Ilustración de la portada de 'La Regenta' de la editorial Penguin (2016)

Ilustración de la portada de 'La Regenta' de la editorial Penguin (2016)

Letras

'La Regenta': aventuras y desventuras de un clásico

Denostada en su tiempo por numerosos detractores y arrinconada durante el franquismo por anticlerical, 'La Regenta' es considerada hoy por numerosos lectores y críticos como la mejor novela española del siglo XIX.

23 octubre, 2023 01:09

Escribe Mario Vargas Llosa en La orgía perpetua que La Regenta es “la mejor novela [española] del siglo XIX”. Mucha gente amplía el juicio a toda nuestra historia, solo por detrás de El Quijote. Este dictamen hoy común no coincide con el que ha merecido a lo largo del tiempo. A su publicación tuvo cerrados detractores.

Un gacetillero anónimo de la prensa ovetense la recomendaba como remedio infalible contra el insomnio. La mayor parte de sus capítulos, asegura, producen “un sueño casi instantáneo, tranquilo y reparador”, y dos de ellos, dosis mayor tolerada de este “específico”, vencen la vigilia más tenaz.

Tampoco consiguió éxito editorial una obra que desde hace tiempo encabeza el canon de la narrativa castellana de cualquier época. Desde la primera salida en 1884-1885 hasta la siguiente en 1901, con prólogo de Galdós, pasaron tres lustros. Es posible que se hiciera alguna reimpresión no marcada como tal y en 1894 ocupó el faldón del Folletín de La Publicidad. Poca cosa tratándose de un libro tan señero, cuyo recorrido no mejoró hasta mucho tiempo después.

La novela fue marginada durante buena parte del pasado siglo. El franquismo no le dio facilidades al anticlerical Leopoldo Alas y sus obras aparecieron en caras ediciones hasta que la económica colección de bolsillo de Alianza Editorial la descubrió para asombro del gran público.

Desde entonces, años 60 pasados, La Regenta no ha cesado de sumar lectores y juicios críticos admirativos. En ella se ha reconocido el mérito de levantar el gran retablo de la mediocridad de la burguesía provinciana del ochocientos mediante la minuciosa recreación de la vida en Vetusta, levítica ciudad del norte peninsular.

En ese páramo espiritual, símbolo de la vulgaridad, la incultura y el fariseísmo, entre nobles necios, curas anticristianos y políticos caciquiles, no puede florecer el alma sensitiva de Ana Ozores, la guapa y joven protagonista que, en la tesitura de engañar a su paternal marido con un cura lujurioso o con un guapo chisgarabís, prefiere a este, al brazo secular.

Este canto del cisne del Romanticismo degradado lo entona Clarín con una narración cruel pero muy divertida, repleta de ironía y de cultura y de asombrosa hondura psicológica. Amén de con el valor sustantivo de un complejo diagnóstico sociológico que clava los usos anclados en el pasado de la Restauración e intuye un futuro distinto en manos del mundo obrero.

Portada de la primera edición de 'La Regenta' (1884)

Portada de la primera edición de 'La Regenta' (1884)

El valor testimonial –insuperable retrato de época– de la novela ha oscurecido sus méritos artísticos. Destacan en ella el perfecto engranaje de su estructura, la sutil penetración en la conciencia de los personajes, la maestría descriptiva, los diálogos jugosos o el calculadísimo diseño temporal que conjuga la morosidad y la rapidez expositivas (el contraste entre los tres días que dura la acción externa del primer tomo y los tres años del segundo).

Hace, además, Clarín una aportación estilística de trascendencia histórica. Era partidario Alas de la imparcialidad y del distanciamiento del narrador, pero postulaba un “estilo latente” que admiraba en Flaubert o Zola. Así surgió el recurso del estilo indirecto libre que permite acceder al pensamiento del personaje como si el autor estuviera dentro de este y la novela se fuera haciendo en su cerebro. De ahí al monólogo interior atormentado de la narrativa más innovadora desde comienzos del siglo XX (Joyce, Proust, Faulkner…) no hay más que un paso.

No es La Regenta una excepción en la narrativa europea decimonónica. Clara descendiente de Madame Bovary, de Flaubert, entronca con el retrato de la insatisfacción femenina y la estampa social de Ana Karenina de Tolstoi y con otras obras de grandes autores posteriores de aquel tiempo que abordaron el tema de la mujer adúltera (Eça de Queiroz, Balzac o Zola). Pero no tuvo repercusión fuera de nuestras fronteras por carecer de traducciones.

Sí se han hecho bastantes en los últimos 30 años y gracias a ellas, sobre todo a la inglesa de John Rutherford para Penguin Books de 1984, ya se le va reconociendo la categoría de uno de los títulos universales del gran siglo de la novela.