El alpinista Heinrich Harrer, junto a un monje budista.

El alpinista Heinrich Harrer, junto a un monje budista.

Letras

Heinrich Harrer y 'Siete años en el Tíbet': la historia real del alpinista que fue amigo del dalái lama

El escalador austríaco convivió con el joven líder espiritual en Lhasa y narró el final de un mundo antes de la llegada del ejército chino.

Más información: Soledad, angustia y fracaso: Lara Moreno retrata la precariedad de lo humano en sus punzantes relatos

Publicada

El alpinista austríaco Heinrich Harrer (1912-2006) estaba escalando en el Raj Británico, en concreto las laderas "asesinas" del Nanga Parbat, cuando la Segunda Guerra Mundial lo sorprendió con el piolet en la mano. Él y sus compañeros formaban parte de una expedición alemana y fueron detenidos por las autoridades coloniales, que los enviaron a un campo de internamiento en la llanura hindú. Tras varios traslados, terminaron en Dehradun, a los pies del Himalaya, de donde Harrer escapó en 1944, después de haberlo intentado en más de una ocasión.

Siete años en el Tíbet

Heinrich Harrer

Traducción Isabel Hernández. Libros del Asteroide, 2025. 488 páginas. 24,95€

Así pues, los siete años que, como es sabido, pasó en el Tíbet son solo la segunda parte de un viaje más largo que comenzó en 1939, cuando el escalador salió de Austria, y terminó en 1951, cuando abandonó el Tíbet tras la invasión del ejército popular chino. Entremedias, Harrer pasó cerca de cinco años recluido y siete en los dominios del dalái lama, de quien fue preceptor, consejero y, sobre todo, amigo. A su lado, como relata en Siete años en el Tíbet –un clásico ahora felizmente recuperado por Libros del Asteroide–, asistió al verdadero fin de un mundo.

En 1946, tras dos años de peregrinaje y casi mil kilómetros recorridos, él y su compañero Peter Aufschnaiter entraron, camuflados entre la gente, en la ciudad sagrada de Lhasa, donde el dalái lama tenía su residencia de invierno. Eran prácticamente los primeros europeos que pisaban aquel lugar. "Estábamos sobrecogidos", recordaba Harrer. "Nuestros sentidos, exhaustos por las muchas fatigas, eran incapaces de asimilar las impresiones que nos invadían en ese momento".

Lhasa era la bellísima capital de un país vetado a los extranjeros, una nación feudal y teocrática, pero esencialmente pacífica. Los peregrinos se instalaron en casa de un matrimonio tibetano, aprendieron el idioma y se mezclaron con la gente. Desde las azoteas del Potala, el palacio dorado del joven rey dios, el dalái lama, entonces un niño, observaba con su telescopio a aquellos europeos de pelo amarillo que se movían por las calles como dos tibetanos más.

Pidió conocerlos y con el tiempo entabló amistad con ellos, sobre todo con Harrer, a quien más tarde encargó, entre otras tareas, cartografiar la ciudad y construir un cine en el recinto del palacio.

Harrer, sin alardes estlísticos, se nos presenta como testigo del esplendor y el ocaso de una cultura valiosa

Harrer describe la milenaria cultura tibetana, hoy casi desaparecida, de un modo directo y eficaz, lo que contribuyó a la difusión de un libro –adaptado al cine en 1997, con Brad Pitt en el papel de Harrer– del que se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo. Tal vez sea lo más fascinante de estas páginas: la forma en que el aventurero, sin alardes estilísticos, se nos presenta como testigo del esplendor y el ocaso de una cultura valiosa, aunque inevitablemente idealizada.

En un colofón de 1992, el alpinista señala las nefastas consecuencias de la invasión china: miles de tibetanos partieron al exilio, otros tantos fueron vejados y asesinados, entre ellos muchos monjes, y se destruyeron cientos de monasterios.

Harrer lamenta lo poco que sobrevivió de Lhasa, y de su patrimonio cultural, y la estandarización llevada a cabo por los chinos, que sustituyeron las imágenes religiosas por retratos de Mao y llenaron las calles de tiendas, tabernas y casas de juego con farolillos rojos.

En 1989, el dalái lama, que desde 1959 vive exiliado en la ciudad india de Dharamsala, recibió el Nobel de la Paz. Para entonces Heinrich Harrer, persona non grata en la región autónoma del Tíbet, se conformaba con viajar una vez al año a alguno de los otros cinco países del Himalaya.