La poeta estadounidense Louise Glück, Nobel de Literatura en 2020, que ha fallecido a los 80 años.

La poeta estadounidense Louise Glück, Nobel de Literatura en 2020, que ha fallecido a los 80 años.

Letras

Muere la poeta Louise Glück, Premio Nobel de Literatura en 2020, a los 80 años

Glück obtuvo el Nobel por "su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual". 

13 octubre, 2023 22:12
C. Gómez F. D. Quijano

La poeta estadounidense Louise Glück (Nueva York, 1943), con una carrera de medio siglo en la que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2020, falleció este viernes a los 80 años.

Las obras de Glück, contenidas en doce colecciones de poesía y algunos volúmenes de ensayos sobre poesía, se caracterizan por un "esfuerzo por la claridad", y así lo destacó la Academia Sueca cuando le otorgó el Nobel.

La muerte de Glück, que escribió sobre variados temas como la infancia, la familia, la soledad y la muerte, inspirada en la mitología antigua y en su propia vida, fue notificada por su editor en Farrar, Straus & Giroux, Jonathan Galassi, pero no se han dado más detalles, según recogen varios medios.

[Selección de poemas de Louise Glück]

Aclamada como una de las escritoras vivas más importantes de Estados Unidos, ganó también el Premio Pulitzer en 1993 gracias a El iris salvaje y el National Book Award en 2014 con Noche fiel y virtuosa, y era considerada una de las poetas vivas más importantes del país, mucho antes de que ganara el Premio Nobel.

Nieta de judíos húngaros que emigraron a Estados Unidos, Glück comenzó a escribir en la década de 1960, pero consolidó su reputación en los ochenta y principios de la década de 1990 con una serie de libros, entre ellos El triunfo de Aquiles (1985), que le valió el Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros; Ararat (1990), que se basó en el dolor que experimentó por la muerte de su padre; y el mencionado El iris salvaje (1992).

Mientras que en sus primeros trabajos, especialmente en su debut en la literatura con Primogénita (1968), están profundamente en deuda con los llamados poetas confesionales que dominaron la escena de los años cincuenta y sesenta, como John Berryman, Robert Lowell y Sylvia Plath, destaca además The New York Times.

La editorial Pre-Textos publicó varios de sus libros hasta que ganó el Nobel, momento en el que Visor arrebató a la galardonada a la editorial valenciana y la incorporó a su catálogo, hecho que generó ciera polémica. 

El mismo año en que ganó el Nobel, su poemario Una vida de pueblo, en edición de Pre-Textos, fue elegida por los críticos de El Cultural como el mejor libro de poesía publicado en 2020 en España, por su “sutil ojo irónico” y su “dicción afilada” al cantar la vida rural contemplada desde el entusiasmo y la admiración de existir.

Al ganar el Nobel de Literatura, Glück, que vivía en Massachussetts y enseñó inglés en la Universidad de Yale, fue la primera poeta estadounidense en ganarlo desde T.S. Eliot en 1948. Además, desde que lo ganara Szymborska en 1996, ninguna poeta lo había logrado.

En aquel momento, la Academia indicó que era poseedora de "una inconfundible voz poética que a través de una belleza austera hace universal la existencia individual". El fallo del jurado también destacó que "en sus poemas, el yo escucha lo que queda de sus sueños e ilusiones, y nadie puede ser más duro que ella para confrontar las ilusiones del yo".

"Pero incluso si Glück nunca negara la importancia del trasfondo autobiográfico —continuaba el acta del jurado del Nobel—, no debe ser considerada una poeta confesional. Glück busca lo universal, y en ello se inspira en los mitos y motivos clásicos, presentes en la mayoría de sus obras, máscaras de un yo en transformación, tan personal como universalmente válido".

El crítico de poesía Álvaro Valverde recordó en El Cultural, con motivo de la concesión del Nobel a Glück, lo que escribió en su diario tres lustros atrás, cuando descubrió a la poeta estadounidense: "Da gusto volver a encontrarse cara a cara con el milagro de la Poesía; sí, con mayúsculas".

Valverde calificaba los poemas de Glück como "sutiles, elegantes, inteligentes, ligeros (por lo que parecen frágiles), magníficamente construidos, clásicos (y no sólo por la frecuente aparición del mito) y modernos a la vez, privados pero habitables que, tal vez por eso, dejan en silencio a este lector, perplejo ante tan sabia como sencilla verdad; ante la asombrosa presencia de un mundo donde el matizado brillo de la luz importa tanto como la equilibrada oscuridad de la sombra".

De Una vida de pueblo, el crítico destacó: "Son muchas las voces que se entrecruzan en estos poemas, casi siempre extensos, muy cinematográficos, compuestos por versículos, genuinos y claros relatos jaspeados de tensión lírica, sin apenas metáforas".

En otro de sus libros, Vita nova, Glück "la autora persiste en una literatura elegante y serena", según destacó Francisco Javier Irazoki en su reseña para El Cultural. "Sigue usando el tono confidencial. Como si susurrase un secreto, en la edad madura celebra el jolgorio y las incertidumbres de los jóvenes".

También señaló un curioso contraste en el último de los poemas de aquel libro: "Louise Glück afirma en sus versos que nos defendemos rechazando la claridad y que la ironía es la forma más elevada de la compasión. Sin embargo, ella elige el arte transparente. Ninguna burla disimulada aparece en estos bellos escritos.

La espada en la piedra

Mi psicólogo levantó un momento la vista.
Como es lógico yo no alcanzaba a verlo
pero había aprendido, a lo largo de los años,
a intuir estos movimientos. Como de costumbre,
se negó a reconocer
si yo tenía o no razón. Mi ingenuidad contra
sus evasivas: nuestro jueguecito.

En tales momentos, sentía que el psicoanálisis
surtía efecto: parecía sacar de mí
una traviesa vivacidad que tendía
a reprimir. La indiferencia
de mi psicólogo ante mis actuaciones
resultaba entonces sumamente relajante. Entre nosotros

había crecido una intimidad
parecida a un bosque alrededor de un castillo.

Las persianas estaban bajadas. Rayas
vacilantes de luz avanzaban por la moqueta.
A través de una pequeña franja sobre el alféizar,
veía el mundo exterior.

Todo este tiempo había tenido la vertiginosa sensación
de estar flotando sobre mi propia vida. Muy lejos
esa vida había sucedido. ¿Pero seguía
sucediendo? Esa era la cuestión.

Finales de verano: la luz era cada vez más débil.
Jirones desprendidos bailaban sobre las macetas.

Era el séptimo año de psicoanálisis.
Había empezado a retomar el dibujo…
pequeños bocetos modestos, esporádicas
creaciones en tres dimensiones
inspiradas en objetos funcionales…

Y sin embargo, el psicoanálisis exigía
gran parte de mi tiempo. A qué
le robaba este tiempo: esa
también era la cuestión.

Me quedaba tumbado, mirando la ventana,
durante largos intervalos de silencio que se alternaban
con reflexiones un tanto apáticas
y preguntas retóricas…

Mi psicoanalista, me pareció, me observaba.
Así, me imagino, mira una madre a su hijo dormido,
con un perdón que precede a la comprensión.

O, más probablemente, así debió de mirarme mi hermano…
quizás el silencio entre nosotros prefiguraba
este silencio, en el que todo lo que se queda sin decir
se comparte de algún modo. Parecía un misterio.

Luego la hora de la sesión terminó.

Descendí igual que había ascendido;
el portero abrió la puerta.

El día seguía siendo un día agradable.
Sobre las tiendas habían desplegado toldos de rayas
para proteger la fruta.

Restaurantes, tiendas, quioscos
con los últimos periódicos y cigarrillos.
Los interiores brillaban cada vez más
a medida que el exterior se oscurecía.

¿Quizás los fármacos habían hecho efecto?
En algún momento las farolas se encendieron.

Tuve, de repente, una sensación de cámaras que giraban;
era consciente de los movimientos a mi alrededor, mis prójimos
impulsados por una obsesión irracional por la acción…

Hasta qué punto me resistía a esto!
Me parecía superficial y falso, o quizás
parcial y falso…
Mientras que la verdad… Bueno, la verdad como yo la veía
se expresaba en la quietud.

Caminé un rato, parándome a contemplar los escaparates de las galerías:
mis amigos se habían hecho famosos.

Distinguía el ruido del río a lo lejos,
del que procedía el olor del olvido mezclado
con las macetas de plantas aromáticas de los restaurantes…

Había quedado para cenar con un viejo conocido.
Allí estaba en nuestra mesa de siempre;
el vino estaba servido; enzarzado con el camarero,
comentaba el cordero.

Como de costumbre, se desató una pequeña discusión en la cena, supuestamente
en relación con la estética. Lo dejamos pasar.

Fuera, el puente brillaba.
Los coches corrían de un lado a otro, el río
brillaba a su vez, imitando al puente. La naturaleza
reflejaba el arte: algo en este sentido.
Mi amigo juzgó que la imagen era potente.

Era escritor. Sus muchas novelas, por aquel entonces,
recibían muchos elogios. Eran muy parecidas entre sí.
Y sin embargo su autocomplacencia escondía sufrimiento
como quizás mi sufrimiento escondía autocomplacencia.
Nos conocíamos desde hacía varios años.

Una vez más, lo había acusado de pereza.
Una vez más, me atacó con la misma palabra…

Alzó su vaso y lo puso del revés.
Esta es tu pureza, dijo,
este es tu perfeccionismo…
El vaso estaba vacío; no dejó ninguna marca en el mantel.

El vino se me había subido a la cabeza.
Caminé despacio de vuelta a casa, pensativo, algo borracho.
¿El vino se me había subido a la cabeza, o se trataba
de la noche misma, la dulzura del final del verano?

Son los críticos, dijo,
los críticos los que tienen ideas. Nosotros los artistas
(me incluía)… nosotros los artistas
somos solo niños que juegan con sus cosas.

Louise Glück
Noche fiel y virtuosa (2014; Visor, 2021)