Almudena Grandes. Foto: Archivo

Almudena Grandes. Foto: Archivo

Letras

Rafael Reig recuerda a su amiga Almudena Grandes en un libro vital, pero tiznado de una profunda tristeza

El escritor desnuda 'Lo que sé de Almudena' en vísperas del 7 de mayo, día en que hubiese cumplido 65 años una escritora tan añorada y popular como controvertida.

Más información: 'Todo va a mejorar': la peligrosa distopía de Almudena Grandes

Publicada

La memoria y los afectos tienen esas cosas. Del mismo modo que desdichadamente descubrimos autores olvidados en vida, otros, como Almudena Grandes (Madrid, 1960-2021), siguen tan presentes como el día de su muerte.

En vísperas del 7 de mayo, día en que hubiese cumplido 65 años, un documental "íntimo" de Azucena Rodríguez, Almudena, y un libro, Lo que sé de Almudena (Tusquets), de Rafael Reig, que se publica el próximo 15 de mayo, celebran a una escritora tan añorada y popular como controvertida.

Cómplice y amigo, Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) comienza su relato recordando cómo la primera foto que aparece en su álbum de recuerdos compartidos con Grandes es la última, porque ya no volvió a verla. Ella vestía un traje con figuras geométricas en blanco y negro, y tenía en la mano una copa, un gin tónic. Iba con marido, Luis García Montero. Sí, recuerda Reig en el libro: "El [Luis García Montero] va con vaqueros, un jersey azul y un whisky. Los dos están felices y sonrientes". Es el 20 de diciembre de 2019, y Rafael Reig y Violeta, su pareja de tantos años, se están casando en el Ayuntamiento de Cercedilla.

Faltan pocos meses para la peste bíblica "que nos azotó, quizá con merecimiento", y todos los invitados ríen, beben y son felices testigos de un mundo "menos agreste y hostil" que el que estaba a punto de llegar. Un mundo que sin ella, sin la autora de El corazón helado le parece aún más triste y siniestro.

Vestida de rosa

Recuerda Reig que ese día la llegada de Almudena Grandes al pueblo "pasó tan inadvertida como si hubiera llegado el papa de Roma", y no porque fuera la primera vez sino porque "ella era así, donde iba armaba la remolina". Y ella hablaba feliz con todos, con cuantos se acercaban a ella, se dejaba fotografiar, aceptaba abrazos, comentarios... Sí, insiste Reig, "todo el mundo la quería".

En realidad el escritor la había conocido mucho antes, vestida de rosa, esto es, primero supo de ella como lector de Las edades de Lulú, la novela que la dio a conocer y que a él le entusiasmó por su erotismo pero también por su estilo "y la carpintería de la narración". Luego coincidieron en jurados, actos culturales y de saraos con vino español y canapés de fuagrás y salchichón.

Sin embargo, donde su amistad se afianzó fue en el patio del colegio Sorolla en el que estudiaban sus hijas, un centro público con talleres de poesía y de cuento, cursos de pintura, de escultura o de cómo se hace un guion y actuaciones teatrales con vestuario. Se vieron todos los días del curso escolar, compartieron anécdotas cuando las niñas fueron al campamento de verano, y sobre todo, se convirtieron en grandísimos cómplices gracias al Quijote.

Doña Almudena de La Mancha

Todo empezó cuando el colegio les encargó una breve pieza teatral para representarla el Día del Libro "o algo semejante". A Almudena Grandes se le ocurrió que fuera el episodio de Clavileño, de la segunda parte del Quijote, en el que los Duques engañan a Don Quijote para burlarse de él, y a Reig le pareció estupendo. No hubo dudas: desde el principio ella decidió que sería Don Quijote, mientras Rafael encarnaría a Sancho Panza en esta singular aventura.

Como recordarán, los Duques convencen al hidalgo y a su escudero de que están a lomos de Clavileño, un caballo de madera volador, para rescatar a una princesa arrostrando mil peligros. Con lo que no contaban los jóvenes espectadores es que Rafa Panza pasaría la noche anterior al estreno haciendo un centenar de proyectiles de papel de aluminio para repartirlos entre el público indicándoles la palabra clave para que les arrojasen los proyectiles. Subidos a una mesa y sentados en unas sillitas para simular que cabalgaban sobre Clavileño, iban los dos narrando a los niños el viaje: "huele a azufre, oigo las alas de los hipogrifos violentos, están golpeándonos estrellas fugaces...".

Cuando Reig dijo la palabra pactada, los niños los apedrearon con los proyectiles y lo que podría haber sido una representación más se convirtió en un disfrute que los chicos y chicas jamás olvidarían. Para acabar la función, con los espectadores algo asustados, Almudena de la Mancha proclamó que daba igual que todo hubiese sido una burla de los Duques, pues "nadie nos podrá quitar nunca la gloria del intento". Y los chavales aplaudieron aún más fuerte, y "se acercaron a darle besos y abrazos a mi señor. El escudero tuvo menos partidarios", narra divertido Reig.

Nostalgia y gratitud

Lo que sé de Almudena destila nostalgia y amistad, admiración y gratitud, entremezclada con la vida personal y literaria de su autor. Gratitud, por ejemplo, por haber sido Almudena Grandes la "culpable" de su incorporación a lo que Reig llama la familia Tusquets, desde un día en que, en el patio del colegio, le dijo que debía conocer la editorial.

"Conocí primero a Beatriz de Moura, luego a Toni López Lamadrid y después a Juan Cerezo", para acabar coincidiendo con los tres en un cóctel en Madrid. La editora recordó que le habían rechazado su primera novela y apostilló: "Qué poca vista tuvimos", mientras Reig reconocía que no, que tuvieron razón porque era una novela "muy juvenil".

Con todos ellos (y con los autores de la casa, especialmente con Luis Landero), forjó una amistad verdadera que la concesión del premio Tusquets no hizo más que afianzar. En el jurado, claro, estaba Almudena Grandes pero no la venció la amistad sino el talento del escritor, con el que compartía, como Reig demuestra a lo largo del libro, lazos literarios, tradiciones, maestros e inspiración.

Las anécdotas se multiplican a lo largo de las páginas del libro y descubrimos, por ejemplo, que Reig le salvó la vida o así en una ocasión, o cómo disfrutaba Almudena en la Feria del Libro : "Con sus lectores se entregaba. Se sentaba, sacaba del bolso un estuche escolar (creo que de color rojo). [...] En él llevaba tres o cuatro estilográficas y se ponía a firmar a destajo y sin desmayo, hasta la última gota de tinta. Solía quedarse el tiempo que hiciera falta, para ella corresponder a sus lectores era imperativo" (p. 93).

Voz de carraspera

Con su voz de carraspera, "grave y sonora, cordial, aunque suficiente para interrumpir al charlatán más deslenguado. Solo con oírla se sabía que fumaba demasiado".

También descubrimos un perfil inédito de Luis García Montero, marido de Almudena: el del enamorado, amigo cierto en horas inciertas, apasionado de la palabra, capaz de salir corriendo por el monte para ayudar a su esposa cuando esta le llamaba porque estaba en apuros, de echarse la siesta con ella en el césped del Retiro en una Feria, de festejar la vida a manos llenas cada instante.

Y de compartir las peores noticias con serenidad. Porque fue el director de Instituto Cervantes quien avisó a Reig de la enfermedad de Almudena. Era octubre de 2020, y García Montero le pidió que fuese a Las Palmas para hablar sobre Galdós, y se empeñó en darle una explicación "que yo no había pedido: Almudena no podía ir porque hacía unos días le habían detectado un tumor. No había motivo de preocupación, el pronóstico era muy positivo y estaba en las mejores manos".

El resto es historia. Como lo son las razones que impulsaron a Reig a escribir este libro, entregado y doliente, feliz y vital pese a todo, pero tiznado de una profunda, invencible tristeza.