
Fernando León de Aranoa en el café Barbieri de Lavapiés (Madrid).
Fernando León de Aranoa: "La literatura es un desquite, escribo por perplejidad"
Es uno de nuestros cineastas más laureados, pero no termina en sus películas. Acaba de publicar su segundo libro, 'Leonera', y para hablar de él nos cita en su barrio, Lavapiés.
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Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) es inconfundible. Sus casi dos metros de altura y su larga melena, recogida en una coleta, no dejan lugar a dudas. Acaba de entrar en el café Barbieri, en el corazón del barrio de Lavapiés. Juega en casa, pero se comporta como un advenedizo. Discreto, aunque cordial y solícito. Madrid estrena al fin clima de primavera, pero el cineasta y escritor viste de gris oscuro, indumentaria que contrasta con los colores vivos del local y con la luminosidad que desprende la musa Erató, diosa de la poesía, representada su figura sobre un espejo al fondo.
Hablaremos, a propósito, de los poemas en prosa que contiene su nuevo libro, Leonera (Seix Barral), un cajón de sastre de narrativa breve. Consciente de que "nuestras mejores historias se escriben en minúsculas", estas cien viñetas –del microrrelato al aforismo, del apunte diarístico a la reflexión sobre el acto creativo– se nutren de elementos con alto relieve literario: cenizas, maletas, mudanzas, calendarios, relojes…
Con diez premios Goya en sus vitrinas, el director de Barrio (1998), de Los lunes al sol (2002) y de El buen patrón (2021) sabe también que al otro lado hay un lector capaz de calibrar la hondura bajo la superficie de un lenguaje aséptico, aparentemente impersonal, y sin embargo elocuente, certero, capaz de sacudirnos con su falsa ingenuidad. "El amor nunca es propio, la vergüenza nunca es ajena", reza uno de los aforismos.
Pregunta. Los textos de Leonera son "concisos como las declaraciones de amor de los tímidos". Remite esto a la idea de pasar por un sitio sin hacer mucho ruido. ¿Se siente un impostor en la literatura?
Respuesta. En cierto modo, esa frase define mi vida y también mi carrera. Yo era un tímido patológico cuando era adolescente, pero ha sido muy difícil pasar sin hacer ruido por dos razones: por mi estatura y por mi trabajo. Es muy difícil dedicarse al cine tratando de pasar inadvertido, y mira que muchas veces lo he intentado. Sin embargo, la literatura para mí es un lugar muy cómodo. No tengo una experiencia dilatada y ni siquiera es mi terreno, pero el de la escritura sí es muy familiar. Empecé como guionista y escribir para cine es lo que más he hecho. Y desde muy joven escribía relatos.
P. Ya ha dado rienda suelta a su pulsión literaria en más de una ocasión. Más allá del cine, un trabajo colectivo, se siente cómodo en la soledad de la creación.
R. Sí, convivo muy bien con la soledad. De hecho, el esfuerzo para mí fue inventarme la otra parte más social que precisa un director. Pero para mí el lugar natural era la mesa del escritor. Es curioso, porque hacen falta dos personalidades muy diferentes: la del que escribe, que consiste en vivir en un universo propio, y la del director. Aquí tienes que ser capaz de negociar, de liderar, de seducir y convencer a un grupo muy grande de gente para que te ayuden a contar una historia. Son disciplinas muy distintas y quizás lo divertido es poder alternarlas.

Fernando León de Aranoa en el café Barbieri de Lavapiés (Madrid).
P. ¿Cómo ha escrito este libro?
R. Había una inercia muy fuerte al terminar de escribir Aquí yacen dragones (Seix Barral, 2013), aunque hace ya doce años. Tenía la necesidad de seguir explorando realidades, así que durante este tiempo he seguido escribiendo en paralelo a las películas; muchas veces en huecos, en salas de espera… A la gente le molestan las salas de espera, pero para mí son muy agradecidas. Esperando a que salga un avión, un tren… Son lugares que no están sometidos a la inercia habitual.
P. En el marco de la narrativa breve, podemos decir que se trata de un libro híbrido. ¿Piensa en los géneros cuando emprende la escritura de estos textos?
R. Siempre me he declarado enemigo de los géneros. Es un libro que sucede en una zona de frontera, entre lo real y lo imaginario, pero también entre el cuento y otros géneros. Julio Ramón Ribeyro lo expresó muy bien denominando a sus textos Prosas apátridas, porque no eran exactamente narrativa, ni poesía, ni aforismos. La unidad está en lo temático, no en la propia naturaleza de los textos.
"Más de una vez me han afeado la ausencia de amor romántico en mis películas"
P. Como sus películas, este libro está también atravesado por lo social, pero resalta mucho más el amor, tema que en su cine está mucho menos presente.
R. Es verdad, me han afeado más de una vez la ausencia de amor romántico. Creo que estos cuentos tienen algo más reflexivo: son percepciones o sensaciones, lo narrativo pesa menos que en mis películas. Tenía ganas de utilizar la literatura y la ficción de un modo distinto a lo que hago en el cine, es un desquite.
P. ¿Alguna de estas piezas podría convertirse en un trabajo cinematográfico?
R. Si fuera así, creo que ya me habría dado cuenta. En principio, no, precisamente por esa naturaleza más reflexiva. Escribir piezas breves como estas me permite trabajar con más rapidez, de una manera más espontánea, y repensar menos las cosas, aunque luego haya un trabajo de corrección. En el cine los creadores somos corredores de maratón. Uno tiene que reservar energías porque sabe que delante queda mucho tiempo de trabajo, tienes que aprender a dosificarte.

Fernando León de Aranoa en el café Barbieri de Lavapiés (Madrid).
P. Si hay un proyecto que le ha llevado tiempo, es el documental sobre Joaquín Sabina, Sintiéndolo mucho (2022). De las sensaciones que le quedaron después de trece años siguiéndolo, ¿cuál de ellas ha prevalecido acerca de su personalidad? ¿La fragilidad, tal vez, tan vivamente retratada en la película?
R. Esa fragilidad está ahí, desde luego, pero lo interesante es que está combinada con las agallas de alguien que se sube a un escenario y actúa delante de miles de personas. No es un retrato épico o heroico, sino humano: el temor antes de actuar y las dudas después de haber actuado. Pero ¿cómo no? Eso forma parte del creador. Yo estoy empezando la promoción de este libro y también traigo la inseguridad a esta entrevista. El valor de este trabajo se debe a la sinceridad de Joaquín, que se muestra con esa transparencia. Esto corresponde a la confianza que tenía en mí, pero también a su personalidad. No hay aquí una sola frase que yo perciba como impostada.
P. ¿Y cómo diría que ha envejecido el documental sobre Podemos, Política, manual de instrucciones (2016), teniendo en cuenta que consigna un momento muy concreto y que el partido no tiene ya esa trascendencia? ¿Renunciar a la intemporalidad no era un riesgo demasiado alto?
R. Fíjate, yo no pretendía renunciar a la intemporalidad, porque intentaba registrar ese primer momento donde todo todavía es posible. Fue apasionante poder grabar desde dentro un proceso tan complejo como es la formación de un partido en aquel contexto político. Recoger la gesta de poner algo en pie con tanto viento en contra podría tener también un valor atemporal.
"Hace unos años tratábamos de discernir lo que había de mentira en la realidad, y ahora es al contrario"
P. ¿Cómo ve a esa izquierda ahora? ¿Le preocupan más sus tensiones internas en nuestro país, después de la ruptura con Sumar, o el avance de la ultraderecha en el mundo?
R. El caso es que una preocupación no ayuda a compensar –o solucionar– la otra. La disgregación de la izquierda en grupos políticos que ideológicamente no son tan lejanos se lo ha puesto muy difícil a los votantes. Por otro lado, el avance de la ultraderecha es flagrante. Tanto en Europa como en Estados Unidos ocurren cosas que nunca hubiéramos pensado. No es solo lo que se hace, como deportar a personas sin un proceso legal previo, sino también la manera: que la propia Casa Blanca esté haciendo bromas sobre esto es realmente escandaloso. Hace unos años tratábamos de discernir lo que había de mentira en la realidad, y ahora intentamos desentrañar qué hay de verdadero en lo ficticio. Es una inversión de la lógica muy preocupante.
P. Sus películas de ficción siempre han recogido lo real y han envejecido con una naturalidad pasmosa, prueba de que los conflictos sociales que señalaba siguen existiendo. ¿Puede hacer algo el cine al respecto o basta con que lo registre?
R. El registro de todo esto tiene importancia, en tanto que provoca una discusión social. La famosa batalla cultural se da hoy con mucha más virulencia. Cómo pensamos tiene mucho que ver con lo que leemos, lo que escuchamos y las películas que vemos. Yo soy producto de haber escuchado a Sabina, de haber leído a Steinbeck, a Melville, a Roque Dalton, a Luis García Montero… Si eso ha configurado la forma en la que veo el mundo, cómo no voy a pensar que lo que yo hago puede generarlo también. Creo que esto es lícito cuando se hace de una manera honesta, sin manipular al espectador, solo tratando de que se hagan las mismas preguntas que yo me hago.
"No hay nada más aburrido que el maniqueísmo. El arte tiene que crecer sin lastre en las alas"
P. Hay en este libro una defensa de la duda, frente a la certeza. Sospechamos que no se lleva nada bien con el arte pedagógico, pero ¿cómo se hace cine social sin caer en la moralina?
R. No hay nada más aburrido que la demagogia y el maniqueísmo, los grandes enemigos del trabajo artístico, que tiene que crecer sin lastre en las alas. Yo intento hacer llegar al lector o el espectador mi percepción del mundo, aunque a veces sea contradictoria. Escribo por curiosidad, por perplejidad, por desencuentro con la realidad. Si la pregunta que te haces es sincera, es muy difícil que ahí haya maniqueísmo.
P. ¿Y cómo ha manejado el control de sus películas a lo largo de su carrera? En sus inicios tuvo que lidiar con el productor Elías Querejeta.
R. Pues me he manejado como he podido, porque es verdad que cuando eres un escritor-director, como es mi caso, tienes un enorme control autoral de lo que haces. A Elías [Querejeta] le importaba muchísimo la calidad de las películas que producía y siempre intentaba darte lo mejor, incluso asumiendo riesgos financieros muy grandes. Las películas en las que más semanas he rodado son la que hicimos juntos [Familia (1996), Barrio (1998) y Los lunes al sol (2002)].
»Es verdad que discutí mucho con él porque, ciertamente, quería intervenir siempre, fundamentalmente en el guion y en el montaje, las dos fases en las que un productor puede ejercer mayor influencia. Tengo que decir que eran discusiones creativas y, al final, cuando hemos tenido desencuentros –recuerdo especialmente un par de veces en temas importantes–, me ofrecía la última decisión porque entendía que el que iba a firmar como director era yo. Ahora bien, eso había que ganárselo. A mí me ha costado tener que ir a comer con él todos los días durante un mes. Era muy combativo y te obligaba a ti a serlo. Después yo empecé a producirme, así que ese control ya no tenía que disputarlo tanto.
"Si eres el responsable de la película y sale mal, no puedes ir diciendo luego que no había dinero"
P. Esto fue clave en su trayectoria…
R. Claro, pero, en realidad, si la película sale mal, el único responsable eres tú. Y eso siempre ha sido así. Entendí muy pronto que escribir y dirigir consiste en asumir esa responsabilidad. Si la película te sale mal, no vas a poder ir por los bares diciendo que no te dejaron decidir el reparto o que no tenías dinero. Lo que tienes que hacer, entonces, es pelearlo. Es parte del oficio.
P. En 2018 dijo en El Cultural que el cine español competía "en desigualdad de condiciones" con el resto de Europa. Y que por eso no iba a Cannes, Berlín, etc. Ahora nuestro cine sí triunfa en festivales. ¿Qué ha ocurrido en estos años?
R. Lo malo de hacerse mayor es que uno acumula hemeroteca y luego tienes que estar a la altura [risas]. Creo que, en lo industrial, esto no ha variado mucho. Sigo viendo producciones francesas que, teniendo el mismo argumento, se hacen con doce millones de euros, mientras que en España se hacen con tres. Por ejemplo, se está haciendo un remake en Italia de El buen patrón, en forma de serie, y cuando me enteré del presupuesto, dije: "Pues hubiera preferido hacer el remake antes que la original" [risas].
»Principalmente por las formas de financiación, nuestra industria está muy limitada, sobre todo cuando eliges un camino independiente. Dicho esto, es verdad que desde hace unos años hay una forma de contar historias más íntimas en el cine y, por fortuna, están teniendo muy buena repercusión en festivales europeos.
"Nuestra industria está muy limitada, sobre todo cuando eliges un camino independiente"
P. Pero ¿cree que la causa de este éxito es la tendencia al cine intimista o la calidad del cine español, que ha crecido?
R. Bueno, sobre que ahora se lleva lo intimista quedan pocas dudas. Desde luego, cuando una película va a festivales como Berlín, lo primero que hay que pensar es en el talento del que la hace, pero también hay un signo de nuestro tiempo. Las películas premiadas en los festivales de los últimos años tienen esas señas, y antes provenían de cinematografías más descentralizadas.
P. Esperaba encontrarle más entusiasmado con el momento que atraviesa nuestro cine.
R. De verdad que lo estoy, pero también ha habido otros grandes momentos en los que trabajaban a la vez Carlos Saura, Víctor Erice, José Luis Borau, Manuel Gutiérrez Aragón… Incluso creo que en los 90 hubo una generación de cineastas importante.
P. ¿Cree que se les ha valorado con justicia?
R. Quizás no tanto como generación, ¿verdad? Muchos de los directores que empezamos ahí seguimos haciendo cine: Icíar Bollaín, Álex de la Iglesia, Enrique Urbizu, Alejandro Amenábar… Compartimos algo más que generación. Hacemos un tipo de cine personal, en nuestras películas está reflejado nuestro imaginario, pero no está hecho de espaldas al público. No creo que sean términos excluyentes. Pretendemos llegar, pero sin supeditar lo artístico a lo comercial. En realidad, es como he trabajado siempre. Siempre he escrito para mí mismo, yo no pienso en los productores, ni en los actores, ni en el público.