Iceberg Slim, el proxeneta que se volvió escritor de culto. Foto: Prime Video

Iceberg Slim, el proxeneta que se volvió escritor de culto. Foto: Prime Video

Letras

"Una prostituta no necesita amor, necesita miedo": Iceberg Slim, el proxeneta que se convirtió en escritor de culto

Antes de ser un autor superventas, Robert Beck controló durante más de veinte años a cientos de mujeres en el negocio del sexo, en los bajos fondos de Chicago.

Más información: 'Los golfos años 30': cuando las prostitutas preferían la monarquía antes que el socialismo

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“Estábamos con dos putas. No me jodas, era viernes”. La frase, dicha con una mezcla de risa y desdén, no es de Pimp, la brutal autobiografía de Iceberg Slim. Es de uno de los audios atribuidos al exministro José Luis Ábalos y su entonces asesor Koldo García, donde hablaban de fiestas privadas con prostitutas y transexuales, como si fueran parte del mobiliario.

España arde en escándalos: corrupción, prostíbulos, micrófonos encendidos y la palabra “puteros” repicando en cada tertulia. El momento no podría ser más oportuno para recordar que, mucho antes de los políticos atrapados entre prostitutas y mentiras, hubo un hombre que decidió contarlo todo desde el otro lado: Iceberg Slim, uno de los proxenetas más legendarios de la historia.

Robert Beck, más conocido como Iceberg Slim, no escribió sobre proxenetismo: lo ejerció durante más de dos décadas, con más de 400 mujeres trabajando bajo su control en los bajos fondos de Chicago.

Nació en 1918, y antes de cumplir los 20 ya se había adentrado en el oficio con precisión quirúrgica. Su apodo no era un capricho: “Iceberg” por su capacidad de mantener la sangre fría, de no mostrar emoción ante el sufrimiento de las mujeres que explotaba. Sabía que, si se quebraba, perdía. En su mundo, empatizar era fracasar.

“Una prostituta no necesita amor, necesita miedo”, escribe en Pimp. Es una de las muchas frases que hielan la sangre en su autobiografía. No hay moralina. No hay piedad. Hay un sistema descrito con exactitud: la captación, el lavado mental, la dependencia económica, los castigos, los premios.

Iceberg Slim posando durante una sesión de fotos. Foto: John D. Kisch

Iceberg Slim posando durante una sesión de fotos. Foto: John D. Kisch

En uno de los episodios más duros, cuenta cómo entrenó a una joven llamada Chris: “Primero le regalé unas botas de cuero. Luego la hice dormir en el suelo, luego le di la opción de comer o de ganar dinero. El proceso tardó una semana. Al final, me daba las gracias por haberla ‘salvado’”. Chris es solo una de decenas.

Cuando en 1967 publicó Pimp: The Story of My Life, ya no era un hombre peligroso. Era un hombre roto, libre, y con una historia por contar. La prostitución no aparecía como tragedia ni como redención, sino como estructura. La ciudad era un tablero y Slim, el jugador.

Pimp fue un éxito inmediato. A pesar de haber vendido más de dos millones de ejemplares en sus primeros años, este libro ostenta el récord (al menos esa es su leyenda) de ser el más robado en las bibliotecas de Estados Unidos y Reino Unido.

Su estilo —callejero, seco, despiadado— influyó tanto en la literatura afroamericana como en el hiphop, el cine y el periodismo gonzo. La influencia es más que evidente en la serie The Deuce (2017), de David Simon, que retrata el nacimiento del porno legal en el Nueva York de los setenta.

La actriz Maggie Gyllenhaal interpreta a una prostituta que no quiere que la domine un proxeneta en 'The Deuce'. Foto: HBO

La actriz Maggie Gyllenhaal interpreta a una prostituta que no quiere que la domine un proxeneta en 'The Deuce'. Foto: HBO

Allí, proxenetas con carisma, prostitutas callejeras, policías cómplices y emprendedores sexuales mueven el tablero como si aún escucharan las lecciones de Slim. En muchos diálogos de la serie se habla del “juego” y del “control” como si citaran a Pimp en el mismo teatro sucio donde el proxeneta sonríe mientras se cae el telón.

Slim no se escondía: “Yo era un virus social con un abrigo de visón”, dijo en una entrevista. Usó su pasado como carta de presentación. No para presumir, sino para explicarlo todo.

En otra escena memorable del libro, recuerda cómo castigó a una de sus trabajadoras haciéndola caminar descalza por la nieve, mientras la vigilaba desde una ventana. Cuando ella volvió, temblando, le besó la mano. “Sabía que me amaba”, escribe. El horror no es solo lo que ocurre, sino cómo se narra.

Y sin embargo, algo cambió. Tras una temporada en la cárcel, Beck abandonó el negocio y se dedicó a escribir. Su esposa Betty fue clave en ese giro. Se instalaron en Los Ángeles y, lejos de los bares y los hoteles mugrientos, Iceberg Slim se convirtió en un autor prolífico. Escribió novelas como Trick Baby y Mama Black Widow, y vendió derechos cinematográficos.

En el documental Iceberg Slim: Portrait of a Pimp, producido por Ice-T, se le ve ya anciano, con voz grave y mirada todavía afilada: “Todos los proxenetas que conocí acabaron muertos, locos o en la cárcel. Yo tuve suerte: escribí”. Tal vez esto presagie el final de lo que está ocurriendo ahora en nuestro país.

Slim en la actualidad

Volver a Slim hoy, en pleno terremoto político español por los escándalos de prostitución, no es un capricho literario: es una necesidad. En los audios filtrados del caso Ábalos, no solo se escucha la carcajada, se escucha el desprecio. Los cuerpos de las mujeres —reales, concretas, con historia— son convertidos en adorno de fin de semana, en combustible de poder.

Iceberg Slim no era un político, pero conocía esa lógica al milímetro. Su oficio era usar esos cuerpos como moneda, como castigo, como espectáculo. Lo que ahora se niega desde los escaños, él lo escribió sin filtro desde un motel de mala muerte.

Una foto de Iceberg Slim de su documental 'Iceberg Slim: Portrait of a Pimp'. Foto: Google Play

Una foto de Iceberg Slim de su documental 'Iceberg Slim: Portrait of a Pimp'. Foto: Google Play

Lo que hace a Pimp tan actual no es su violencia, sino su claridad. En tiempos donde el debate sobre prostitución se polariza entre regulación, abolicionismo y punitivismo moral, la obra de Slim ofrece una verdad incómoda: que la prostitución, tal como él la conoció y ejerció, no es una transacción limpia ni una elección libre.

Es una estructura de poder basada en el control, el miedo y la manipulación emocional. Una estructura que, como vemos hoy en los pasillos del poder, sigue vigente. Ya no necesita látigos, le basta con risas grabadas.

Robert Beck murió en 1992, con más de diez libros publicados y el respeto de toda una generación de escritores callejeros. Nunca fue canonizado. Nunca lo premiaron. Pero su literatura, como su vida, sigue circulando en las esquinas más incómodas del discurso social. Porque a veces hace falta que hable el verdugo para entender el daño.

“No soy escritor porque quiera contar mi historia”, dejó dicho. “Escribo porque lo que viví fue tan horrible, que si no lo convertía en palabras, me mataba”. En una sociedad donde los proxenetas se esconden tras corbatas o carcajadas de WhatsApp, Slim sigue siendo el único que lo dijo de frente. Sin pedir perdón, pero sin dejar que nadie mire hacia otro lado.