
Mario Vargas Llosa y Jean-Paul Sartre
Vargas Llosa y Jean-Paul Sartre: una conflictiva relación que lo acompañó hasta su último libro
El escritor preparaba una obra sobre el filósofo existencialista francés, del que se distanció en la segunda mitad de los 60.
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En el universo de Mario Vargas Llosa la insoslayable figura del filósofo Jean-Paul Sartre aparece ligada, para bien, al activismo intelectual responsable y, para mal, al error de la defensa del comunismo. Sartre fue un autor omnipresente en la cultura francesa de los años 60, cultura que aquél conoció de primera mano.
En 1981, Vargas Llosa le dedicó al autor de El ser y la nada y El existencialismo es un humanismo una antología periodística, titulada Entre Sartre y Camus (ampliada luego de dos años en Contra viento y marea) y, últimamente, no se desconocía que trabajaba en su último libro, un ensayo, justamente sobre el citado pensador, fundador de la mítica revista Les temps modernes, y responsable del aún más mítico rechazo del Premio Nobel de Literatura.
Aún no sabemos si aparecerá, ya póstumamente, ese ensayo sobre el existencialista, y tampoco de la índole del mismo, pero, al menos, algunos textos del libro Un bárbaro en París y dos artículos de 2023, publicados en su "Piedra de Toque" de EL PAÍS, pueden darnos alguna que otra pista de tales páginas hipotéticas.
De una parte, en el artículo "Sartre y el viejo librero", predomina el tono elegiaco. En esta pieza, constata Vargas Llosa: "El París de los años sesenta, en que éramos pobres y estábamos deslumbrados por la riqueza de sus ensayos, sus poemas y su teatro, ya no existe más". Luego, en "La náusea", repasa sin dejo de melancolía ni de mitomanía la narración más famosa del autor. Por tanto, quien en 1969 firmara su dedicatoria a sus amigos limeños en Conversación en la Catedral como "sartrecillo valiente" retornó, hace bien poco, a las páginas del antiguo gurú, tras décadas de distanciamiento.
Ya para comienzos de los años 80, aquel fervor filosófico sartreano sesentero semejaba cosa muy del pasado para nuestro Vargas Llosa. Consideraba este: "Sartre es uno de los autores a quien creo deber más, y en una época admiré sus escritos casi tanto como los de Flaubert. Al cabo de los años, sin embargo, su obra creativa ha ido decolorándose en mi recuerdo, y sus afirmaciones sobre la literatura y la función del escritor, que en un momento me parecieron artículos de fe, hoy me resultan inconvincentes; son los ensayos dedicados a Baudelaire, a Genet, sus polémicas y artículos lo que me parece más vivo de su obra".
Por otro lado, cuarenta años después, hace un par de años, en uno de los artículos citados, el también Nobel se resiste a aceptar que (como le aseguran) "nadie lee ahora a Sartre". Es, agrega, uno de los "más grandes pensadores que ha tenido Francia", en todos los géneros, aunque fuera "difícil seguirlo en algunas iniciativas"...
Aquí y allá, en libros más o menos autobiográficos de Vargas Llosa en el curso de los años, Sartre aparece contrapuesto, como en dialéctica, a otros mentores. Dos caminos se bifurcan: sale de un lado Flaubert, o bien Camus, o bien Borges, o bien los grandes intelectuales liberales del siglo XX, como Aron u Ortega; el otro sendero, abandonado, sí, pero no olvidado, discurre por la parte de Jean-Paul. Sea como sea, la vuelta de Vargas Llosa a estos asuntos del pasado, "ahora que se han aquietado las polémicas", suscita un claro interés.
En su libro, también del último período creativo del escritor y en tono retrospectivo similar, Medio siglo con Borges, ya encontrábamos la disyuntiva señalada: si Sartre representaba a un tipo de intelectual, Jorge Luis Borges encarnaba a otro, directamente opuesto. Borges era el poeta, dedicado a su universo; Sartre parece ser, en esta divergencia, la voz pública. ¿Estética o acción pública? Es obvio que ambos componen la imagen de Vargas Llosa.
Por otro lado, en La llamada de la tribu, cuenta cómo fue sustituyendo el marxismo ecléctico de Sartre por otras opciones ideológicas... Esto ocurrió en la segunda mitad de los años 60. Sea como fuera, aquietada la polémica, este Vargas Llosa postrimero de 2023, parecía conceder una especial importancia al Sartre pensador.
Ciertamente, el tratado El ser y la nada y la más popular conferencia El existencialismo es un humanismo fueron dos textos de posguerra que marcaron un antes y un después en la filosofía continental. Como antípoda perfecta del fatalista Borges, efectivamente, Sartre se alza como pensador de la espontaneidad humana.
Desarrollando un atrevido postulado de Martin Heidegger en Ser y tiempo, el francés sostenía que el ser humano carece de esencia y que ha de identificarse con su existencia. Esto pone entre paréntesis la posible importancia que pueda tener nuestra adscripción a una especie natural dada (homo sapiens) y apunta a nuestra nativa indefinición personal.
El yo es, más bien, por tanto, un quehacer. Así, nuestra más grave tarea es crearnos un destino a nuestra medida. De acuerdo con Sartre, templados por el afecto filosofal de la angustia (¡la célebre "angustia existencial"!), nos es dado dejar de abandonarnos, asumir responsabilidades individuales y actuar con resolución y libertad auténticas… Aunque, ¡oh, decepción!, como se dice en El ser y la nada, "la mayor parte de las veces rehuimos la angustia en la mala fe".
Tal es, acaso, la médula del pensamiento que el ex sartrecillo Vargas Llosa recordó ante la última vuelta del camino. Sin duda, el hecho de que tamaña figura de nuestro tiempo escoja a Sartre como tema conclusivo, en la serenidad contemplativa de su crepúsculo vital, suscita el mayor interés, pero habrá que esperar a la aparición de ese libro probable para saber qué es, realmente, eso de pensamiento, eso de especulación alada, que salvó, al fin, Vargas Llosa de la parte de Jean-Paul.