, 2000. 755 páginas, 5.950 pesetas

Una vida estupenda, escrita minuciosamente por una especialista norteamericana en vidas (escribió la de Isak Dinesen) de mujeres escritoras y libres

Colette fue un mito en la moderna literatura francesa. Aunque no lo sé con seguridad, quiero creer que lo seguirá siendo, y en cualquier caso, cuando este libro se traduzca al francés (el original es inglés) ayudará a recrearlo o a mantenerlo.

Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954), que concluyó firmando con su apellido a secas -muchos siguen creyendo que es un nombre-, fue un personaje, una gran escritora múltiple (novela, periodismo, teatro) y además una mujer muy moderna, en cada época que le tocó vivir. Pura y ardientemente sensual y novedosa hasta llegar a pasar, para los buenos burgueses, por pecadora y mujer de mala vida... Aunque muy bien puede ser reclamada por el feminismo (y algo de ello, muy de fondo, late en el libro de Thurman) la verdad es que Colette se ocupó muy poco de esas teorías. Quiso ser libre y feliz -el cuerpo, la carne, tiraban mucho de ella- y se tomó esa libertad por cuenta propia. Empezó haciendo de negro de su primer marido, Willy (un célebre periodista y bont vivant de la época) al publicar en 1895 Claudine à l’école, confesiones de una muchachita perversa, cuyo éxito daría pie a una serie y a la moda Claudine, que se emparentaba en erotismo de vago aire frívolo, con los tonos decadentes del París finisecular. Tras el éxito de la serie -inicialmente firmada sólo "Willy"- apareció su mujer, bien conocida en el mundo de la noche y de los cabarés, y los libros empezaron a firmarse por Colette Willy. Cuando se separase de él (del bueno y explotador de Willy) aparecería, al fin, Colette a secas...

En la Belle-époque (hasta la Primera Guerra Mundial) Colette escribió hermosos libros -a veces llevados al teatro por ella misma, su actividad casi siempre fue febril, incesante- al tiempo que no paraban sus amores y amoríos con los dos sexos. Colette frecuentó el brillante París lésbico de la época, dominado por la ilustre y libérrima figura de La Amazona (la millonaria norteamericana Natalie Clifford-Barney) e inicialmente también por la anoréxica poetisa francesa Renée Vivien... Colette escandalizó y sedujo. Se vistió de hombre, pero también enseñó los pechos en fotos atrevidas dirigidas al mercado masculino. Y no dejó de coquetear con los varones, al tiempo que se liaba con Missy (apelativo cariñoso de la muy aristocrática Marquesa de Belboeuf, Denise de Morny). En ese tiempo, Colette podía cotejarse -aunque menos espectacularmente guapa- con la célebre cortesana, que también tuvo sus idilios sáficos, Liane de Pougy. Son los tiempos turbulentos de su novela La chair (La carne).

Después Colette volvió a casarse con Henry de Jouvenel con quien tendría una hija, Bel-Gazou. Lo que naturalmente no impidió que la espléndidamente libre Colette (que escribía artículos, hacía reportajes y hasta se estrenó como creadora y propietaria una marca de cosméticos) tuviese un apasionado romance con su hijastro -más tarde célebre filósofo- Bertrand de Jouvenel. Porque Colette (dedicó al tema su célebre novela Chéri) fue una de las primeras en declarar -aunque no incompatiblemente- su amor por los chicos jóvenes. La mujer madura y el chico joven y a ser posible con aire un poco revoltoso, el chico malo-bad boy tan de moda hoy mismo...

Aunque los mejores tiempos de Colette terminan con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y el París ocupado por los nazis, ni su fama ni su aura decayeron después. Amiga de Francis Carco (que la llevaba al orbe canalla, que amó siempre) y de Jean Cocteau, que le hizo un bonito retrato, Colette fue en los últimos años de su vida, cuando vivía casi encerrada y entre gatos en su caluroso apartamento de las arcadas del Palais-Royal, una vieja gloria de redondo pelo rizado, teñida, pintada y artrítica. Así la conoció Truman Capote, por ejemplo. Una leyenda de vida libre y de buena literatura, abierta a todos los vientos morales, como demostró en muchos de sus libros. Ella declaró su preferido Le pur et l’impur (Lo puro y lo impuro) una novela con algo de ensayo sobre la pluralidad sexual, que se abre en un fumadero de opio.

Una vida estupenda, escrita minuciosamente por una especialista norteamericana en vidas (escribió la de Isak Dinesen) de mujeres escritoras y libres.