Instantánea tomada en un cabaret de la época. Foto cedida por la editorial Libros del K. O.

Instantánea tomada en un cabaret de la época. Foto cedida por la editorial Libros del K. O.

Letras

'Los golfos años 30': cuando las prostitutas preferían la monarquía antes que el socialismo

El periodista Alfonso Domingo logra un retrato vivísimo de la España prebélica en 'Cabaret Iberia', una fiesta lujuriosa de cabarets, teatros, vedettes y copleras.

Más información: La 'Tristana' de Galdós se muda al Chamberí del siglo XXI con una ópera que mira a la adaptación de Buñuel

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Hay quien pudiera pensar después de leer Cabaret Iberia, el nuevo libro del periodista Alfonso Domingo publicado en Libros del K.O., que nuestro país era, hace un siglo, más moderno que ahora. Fuera o no cierto, estaría determinado, como todo, por el contexto. El mundo estaba desperezándose con la reciente eclosión de la fotografía, el cine, la radio... Salvo la recalcitrante moral católica, elemento indispensable en esta historia, pocos eran los que no se sumaban a la ola libertina. En este caso llegaría en forma de música y baile.

España era entonces un escenario proclive al exceso. Nuestra neutralidad en la Gran Guerra dejó el camino allanado a las vacas gordas y, de no ser por el conflicto en el Rif, sustantiva sangría para nuestras arcas, el país incluso habría gozado de una mejor situación económica.

Domingo escoge con buen tino dos hitos –dos decesos– para enmarcar el desarrollo de esta vibrante crónica. Aunque el subtítulo rece así, Los golfos años 30, el texto se ocupa del lapso que transcurre entre la muerte de Galdós, en enero de 1920, y la de Valle-Inclán, que muere en 1936, fecha nefasta para España, que se abismaría en una guerra civil tras la que nada volvería a ser lo mismo.

La referencia a la muerte de Galdós no es casual, pues con él declinan en España costumbres sociales añejas –pensemos en el humo de las ostentosas cafeterías, por ejemplo, considerado un símbolo de urbanidad–, dando paso a los años sicalípticos. Tiempos de frivolidad, de "vida alegre", como se refería entonces. No en vano, el mismo año que muere el autor de Fortunata y Jacinta se publica Luces de bohemia, del mencionado Valle. Ha nacido el esperpento.

Los espectáculos de variedades, que hunden sus raíces en las varietés francesas, se imponen al género chico, después de que la zarzuela, transmutada ahora en sainete, llevara siglos llenando teatros. Muchos de estos se han convertido ahora en cabarets, que sustituyen a los cafés cantantes de finales del siglo XIX y principios del XX.

Enclaves míticos como el Maxim’s, donde se vende cocaína (entonces se denominaba "mandanga"), son los rompeolas de la noche madrileña cuando los teatros cierran. Más allá de las cuatro de la madrugada, no hay otra ciudad en Europa donde un local siga abierto.

Había clases y clases, claro. No era lo mismo ir al Casablanca, el cabaret más lujoso de Madrid (también salón de té), que al Satán, un edén para crápulas. Los locales finos, en los que se había puesto de moda fumar cigarrillos egipcios, albergaban géneros como el tango y el chachachá. Sin embargo, los ritmos más pegadizos del momento procedían de Estados Unidos: el foxtrot, el charlestón, el swing... y, por supuesto, el jazz. Una curiosidad de tantas que lega este libro: la primera película sonora estrenada en España fue El cantor de jazz, dirigida por Alan Crosland, en 1929.

Más allá de los ritmos negros y otros sones de ultramar, sobrevive el pasodoble, pero el cuplé verde y los cantes de ida y vuelta son más mainstream que el cante jondo, por más que doliera a Lorca. Pastora Imperio, Estrellita Castro y Concha Piquer son algunos de los grandes nombres que desfilan por este libro, pero la realidad es que "la copla, el cuplé y la revista desdibujan sus límites", como acierta a señalar Domingo.

El cuplé no encuentra reparos para pasar de insinuante a explícito. Las coloridas vedettes, tiples y vicetiples visten de plumas y lentejuelas, pero el momento álgido de los espectáculos es cuando se deshacen de sus prendas. Solo hay un año de diferencia entre Las Leandras (1931) de Francisco Alonso, autor del chotis del "Pichi", interpretado por la vedette de moda Celia Gámez, y el estreno de La pipa de Oro (1932), de José Luis Campúa, en el Teatro Romea. Entre una obra y otra, el ascenso de la temperatura ha sido notable.

En tiempos republicanos, en 1932, la revista La pipa de oro, en el Romea, se atrevió con el desnudo de cinco vicetiples, que no se había visto hasta el momento. Imagen recuperada de la revista 'Crónica'

En tiempos republicanos, en 1932, la revista La pipa de oro, en el Romea, se atrevió con el desnudo de cinco vicetiples, que no se había visto hasta el momento. Imagen recuperada de la revista 'Crónica'

Con Margarita Carbajal al frente, la de Campúa es la obra que mejor representa en nuestro país el género revista –como la parisina, pero con una gracia más española–. Nunca antes se habían visto tantos senos en un espectáculo músico-teatral. Hasta diez, los de las cinco bailarinas, pero también hay veces que la Carbajal da la sorpresa. "Mucho más que diez senos […]. Diez puntitos breves pinchando en la panza hueca de una moral convencional, […] diez senos en lucha abierta contra la hipocresía, contra los sostenes y contra la belleza con truco", escribió en Crónica el periodista Rafael Martínez Gandía.

Semejante libertinaje había suscitado encendidos debates. Los intelectuales, entre los que se encuentran Unamuno, Manuel Azaña, el histriónico Ramón Gómez de la SernaGutiérrez Solana ("pintor de lo sórdido") y Emilio Carrere ("cronista de la bohemia y la vida golfa"), opinaban al respecto en el céntrico Café Regina. Es pertinente aclarar, a tenor de lo dicho, que cafés como este conviven con el nuevo concepto de bar americano, explotado con éxito por Perico Chicote, cuyo bar –sobreviviente aún en la entonces recién inaugurada Gran Vía– resulta más atractivo que las tabernas de toda la vida. 

El caso es que, más allá del asfixiante yugo eclesiástico, tonadilleras y tanguistas siguen campando a sus anchas por la noche madrileña. Entre las figuras más extravagantes que encontramos en este libro, están las chicas-taxi, cuya función consiste en esperar a que las saquen a bailar en alguna de aquellas salas donde se organizan maratones de baile que dejan exhaustos a sus participantes. Muchas de ellas no ven la hora de aparecer en revistas como Sparta, Chic o Tararí, en la que lo mismo se anuncian academias donde forman a las chicas para ser artistas que se reseñan hoteles para ejercer la prostitución o especialistas en enfermedades venéreas.

La llegada de la República trae más libertad, si cabe. Las prostitutas, en cambio, preferían la monarquía. Lo que en principio nos parecería tan curioso encuentra su lógica en una causa tan elemental como el dinero, principal activo de sus potenciales clientes. El poder adquisitivo de las clases conservadoras es mayor que el de las fuerzas progresistas, cuyo buque insignia era el Partido Socialista Obrero Español.

Los maratones de baile se dieron en Madrid y Barcelona en los años treinta, hasta que la República los prohibió. Foto cedida por Libros del K.O.

Los maratones de baile se dieron en Madrid y Barcelona en los años treinta, hasta que la República los prohibió. Foto cedida por Libros del K.O.

Pero la jodienda no tiene enmienda, como se sabe, ni conoce ideologías. De modo que son hombres de toda condición, votantes de lo uno o de lo otro, los que pagan por los servicios de las meretrices. El libertinaje, eso sí, tiene un reverso feroz. También entonces abundaban los casos de mujeres asesinadas por hombres celosos. Y aquellas tropelías eran consideradas por la prensa como "crímenes pasionales". ¿Más modernos un siglo antes? Difícil acreditarlo. Desde luego, tan cínicos como ahora.

Cabaret Iberia no se ajusta al relato cronológico, sino que más bien transita por los focos de interés –folclóricos– de aquellos años. Para explorar, por ejemplo, el impacto del flamenco (Pastora Pavón 'La Niña de los Peines' rivalizando con las copleras) y el cine. Los realizadores más eminentes en este ámbito fueron, según el autor, Benito Perojo, Florián Rey, Luis Marquina, José María Castellví y Luis Buñuel, que, tras su periplo en Hollywood, impone disciplina en los rodajes para sentar las bases de una producción más rentable en España.

Y en este carnaval de copleras, literatos, bailarinas, músicos o empresarios, sobresalen las peripecias de transformistas como Egmond de Bries, "ambiguos" (Domingo dixit) como Miguel de Molina y otros personajes tan singulares como Ramper, el payaso que soñaba con volar. Su extraordinaria repercusión en aquellos años resuena incluso en la actualidad gracias a Jesús Bienvenido, artista gaditano. Compositor de éxito en comparsas, la modalidad más lírica del carnaval de su ciudad, ha pergeñado un homenaje al cómico madrileño a través de su espectáculo El rámper, inspirado en su figura.

Además, Cabaret Iberia está cuajado de "sucedíos con sombra", como decía La Niña de los Peines. Los amantes de la materia anecdótica disfrutarán de lo lindo con el romance entre Miguel Primo de Rivera y Maruja la Caoba, artista flamenca y traficante de coca, que le costó el exilio a Unamuno por airearlo en sus artículos. O con el de Blanca Negri, excelsa cantante de tangos española, con Buenaventura Durruti, el de la columna. Si te va lo folclórico, corre a zambullirte en el gamberro Cabaret Ibérica. Un gozo.