De izquierda a derecha, Javier Pérez Andújar, Mercè Rodoreda, Josep Maria de Sagarra, Francisco Casavella y Carmen Laforet. Diseño: Rubén Vique

De izquierda a derecha, Javier Pérez Andújar, Mercè Rodoreda, Josep Maria de Sagarra, Francisco Casavella y Carmen Laforet. Diseño: Rubén Vique

Letras

De 'Últimas tardes con Teresa' a 'El día del Watusi': las diez novelas que mejor retratan el alma de Barcelona

La ciudad condal es la invitada en la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), la más importante del mundo hispano. Vila-Matas, Carme Riera y Lucía Lijtmaer, entre otros autores barceloneses, escogen un título.

Más información: Alejandro Gándara, ganador del Premio de Ensayo Eugenio Trías por 'Los textos robados de la felicidad'

Publicada

Este sábado 29 abre sus puertas la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la más importante del mundo hispano y uno de los mayores acontecimientos culturales del año. En esta edición rinde además homenaje a Barcelona, urbe narrada por cientos escritores, que han explotado su infinidad de ángulos: el periférico y el central, el elitista y el popular, el cosmopolita y el localista...

El Cultural invita a diez autores ligados a la ciudad (de Enrique Vila-Matas a Andrea Genovart) a que elijan el libro que mejor retrata la sociedad, la cultura y el alma de la capital catalana.

Vida privada

Josep Maria de Sagarra

¿Novelas sobre Barcelona? ¿Cómo decirlo? Tal vez me alcance con este verso de Mallarmé: "Nada habrá tenido lugar salvo el lugar".

De esa ciudad, en 1932, se ocupó a fondo, como nunca antes se había visto, Josep Maria de Sagarra en su novela Vida privada. Le dio al lugar una indestructible categoría literaria, al tiempo que creaba un terremoto que golpeó de lleno a la aristocracia catalana: una sacudida similar a la que en el Nueva York de los 70 ocasionó la aparición de Plegarias atendidas, de Truman Capote.

Si trato de imaginar qué pudo suceder para que hubiera tanto asombro y escándalo, me respondo: que no había costumbre. Porque la novela de Sagarra fue una inesperada, demoledora crónica social de la Barcelona de principios del siglo pasado. Una crónica que de pronto situó a la ciudad en el mapa de la más alta literatura europea al narrar la transición de la vieja aristocracia a la hipócrita y tarada alta burguesía.

Enrique Vila-Matas. Foto: Antonio Navarro Wijmark / Seix Barral

Enrique Vila-Matas. Foto: Antonio Navarro Wijmark / Seix Barral

De hecho, con semejante material, para bien y para mal, Vida privada ha acabado siendo la madre de todas las grandes novelas sobre Barcelona, la que creó el género, incluidos los clichés que todavía están ahí y que han utilizado tantos sucesores de Sagarra. Clichés que a veces vuelven imposible que se detecten, por ejemplo, novelas de nuevo cuño que no nombran a Barcelona, pero que hablan solo de ella.

Para mí está claro que, noventa y tres años después, el asombro y el escándalo que provocara Vida privada están más que amortiguados, pero sobrevive en cambio, cada día más, la admiración por el extraordinario ejercicio de virtuosismo lingüístico desplegado por el autor acerca de ese lugar en el que, tarde o temprano, nada habrá tenido lugar, salvo el lugar. Lo llamarán Barcelona.

Enrique Vila-Matas

La plaza del diamante

Mercè Rodoreda

Nadie diría que recibir el excremento de una paloma pueda ser una experiencia literaria, a no ser que te suceda en la plaça del Diamant, cosa bastante probable y que a mí misma me ha pasado en más de una ocasión. Porque las palomas, como en la novela de Mercè Rodoreda, de 1962, invaden el espacio público, el de la plaza, el del barrio de Gràcia y el de toda una Barcelona en la que resuena constante el gorjeo familiar e inquietante de estas aves.

En el instituto me contaron que las palomas son en la novela un símbolo de la autoridad masculina que somete a las mujeres, como a su protagonista, Colometa, a la que le han colonizado hasta el nombre. Desde que la leí, me resulta casi imposible andar por Barcelona sin ver a Colometa en cada esquina, sin sentir su dolor pero también su hambre de vida, que es un poco la de todas.

Mar García Puig. Foto: Pau Venteo

Mar García Puig. Foto: Pau Venteo

Nací, crecí y sigo creciendo junto a mis hijos alrededor de la plaça del Diamant. Eso es un privilegio, pero también una especie de condena. Porque siempre que me toca cruzarla, me parece escuchar ese grito del infierno que una Colometa ya mayor profiere al final de la novela en medio de la plaza, un grito con el que se niega a ser fantasma.

Pase el tiempo que pase, ahí creo verla, y me pregunto si las hordas de turistas la ven y la escuchan como yo. Entonces viajo a mi futuro y me imagino soltando ese mismo grito, en una sucesión donde barcelonesa tras barcelonesa nos vamos dando el testigo.

Mar García Puig

El día del Watusi

Francisco Casavella

La pertinencia del Watusi y de Francisco Casavella debe mucho a la tozudez de lectores, amigos, escritores, periodistas y editores que hemos considerado no solo justicia poética sino también algo personal y literario evitar que el olvido engulla esta novela y a su autor. A ellos y a la enjundia de la obra en sí.

Hay pocos casos en la narrativa contemporánea española que puedan mirar de tú a tú a cualquiera, y no saberse impostor. Todo lo contrario, Casavella hace que sigamos el baile del Watusi con los nervios tensados de nuestra propia tradición (picaresca, literatura de quiosco, Marsé, barriada) y de los excelentes menús musicales y literarios del propio autor (Pynchon, rumba, novela de formación, Stendhal, Otis Redding...).

Carlos Zanón. Foto: Felipe Huertas

Carlos Zanón. Foto: Felipe Huertas

La Barcelona de El día del Watusi (2002-2003) es la del barrio del Poble Sec, a las faldas de la montaña de Montjuic y a espaldas de un mar que se huele y se intuye pero que puedes no ver. Territorio de niños aventureros en una ciudad aún con descampados y fronteras que solo distinguen aborígenes del lugar.

Casavella escuchaba cerca y miraba lejos, le encantaba descifrar señales en libros y conversaciones banales. Y por todo ello, sabía que Barcelona era ciudad mítica o no era. Y ese mito que vence a lo cotidiano se vertebra en lo literario a partir de las leyendas del barrio, las exageraciones de borrachos en la barra de bar. El material del que están hechos los sueños, en definitiva.

Carlos Zanón

Paseos con mi madre

Javier Pérez Andújar

Mi novela sobre Barcelona ni es novela ni transcurre principalmente en Barcelona, pero es para mí el libro que mejor retrata la ciudad desde la mirada de los que no somos de allí, pero nacimos muy cerca. Paseos con mi madre de Javier Pérez Andújar (2011) fusiona con humor, emotividad y sentido crítico la memoria, la crónica urbana y la reivindicación de una Barcelona alejada de los tópicos de postal.

Pérez Andújar lo hace desde Sant Adrià del Besós, una de las ciudades "del cinturón" que rodean Barcelona y le dan, como el mar, la excusa para no crecer. Es la visión desde la periferia, de los que entran en la ciudad, pero vuelven a casa tras cruzar un río; un río que no pertenece a Barcelona, sino a esas ciudades que son como las hermanas feas de la reina de la belleza. La mirada del autor es la de la periferia, la de quien la ha estado observando, admirándola y detestándola a la vez.

Rosa Ribas

Rosa Ribas

En Paseos con mi madre reconocía mis propias sensaciones; donde el autor escribe Sant Adrià del Besos yo puedo leer El Prat de Llobregat y entender por fin por qué ese anhelo de pertenencia es irresoluble: Barcelona es una ciudad que te deja vivir en ella, pero te recuerda que nunca dejarás de ser foránea. Hay pocas ciudades que posean tal capacidad de hacerte sentir de tu lugar de origen. Y, bien pensado, está bien que sea así. La desubicación es también una forma de identidad.

Rosa Ribas

El porqué de las cosas

Quim Monzó

Es oír el nombre de Monzó y pensar en Barcelona. No importa cuál de sus libros, ya sean los relatos de El porqué de las cosas (1995) o Guadalajara (1996), o la novela Gasolina (1983). Todos me valen.

Porque es abrir una página al azar y allí está: el ciudadano de la metrópoli catalana, patoso en la comunicación más trivial, acarreando la frustración de no poder llevar a cabo una secreta ambición, con un drama hiperbólico como escenario de fondo en cada conversación matrimonial.

En la obra de este autor hay humor y sutileza, costumbrismo y ridículo; una prosa sintética que se enmarca en las calles del Pla Cerdà y los distritos que lo rodean, residencias y cafeterías, taxis y estudios de intentos de artista; los espacios están llenos de cosas, y hay bullicio, mucho bullicio.

Andrea Genovart. Foto: Eduardo de Benito

Andrea Genovart. Foto: Eduardo de Benito

Y entre toda esta constelación, avanza siempre la historia de un urbanita que progresa gracias a la fuerza motriz de su propia miseria.

Es, precisamente, a través del anonimato que permite la ciudad, que este maestro de la literatura catalana contemporánea refleja con una lucidez tremendamente ácida todas las encrucijadas, contradicciones y malabarismos grotescos que atrapan a quienes vivimos en esta ciudad de la que, aun odiándola, no podemos dejar de hablar. Ni escribir.

Andrea Genovart

La ciudad de los prodigios

Eduardo Mendoza

Escribió Philip Roth que La Gran Novela Americana no es una ballena, sino un hipogrifo. La Gran Novela de Barcelona quizá tampoco exista, pero si alguien es capaz de imaginar a ese animal mitológico, mezclando géneros como se barajan partes de animales, ese es Eduardo Mendoza. Y su hipogrifo más logrado es La ciudad de los prodigios (1986).

La novela sigue las cuitas barcelonesas de Onofre Bouvila, entre la figura del pícaro, que emplea su inteligencia para sobrevivir, y la definición de sinvergüenza, cada vez más siniestro en su afán de medrar. El vuelo del protagonista transcurre entre 1888 y 1929: es decir, entre las dos Exposiciones Universales que acogió la ciudad.

Los prodigios de ese periodo, que Mendoza repasa con audacia política y distancia irónica, pueden ser tecnológicos, pero son también engaños. Si no existen ni la magia ni los milagros, es que alguien gana con los trucos.

Miqui Otero. Foto: Cecilia Duarte

Miqui Otero. Foto: Cecilia Duarte

Escribió Mendoza en Gurb que en Barcelona el ayuntamiento actúa como llueve aquí: pocas veces, pero a lo bestia. Se refería a las exposiciones universales.

Pero también a los Juegos Olímpicos. Incluso tiene una nouvelle, La ballena, ambientada en el Congreso Eucarístico del 52, donde un cetáceo varado y expuesto en el puerto, otro prodigio, se pudre en toda su pestilencia por un puñado de plata. Mendoza, pues, encontró lo más parecido al Moby Dick de La Gran Novela de Barcelona y supo dibujar a su mejor animal mitológico.

Miqui Otero

Nada

Carmen Laforet

En 1615, gracias a la segunda parte del Quijote, Barcelona se convierte en ciudad literaria. Frente al espacio innominado, ese lugar de La Mancha del que Cervantes no quiere acordarse, Barcelona es un lugar concreto, un topos bien delimitado, la única ciudad en la que se detienen caballero y escudero.

Muchos años después, igual que Cervantes, también Carmen Laforet dirige los pasos de la protagonista de Nada (1945) hacia Barcelona. Andrea llega desde su pueblo innominado, que, al parecer, queda lejos de Barcelona, a muchas horas de trayecto en tren. Es Barcelona la que ocupa todo el espacio por el que trascurre la acción.

Carme Riera. Foto: Fernando Moreno

Carme Riera. Foto: Fernando Moreno

Sabemos el momento exacto en el que la protagonista llega, una noche de octubre y también el momento en que abandona la ciudad, una mañana, muy temprano, deseptiembre. Viene en tren sola y se marcha en coche acompañada. Con los dos viajes se cierra y se abre una expectativa distinta.

La estancia barcelonesa de Andrea apenas durará un año y aunque de la casa de la calle Aribau no se "llevase nada" y se fuera de la ciudad, a la que había llegado con tantas esperanzas, frustrada, quienes leemos la obra no podemos sentirnos más en desacuerdo, sobre todo porque de Barcelona se lleva algo importantísimo: el descubrimiento de la amistad: la amistad con Ena. uno de los temas centrales de la novela.

Carme Riera

Los príncipes valientes

Javier Pérez Andújar

La Barcelona literia que he conocido en los últimos años está lejos del centro de la ciudad y sus poderes. Es la Barcelona provincial del extrarradio, una ciudad que crece desde hace décadas en torno a un núcleo corrompido, vendido y cantado con la justa melancolía de lo perdido.

Los príncipes valientes (2007), de Javier Pérez Andújar, nos permite conocer la realidad del extrarradio a través de la infancia del autor. Historias de industriosos barrios en constante transformación que quedan fuera de los mapas y de los recorridos. En esos paseos Andújar revisita la zona del río Besós, frontera norte de la ciudad cuyo emblema es la apoteósica central térmica ahora derruida.

Víctor Balcells. Foto: Bárbara Balcells Matas

Víctor Balcells. Foto: Bárbara Balcells Matas

Un libro que rescata la necesidad de abrir el conocimiento literario de la ciudad más allá de sus trillados centros, también hacia la zona sur del río Llobregat y hacia el cinturón industrial construido en torno a la bolañesca y mítica autopista AP-7, cuyo núcleo de máxima literatura callejera es el Baricentro, emblema primordial de los centros comerciales y los no-lugares.

Un centro comercial del que guardo recuerdos borrosos pero inefables, tal vez superiores a la misma Sagrada Familia. Nos interesan, pues, los paseantes arrabaleros que buscan en lo minúsculo y cotidiano, que acechantes observan y cantan lo que ocurre en la cabecera de las líneas de metro, en los dominios de las naves industriales, en las fronteras donde se gesta lo nuevo.

Víctor Balcells

Espejo roto

Mercè Rodoreda

Espejo roto (1974) de Mercè Rodoreda es para mí la novela más importante de Barcelona. Es onírica, misteriosa, y de una belleza sobrenatural.

Se inicia con un salto de clase, el de Teresa Goday, que pasa de trabajar como pescadera en el mercado de la Boquería a subir hacia los barrios altos, que en el urbanismo de Barcelona significa caminar literalmente hacia arriba, dejando atrás el mar y yendo hacia barrios más pudientes. Teresa acarrea un secreto que la perseguirá toda su vida, incluso en su finca llena de árboles y joyas.

Lucía Lijtmaer. Foto: Johanna Marghella

Lucía Lijtmaer. Foto: Johanna Marghella

Se trata de una novela de aspecto decimonónico pero radicalmente moderna, además de un tour de force absoluto: desde un supuesto narrador omnisciente, Rodoreda explora el punto de vista de decenas de personajes desde el inicio del siglo XX hasta la guerra civil española. En un espléndido prólogo explica lo titánico de su aspiración, que es demostrar que la novela realista del siglo XIX, el espejo a lo largo del camino, solo puede ser fragmentario.

Personalmente, es una obra fascinante a la que siempre vuelvo, una especie de Gatopardo que tiene ecos de alta burguesía perdida, un mapa sentimental perfecto, con sus jardines llenos de flores, sus hijos ilegítimos, sus muertes antes de tiempo y el perfume de una Barcelona mítica, pasional, y bellísima. Jamás me canso de recomendar esta novela, es sencillamente perfecta.

Lucía Lijtmaer

Últimas tardes con Teresa

Juan Marsé

En Últimas tardes con Teresa (1966), Juan Marsé perfiló el alma de Barcelona, que tiene dos caras: la conservadora y la canalla. La novela está en el centro de esa alma doble, gravita entre el barrio de Sant Gervasi, donde viven las familias pudientes, y el Carmelo de los obreros que llegaban del sur de España.

La Barcelona que nos cuenta Marsé tiene es fascinante y de una adictiva plasticidad, y los usos y costumbres de sus habitantes, a pesar de que la historia sucede en 1956, siguen siendo los mismos.

Teresa Serrat, la protagonista, es el arquetipo de la burguesía barcelonesa: conduce un coche deportivo, sus padres tienen una casa con jardín y pasan los fines de semana en la Costa Brava.

Jordi Soler

Jordi Soler

Además es una universitaria politizada, de izquierdas, y siente una atracción abismal por la clase popular, tanto que se lía con el Pijoaparte, un chico del Carmelo. Para la madre de Teresa "el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano", escribe Marsé.

Esa atracción por la otredad, pero sin alejarse mucho de su jardín en Sant Gervasi, queda expuesta con una maestría y una vigencia vertiginosas; la vemos hoy en ese gusto que siguen teniendo los vecinos de Teresa por comer en fondas desharrapadas, votar a partidos de extrema izquierda y apuntarse a quemar contenedores cuando viene la ola independentista.

Jordi Soler