© Charles Thévenin: Toma de la Bastilla, 1793. Museo Carnavalet, París

© Charles Thévenin: Toma de la Bastilla, 1793. Museo Carnavalet, París

Letras

Rimas jocosas, efigies en llamas y otros hitos que afianzaron el temperamento revolucionario francés

Robert Darnton presenta en su libro el estallido de la revolución de 1789 en París como la culminación de 40 años de escándalos políticos y culturales.

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Hace dos años, los franceses se dedicaron a una orgullosa tradición nacional: las manifestaciones masivas. Lo que estaba en juego no era solo una política, sino una percepción. El presidente Macron había ignorado los deseos de su electorado.

El temperamento revolucionario

Robert Darnton

Traducción de Jordi Ainaud
Taurus, 2025
630 páginas. 39,90 €

Los folletos y pancartas mostraban el rostro de Macron superpuesto al retrato de Luis XVI, el rey derrocado por los revolucionarios franceses en septiembre de 1792 y decapitado cuatro meses después. "Luis XVI, Luis XVI, te decapitamos", advertía un canto omnipresente; "Macron, Macron, podemos volver a hacerlo".

La cultura de protesta que surgió en Francia en las turbulentas últimas décadas del Antiguo Régimen no ha abandonado la mente de los parisinos, ni, cabe imaginar, la del historiador y bibliotecario emérito de Harvard Robert Darnton (Nueva York, 1939), quien la analiza en El temperamento revolucionario.

En este esclarecedor estudio presenta el estallido de la revolución en París en 1789 como la culminación de 40 años de escándalos políticos y culturales que, alimentados por un aluvión de noticias reales y falsas procedentes de diversas fuentes, fomentaron "un temperamento revolucionario dispuesto a destruir un mundo y construir otro".

Por "temperamento", Darnton se refiere a "un estado de ánimo fijado por la experiencia de forma análoga al 'temple' del acero mediante un proceso de calentamiento y enfriamiento". Es "otro nombre", escribe, para la "conciencia colectiva" en el París prerrevolucionario, un supuesto pensamiento grupal o sentimiento general que fue galvanizado y radicalizado por los medios de comunicación que florecieron a medida que la monarquía se acercaba a su fin.

Darnton constata que en el periodo previo a la revolución, la opinión pública era "una fuerza peligrosa"

Autor de numerosas obras académicas sobre la cultura impresa francesa del siglo XVIII, Darnton examina este desarrollo no solo con erudición, sino también con talento literario. Organiza su material en capítulos breves, ordenados cronológicamente, con títulos llamativos como "Agreden a un príncipe por orden del rey" y "Los santos van a parar al infierno". Cada capítulo narra el estallido de una "guerra de información" que se extendió con inusitado alcance.

El libro se centra en los parisinos corrientes y evita "las intrigas ministeriales que tenían lugar fuera de su ámbito de visión", a menos que dichas intrigas se difundieran como rumores entre el público. Es posible que los lectores contemporáneos ya estén familiarizados con algunos de los episodios que dieron la vuelta al mundo en la Francia del siglo XVIII, como el caso del collar de diamantes, un sensacional caso de robo de identidad que tuvo como objetivo a María Antonieta y empañó su reputación.

Otros acontecimientos igualmente significativos para el clima sedicioso que se vivía en París fueron la supresión, en 1764, de los jesuitas en Francia hasta la detallada rendición de cuentas del ministro de Hacienda Jacques Necker, en 1781, sobre las finanzas del Estado, que hasta entonces se habían considerado "el secreto del rey".

Estos acontecimientos dieron forma al "discurso público", escribe Darnton, no tanto a través de un puñado de tomos de la Ilustración –aunque las obras de Montesquieu, Diderot y Rousseau supusieron contribuciones vitales– como a través de una "avalancha" de medios de comunicación populares.

En un capítulo titulado "Unas canciones tumban al Gobierno", Darnton presta atención a la profusión de versos burlescos rimados –ya fueran cantados en tabernas o coreados en disturbios– que se grabaron en la mente de los parisinos. Otros vectores de la indignación pública fueron la quema de efigies en los disturbios, los libelos contra figuras de la élite y los desgarradores relatos de primera mano sobre el encarcelamiento en la Bastilla.

Este mosaico de manifestaciones públicas, memorias polémicas y tratados políticos empleaba "un lenguaje que podían entender los parisinos de a pie". Fue la accesibilidad de esta retórica lo que la hizo tan eficaz para enviar "ondas expansivas a todos los sectores de la población".

Darnton admite que estas repercusiones son difíciles de rastrear y aún más difíciles de cuantificar. Aún así, sostiene que el efecto acumulativo de tales obras contribuyó a consolidar la opinión pública como una nueva fuerza formidable en la vida política francesa. Estas tácticas contrastaban claramente con la altivez señorial, el amiguismo corrupto y la absoluta falta de responsabilidad que, durante más de un siglo, habían caracterizado a los poderosos del Antiguo Régimen.

Necker, un plebeyo nacido en Suiza, se ganó la admiración de las masas al presentarse, según Darnton, "como el forastero honesto, dedicado al bienestar del pueblo". La prueba de su popularidad se produjo el 14 de julio de 1789, cuando la Bastilla fue asaltada por los parisinos enfurecidos, en parte, por la noticia de su destitución por parte del rey. Los acontecimientos y los personajes que pueblan El temperamento revolucionario condicionaron a los parisinos a plantear "preguntas sobre la legitimidad del sistema político".

Al leer esta declaración ahora, una se pregunta qué piensa Darnton de su resonancia con los acontecimientos políticos actuales. Es evidente que nuestra época está dominada por manifestaciones masivas de descontento político popular, difundidas en plataformas y formas que, hace tan solo una generación, o bien no existían o bien aún no tenían el potencial incendiario que han logrado adquirir desde entonces.

Sin embargo, nuestras guerras informativas actuales han fracasado a la hora de suscitar el tipo de idealismo optimista y la intolerancia hacia la tiranía que, según Darnton, llegaron a definir la lucha revolucionaria francesa.

Quizás por eso Darnton no se aventura a comparar el temperamento parisino del siglo XVIII con la mentalidad y los métodos de quienes hoy en día pretenden derrocar gobiernos. En su lugar, se limita a la acertada conclusión de que, en el periodo previo a la revolución, la opinión pública era "una fuerza peligrosa que, en determinadas circunstancias, podía volverse en contra" del orden establecido. Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.

© The New York Times Review