
Javier Cercas. Foto: Pau Venteo.
Javier Cercas se adentra en la fe: una novela sin ficción entre el Papa, su madre y Dios
Un viaje espiritual, literario y humano al corazón del Vaticano y de la duda, en el que el autor, ateo confeso, confronta la fe de su madre y la figura poliédrica del papa.
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He abordado El loco de Dios en el fin del mundo con interés y curiosidad inusuales. Por la atención que merece una obra nueva de uno de nuestros más destacados prosistas actuales, Javier Cercas (Cáceres, 1962), y también, o más, por la rareza de abordar una temática, la religión y los clérigos, ausente en las novelas desde hace decenios.

El loco de Dios en el fin del mundo
Javier Cercas
Random House, 2025. 483 páginas. 23,90 €
Fue habitual en el siglo XIX y en el medio siglo pasado se debatió con pasión la posibilidad de una novela católica. Pero tal asunto ha desaparecido en una sociedad laica como la nuestra. En este contexto, Cercas se lanza a fondo en un relato de inquietud espiritualista en el que aglutina trascendencia, religión, cristianismo y catolicismo.
Bajo tan enigmático título, Cercas hilvana una insólita historia real. Ha recibido una invitación del Vaticano a acompañar al papa Francisco a su viaje a Mongolia con la posibilidad o compromiso de contarlo a la vuelta. Aunque duda en aceptarla, lo hará si el papa le concede unos minutos de charla a solas en los que pueda preguntarle si es verdad la creencia de su madre de que verá a su marido después de muerta.
Un planteamiento dialéctico sostiene dicha trama: a un lado el autor, autoproclamado ateo, y al otro la madre, creyente con una fe tradicional. Esta contraposición de ideas funciona como eje narrativo de un libro que se abre a múltiples motivos relacionados con ese central.
Los más llamativos, que enseguida anotaré, corren el riesgo de opacar otro que merece subrayarse. Me refiero al retrato íntimo del propio Cercas, las estrechas relaciones con sus padres, presentes ya en otra obra suya y motor de esta última.
Ahora aparece en forma de confesionalidad franca que tiene algo de retrato generacional y le da sentido pleno a la autoficción. Lo que podría tenerse, en este libro y en tantos otros suyos, por un artificio formal posmoderno se convierte en la raíz misma del trabajo literario. No se trata, o no solo, de un juego sino del propio acicate de la escritura.
El reportaje del viaje a Mongolia resulta escueto. El vuelo en el avión papal tiene plasticidad humana y ofrece un ramillete de curiosidades. La estancia en el gigantesco país asiático se adorna con escasos brochazos ambientales. No son deficiencias ni es necesario que el autor alegue no ser periodista.
Su interés está en otros objetivos. Uno, la dimensión geopolítica de los calculados movimientos papales. Otro, la actividad misionera a lo largo y ancho del planeta. Es en esta cuestión donde Cercas levanta su distanciado ojo vigilante y se entrega a una empatía sin reservas con los misioneros.
Ve en ellos un rasgo de admirable ejemplaridad humana. El relato pierde su habitual frialdad y se hace aquí cálido. No encontramos, sin embargo, un enfoque de interés noticioso, que también existe, sino un tema sustancial, el de la fe, impulso de estas gentes que ni siquiera hacen proselitismo por instrucción expresa del papa.
Cercas da una imagen compleja del Papa. Reconoce ciertos méritos, pero no se corta en expresar reservas
La Curia romana posee entidad específica. Es, sin duda, el gran atractivo para el lector, y un auténtico reto para el autor, pues en el imaginario colectivo funciona una cierta imagen generada por la vox populi y por tanto periodismo, literatura y cine sensacionalistas.
Javier Cercas se distancia de tales imágenes y prejuicios y se impone la meta de ofrecer un retrato objetivo. Él mismo precisa que no encontró obstáculos para indagar en lo que le interesara y, en efecto, cuenta con un amplio arsenal de informantes, incluso del máximo rango vaticano.
Señala Cercas el tópico, la Curia como antro de oscurísimas conspiraciones, pero sus pesquisas revelan algo más cercano a una administración pública común. En cualquier caso, el valor noticiero del libro, no escaso y curioso, está también supeditado a un hilo central de la obra, al señalar el carácter “anticlerical” con que ha marcado el papa Francisco su mandato: la Iglesia ha de abandonar su carácter piramidal en el que se imponen los privilegios de los sacerdotes y ha de dar debido espacio a los creyentes.
La mayor curiosidad y gancho del libro reside, por supuesto, en la controvertida personalidad de Francisco. Cercas no la simplifica. Recuerda el carácter autoritario y los oscuros comportamientos de Bergoglio en su Argentina natal. A la par señala los rasgos de sencillez, humildad y desinterés material que lo marcan desde su llegada a la Santa Sede. Se detiene asimismo tanto en sus feroces detractores como en sus entusiastas partidarios. Y analiza con amplio arsenal argumentativo las innovaciones doctrinales y prácticas que ha introducido en la Iglesia.
Javier Cercas da una imagen poliédrica y compleja del personaje. No tiene empacho en reconocer ciertos méritos, pero tampoco se corta en expresar reservas y reticencias. No le guía ni el espíritu del detractor ni el ánimo del propagandista. Este punto de neutralidad le augura a la obra una recepción complicada y polémica.
No contentará a la izquierda que ve con simpatía a este papa montonero porque Cercas subraya rasgos conservadores y nada progresistas. Tampoco a la derecha porque también muestra la determinación de Francisco de poner a la Iglesia a la altura de los nuevos tiempos y de abandonar intolerancias del pasado.
El trato con Francisco y el conocimiento de las entretelas vaticanas no causan cambio alguno en las convicciones laicas del agnóstico Cercas. Tampoco le llevan a una militancia contra la Iglesia. Por eso no resulta fácil deducir una imagen firme del papa.
Aunque no haya maniqueísmo en el retrato, sí que el final del libro, que no debo detallar, alberga una auténtica foto finish. Es un pasaje divertido y absurdo en el que Bergoglio responde a Cercas sobre dicha creencia materna. Tiene las trazas de una escena zarzuelera en la que el papa es la viva estampa de un vendedor de crecepelo.
La incursión de Javier Cercas en el pantanoso terreno de la trascendencia y la religión se ahorma en su distintiva práctica de la novela sin ficción. Él mismo pone interés en delimitar el carácter de su obra. A ella se refiere con desenfado como un libro distinto, friki, extravagante, "un experimento alegre y chiflado", mezcla de crónica y ensayo y biografía y autobiografía, "un cajón de sastre"
En este "batiburrillo de géneros" Cercas ha injerido un inquietante relato especulativo. Lleva en él a sus últimas consecuencias su gran postulado literario –la novela no debe dar respuestas sino plantear preguntas– y trasforma intrincadas controversias teológicas e inacabables disputas religiosas en un ameno y provocador "banquete con muchos platos".