
Juan Manuel de Prada. Foto: Jeosm
La barroca mano maestra de Juan Manuel de Prada en la excesiva 'Cárcel de tinieblas'
El segundo tomo de 'Mil ojos esconde la noche' es un mosaico de relatos que reflejan la circunstancia que se vivió durante la Francia ocupada.
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Para iniciar la reseña de Cárcel de tinieblas, el segundo volumen de la hiperbólica Mil ojos esconde la noche, quizá no esté de más abordar el final del libro y recuperar la "Nota del autor". Está firmada en Madrid, en febrero de 2025, apenas unas semanas antes de la publicación de la novela el 12 de marzo.

Mil ojos esconde la noche 2. Cárcel de tinieblas
Juan Manuel de Prada
Espasa, 2025
847 páginas. 24,90 €
En ella, haciendo gala de sus conocimientos cinematográficos –de acusada presencia en distintas partes del texto–, Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) explica que el título genérico de los dos ejemplares está inspirado en Los mil ojos del doctor Mabuse (Die 1000 Augen des Dr. Mabuse, 1960), una coproducción internacional con la que Fritz Lang se despidió del cine recuperando a su perverso personaje, que, como él mismo señala, está "en la línea de otros antihéroes coetáneos de la novela de quiosco más conspirativa y rocambolesca".
El filme, según la crítica, es una metáfora de la Alemania de posguerra, por lo que su contenido enlaza con la materia de los libros. En la "Nota", además, De Prada se refiere al carácter real de buena parte de los acontecimientos que se narran tanto en la primera entrega (La ciudad sin luz, 2024) como en esta segunda, aunque tras haber sido reflejados "en los espejos deformantes del [valleinclanesco] Callejón del Gato".
Así, las afirmaciones de los personajes han sido recogidas de sus obras, las ideas tienen el aroma de la época –según revelan diversas crónicas–, e incluso los chistes se escuchaban en el París ocupado. De este modo, el novelista hace referencia al enorme trabajo de documentación que, como resulta evidente para cualquier lector, subyace a la escritura de los dos tomos.
Al hilo de los hechos efectivamente sucedidos, De Prada ha introducido otros que, sin ser escrupulosamente ciertos, están basados en acontecimientos reales, aunque han sido incorporados a la trama tras haber recibido el barniz de la fabulación. El autor, en tanto que estudioso de un período determinado de la historia, se siente orgulloso de su esfuerzo testimonial y no es para menos.
En este sentido, la novela es un mosaico de relatos cuyos argumentos, inspirados y/o espigados en un sinfín de documentos, reflejan la circunstancia que se vivió durante la Francia ocupada, un tiempo oscuro que propició la aparición de monstruos, "algunos criminales […] y otros pacíficos".
Curiosamente, además, el escritor adopta un ademán cervantino cuando recuerda lo que él mismo señalaba en la primera entrega de Mil ojos esconde la noche. Lo hace, incluso, cuando, al especular sobre la posibilidad de escribir una nueva novela, se refiere literalmente a una "tercera salida de Fernando Navales", como si de don Quijote se tratara.
Dependerá, como aclara, de la acogida que el texto tenga entre los lectores, a pesar de que, como decía Antonio Machado y él hace suyo con claro desánimo, España sea ese "trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín". Al final, por lo tanto, De Prada recupera el legado cervantino que también había encontrado acomodo en el interior de la obra, sobre todo para identificar a Gregorio Marañón y a otros personajes –caso del general Oberg– que contribuyen a su caracterización.
Como sucediera en La ciudad sin luz, la narración de Cárcel de tinieblas corre a cargo de Fernando Navales, el reconocido colaborador del periódico Arriba. Se trata de un hombre sin escrúpulos, dominado por el resentimiento, que De Prada ha rescatado de su novela Las máscaras del héroe, sin duda uno de los hallazgos de la obra.
Es excesivo su número de páginas, su nómina de personajes, así como la cantidad de situaciones históricas y de referencias intertextuales
Su misión aquí, como sucediera en el primer volumen, es pastorear a los "rojillos", desactivarlos y, en la medida de lo posible, reconducirlos. Pero el París de la ocupación, que es el que sirve de fondo a la historia (años 1942-1944), está cada día más castigado, y vivir entre escombros, miseria y ruindad humana resulta tan difícil como desmoralizador.
De ahí que, con el paso de los días, Navales se vaya sintiendo solo y desamparado en una ciudad ya carente de luz. Huyen sus amigos y sus enemigos (Sebastián Gash, Solms, Gregorio Marañón, Velilla, el cónsul Rolland, Ana de Pombo, César González Ruano…), y su soledad, unida a una comezón de la conciencia –más y más desgarradora con el paso de los días– le infunde el deseo de redimir sus culpas con la pretensión de salvarse, para lo que trata de transformar el resentimiento (tema fundamental en los dos volúmenes) en algo que realmente merezca la pena.
En algunas ocasiones, de hecho, le asaltan los remordimientos y una necesidad de expiar los pecados; en otras, muestra su lado afectivo, como cuando, en una noche de alcohol, Fontseré le acusa de emocional y sensiblero, y de utilizar el resentimiento como "la tapadera del sentimental escaldado que huye del agua fría"; incluso el "amor blanco" que en el último trecho siente por Ana de Pombo no es otra cosa que el reflejo de su necesidad de redención.
Cárcel de tinieblas no deja de ser un exceso y, precisamente por ello, un desafío de su autor. Es excesivo su número de páginas, su nómina de personajes, así como la cantidad de situaciones históricas y de referencias intertextuales (pictóricas, literarias, cinematográficas, etc.) que se reúnen y que evidencian la cultura de Juan Manuel de Prada y su enorme trabajo como investigador de la época y como organizador de la ingente información.
Aunque son muchos los elementos de Cárcel de tinieblas que ya estaban presentes en La ciudad sin luz, en el nuevo trabajo encontramos estampas novedosas y dimensiones más desarrolladas de algunos acontecimientos. Entre ellas cabe mencionar la persecución de los judíos por parte de Hitler y la postura inequívoca del autor implicado contra esa tropelía inaceptable. Pero también la importancia de personajes como Victoria Kent, Ana María Sagi o Ana de Pombo (interesante el papel autónomo y reparador de las mujeres en la historia), así como del tema artístico en general y de las falsificaciones en particular.
En este sentido, resulta reveladora la trama que tiene como protagonista al apócrifo marqués de Cagigal, que implica tanto a falsarios ventajistas como a advenedizos ignorantes –el matrimonio Dupont–, en alguno de cuyos pasajes interviene un innoble Picasso que bendice la superchería. Además, y como ya señalé, en esta entrega son especialmente significativos los episodios que se sustentan en el Quijote, una veta infinita para la literatura posterior. Para concluir, y como es habitual en la producción del autor, la novela está escrita con barroca mano maestra.