Ensayo

Amarga victoria

Pedro J. Ramírez

15 noviembre, 2000 01:00

Planeta. Barcelona, 2000. 450 páginas, 3.200 pesetas

Pedro J. Ramírez es un kennedyano que enfoca los problemas de la política española en clave de serie negra americana, con un registro estético muy distante de la austeridad y el laconismo del lider popular, de quien le convencieron su honradez, serenidad y capacidad de sobreponerse

La teoría de la conspiración no tiene crédito entre los historiadores solventes. No sólo es intelectualmente endeble, también es, moral y políticamente, insidiosa y nociva para la libertad. Los conspiradores existen, ciertamente, y llegan a obtener grandes ventajas de sus intrigas. Pero, por fortuna, la realidad que permanece fuera de sus planes del conspirador es siempre más complicada e imprevisible que sus intrigas. Una cosa es segura: quien habla de conspiraciones para explicar la historia en su sentido amplio, además de alucinarse o, sencillamente, mentir, busca la tiranía, pues sólo con la ayuda del silencio pueden imponerse este tipo de explicaciones.

Sabido es que el anterior Presidente del Gobierno y sus partidarios mantuvieron y mantienen que el cambio de gobierno de 1996 fue resultado de una "conspiración mediática", urdida por un grupo de periodistas al que Juan Luis Cebrián, ex director de El País, bautizó como el "sindicato del crimen". Este grupo se alió con la derecha "de siempre", disfrazada de centrista, y contó para sus planes con la inapreciable ayuda de Izquierda Unida y de Julio Anguita. Pues bien, Amarga victoria es la recopilación minuciosa de los hechos, argumentos y razones con la que su autor, Pedro J. Ramírez, sin duda el jefe de los "conspiradores" para sus enemigos, fija para la historia el significado de la tremenda confrontación, política y periodística, que tuvo lugar entre mediados de 1994 y el primero de los triunfos electorales del Partido Popular, en marzo de 1996.

La impresión fundamental que embarga al lector es la de zambullirse de nuevo en las páginas del diario "El Mundo", cuando rebosaban de aquel ambiente irrespirable de escándalos gubernamentales del socialismo declinante. Reaparece con ellos la impavidez y la negación sistemática tras las que se abroqueló González para negar toda responsabilidad en hechos algunos aterradores, indignos todos que, inevitablemente, afectaban de lleno su responsabilidad política y moral.

La descripción de varios de los escándalos, como el de la fuga y entrega a España del que fuera director general socialista de la Guardia Civil, Luis Roldán, permite asomarse a relaciones de gran interés entre el autor y personajes decisivos en la política de aquellos dos años, como la que mantuvo en este caso, o en el de los papeles de Perote en poder de Mario Conde, con el habilidoso biministro Juan Alberto Belloch, "Luis Alberto", de quien era difícil saber qué ambicionaba más, si limpiar la imagen de su partido o suceder a González.Bastante más tenue y episódica, pero no por eso menos determinante, aparece la relación entablada con el juez Garzón, alias "el Príncipe". No podía faltar, y no falta, el contenido y las razones de la confrontación entre "El Mundo" y su director con el Grupo Prisa y Juan Luis Cebrián. Razones que el autor resume afirmando que "en el Grupo Prisa la soberbia ideológica remaba en la misma dirección que el ánimo de lucro" (p. 226).

Otra de las relaciones fundamentales descritas en el libro es la que unió al autor con José María Aznar, nuevo líder del refundado Partido Popular. Es la historia de un combate político compartido, del que no estuvieron ausentes las diferencias. Pedro J. Ramírez es un kennedyano acostumbrado a enfocar los problemas de la política española en clave de serie negra norteamericana, por tanto, con un registro estético muy distante de la austeridad y el laconismo del líder popular, cuya fibra política es, por otra parte, más moderada que la del autor. Al mismo tiempo, éste reconoce que de Aznar, de "Jose", como le llaman sus íntimos, le convencieron sus virtudes de honradez, serenidad y capacidad de sobreponerse a duras y muy amargas decepciones, caso de la corta victoria electoral del 96.

El momento más interesante del libro llega con la larga descripción del que parecía encuentro inevitable, pero que finalmente no tuvo lugar, entre el autor y González, mientras se inauguraba, en la sede del Tribunal Supremo el año judicial, en septiembre de 1995, y a la que González asistió de toga. El climax de aquella situación se alcanzó cuando el tenso ambiente del grupo en el que ambos se encontraban cambió bruscamente por la presencia del Rey, quien, con perspicacia y sentido del humor, dió un giro insospechado a la situación. No pasa desapercibido al lector, el cuidado que Pedro J. Ramírez pone en describir positivamente la actuación de la Corona y cómo descarta acusaciones sin fundamento.

El cáracter de crónica minuciosa que tiene el libro facilita su "falsación", por decirlo en términos popperianos. Periodistas, políticos e historiadores podrán poner a prueba los datos ofrecidos y, con ellos, las razones del autor, lo cual contribuirá a convertirlo en un trabajo de referencia para estos años. Por otra parte, el libro deja bien claro qué había detrás de un combate que el propio autor calificó en su momento de David contra Goliath. Pedro J. Ramírez, al revés que otra gente proveniente de la izquierda, no se limitó a mirar cara a cara lo que estaba pasando, sin refugiarse tras la ideología "progresista", sino que, además, comprendió perfectamente que, cuando una determinada gestión gubernamental pone en crisis la democracia, la única solución es la alternancia. Tuvo también muy en cuenta el peso abrumador en la crisis de la megalomanía de González: "Quien había sido durante trece años -afirma el autor- el primer gobernante de izquierdas en seis décadas de historia de España no podía terminar como un presunto delincuente" (p.-264).