Algunos de los grandes escritores que pasaron por la cárcel. De izquierda a derecha: Norman Mailer, William Burroughs, Giacomo Casanova, Paul Verlaine y Curzio Malaparte. Montaje: Rubén Vique

Algunos de los grandes escritores que pasaron por la cárcel. De izquierda a derecha: Norman Mailer, William Burroughs, Giacomo Casanova, Paul Verlaine y Curzio Malaparte. Montaje: Rubén Vique

Letras

'Condenados a escribir': cuando la inspiración se despierta entre rejas

El ensayo de Daria Galateria comparte y analiza las experiencias en prisión de varios escritores de renombre. Entre ellos: Dostoievski, Ezra Pound o el marqués de Sade.

Más información: Secretos de alcoba literaria: los ritos de escritura de los grandes autores contra el pavor a la pantalla vacía

Publicada

Cuando fueron a detenerlo a su casa, Dostoievski venía de ultimar la edición de un periódico subversivo. Su crimen se limitaba a unas reuniones clandestinas y a la edición de esos panfletos, pero el zar Nicolás I, al leer un informe sobre la célula a la que pertenecía el escritor, dijo que, “aunque se limitasen a parlotear”, aquello constituía un crimen. Así que los condenaron a muerte.

Condenados a escribir

Daria Galateria

Traducción de Francisco Campillo. Impedimenta, 2025. 288 páginas. 22,95€

Mientras esperaba la ejecución en una celda de seis por tres, Dostoievski, según le escribió a su hermano, ideó tres historias cortas y dos novelas. El escritor, en realidad, se lo pasaba en grande: escribió un cuento largo, El pequeño héroe, y se divertía mucho sacando de quicio a los agentes en los interrogatorios. Tenía dos momentos al día en los que era muy feliz: por la noche, cuando encendía la vela en el escritorio, y durante sus paseos por el jardín.

Pero el encierro acabó pronto y a los cinco meses del arresto se llevaron a los presos para fusilarlos. En una plaza cubierta de nieve, se leyó la sentencia y los obligaron a arrodillarse. Era 22 de diciembre y algunos lloraban de frío. Tenían delante tres filas de soldados. A unos cuantos los ataron a estacas. Dostoievski, de veintisiete años, acababa de contarle al reo que tenía al lado la trama de un cuento que se le había ocurrido en la celda cuando un edecán agitó un pañuelo blanco: se anulaba la sentencia, el zar, con su “clemencia infinita”, había conmutado la pena capital por la de trabajos forzados.

La no ejecución y el posterior exilio siberiano atraviesan la obra de Dostoievski, y ambas vivencias pueden rastrearse en libros como Memorias de la casa muerta, crónica de sus ocho años en Siberia, o en Los hermanos Karamázov, que parte de un error judicial que, según Daria Galateria (Roma, 1950), le contaron en las letrinas.

Galateria repasa este y otros cuarenta y dos ejemplos de escritores convictos en Condenados a escribir (Impedimenta). Parte de una premisa: “En realidad, la vida entre rejas se parece bastante a la vida ante un escritorio”, dice, e invoca a Proust, que no estuvo en la cárcel, pero se construyó una celda en casa. Las miniaturas, dispuestas en orden cronológico, nacen de las transcripciones de unas lecturas que la ensayista italiana, experta en memorias de escritores, hizo para Alle otto della sera, de Rai Due, en el año 2000.

De Voltaire a Goliarda Sapienza, Galateria pasa de indudables injusticias, como las que sufrieron Solzhenitsyn, Semprún o Wilde, a autores cuyas faltas han sido más que sancionadas por la historia, como es el caso de los colaboracionistas Céline o Brasillach. A estos vendría a sumarse Ezra Pound, al que encerraron en un manicomio.

Pound recibió con estupor la denuncia por traición que le valieron sus furibundas arengas en la radio durante la Segunda Guerra Mundial. El poeta, que andaba enfrascado en la traducción de Confucio y en la escritura de sus Cantos, aprovechaba los ratos libres para ensalzar en antena, desde Roma, el fascismo y el antisemitismo, y condenar la “judeocracia rusa” y el capitalismo. Él se consideraba un buen americano, decía, así que no entendía por qué la justicia y compatriotas como Hemingway la habían tomado con él. Solo era contrario a Roosevelt “y a los judíos que lo apoyan”.

"Según Galateria, la vida en prisión se parece a la vida del escritor, e invoca a Proust, que no estuvo preso pero que se construyó una celda en casa"

Algunos escritores encontraron en la cárcel un sitio tranquilo donde mejorar su productividad. “La cárcel es una escuela formidable”, escribió Curzio Malaparte. El autor de Kaputt, fascista o comunista según la época, visitó la prisión a menudo, siempre por causas políticas, y de ella sacó inspiración para sus Evasiones en la cárcel. Galateria destaca el caso de Heinrich von Kleist. El gran escritor alemán, que en los 34 años que vivió tuvo tiempo de convertirse en un clásico, se topó con la escenografía de La marquesa de O en la fortaleza militar donde estuvo recluido.

Para otros autores, como Jean Genet, el aburrimiento en prisión fue el impulso necesario para empezar a escribir. Y merece la pena resumir el caso de Norman Mailer. Problemático y violento, Mailer tenía la extraña manía de pelearse con la policía a principios de los sesenta, cuando intentaba postularse para la alcaldía de Nueva York (estaba convencido de que, si le votaban las prostitutas y los mendigos, tradicionalmente abstencionistas, ganaría sin problemas).

Todo ocurrió en apenas un mes: un día, un agente, al intentar reducirlo para llevarlo al calabozo, le abrió la cabeza con una porra y, pocos días después, al término de la fiesta en que Mailer anunciaba su participación en la carrera electoral, el escritor apuñaló a su mujer con un cortaplumas. La puñalada le costó solo un día de cárcel, pero en 1967 el autor de La canción del verdugo iría a prisión por participar en una marcha pacífica contra la guerra de Vietnam.

El gusto por el detalle de Galateria, profesora de literatura francesa en la Universidad La Sapienza de Roma, brilla especialmente en los capítulos dedicados a escritores de ese país, como Sade o Verlaine. Este último, cuenta, escribió en apenas tres meses de reclusión, en el papel con que envolvía el queso y con una cerilla que mojaba en el café, diecinueve de los poemas que forman su antología Antaño y hogaño. Sade, por último, también tuvo que ingeniárselas para escribir en prisión. Aunque una parte de sus diarios le fue requisada, la restante supone una impagable fuente de información sobre sus aficiones.

Es necesario, eso sí, descodificar el lenguaje cifrado. En las entradas de 1814, por ejemplo, aparece a menudo un círculo atravesado por una diagonal. “Es el símbolo de la sodomía, que a veces sueña y a veces practica”, nos informa Galateria. Una muestra: “Por la tarde, pienso en ø, 4º año”. Otro día Sade anota que “Mgl.”, una de sus amantes, “ha estado fría durante todo el ø”. Otro ejemplo de este lenguaje oculto está en el término “habitaciones”, que usaba para consignar lo que la autora llama “visitas picantes”. Prácticamente no pasa un día sin que el marqués no disfrute de alguna. No todos los literatos encarcelados, por tanto, se dedicaron solo a escribir.