Julian Barnes. Foto: Urszula Soltys

Julian Barnes. Foto: Urszula Soltys

Letras

'Elizabeth Finch' de Julian Barnes: amores platónicos, imposibles pasiones

La nueva novela del británico es una historia de veneración y una reflexión sobre si ese estado es posible como ejercicio profano

20 marzo, 2023 02:12

¿Están preparados para una visión de provocativa sexualidad? Imagínense esto: una mujer vestida con zapatos Oxford de ante marrón, falda por debajo de la rodilla y las piernas cubiertas por unas medias de color oscuro. Pelo gris arena. Un discreto broche prendido a la blusa, lenguaje formal, un profundo interés por la antigüedad y tendencia a sufrir migrañas. Puede que estas cualidades no sean exactamente lo que ustedes entienden por "atrevida", "seductora" o "exótica", pero usted no es el narrador del vigésimo quinto libro de Julian Barnes (Leicester, Reino Unidos, 1946).

Elizabeth Finch

Julian Barnes

Traducción de Inga Pellisa. Anagrama, 2023. 200 páginas. 18,90 €

La sirena es Elizabeth Finch, profesora de educación de adultos en el Londres de hace dos décadas. El narrador es su alumno Neil, algo torpe, pero diligente. El primer día de clase, Elizabeth resume su método pedagógico: "No intentaré atiborrarles de datos como se atiborra de maíz a un ganso. El resultado solo sería un hígado hinchado, lo cual no resultaría saludable". Neil cae perdidamente enamorado. Intrigado por el aplomo de Finch, deslumbrado por su confianza, fantasea ideas descabelladas sobre la vida extraescolar de ella: pijamas de seda, lagos italianos, viñedos franceses, amantes misteriosos.

Cuando acaba el curso, Neil se arma de valor e invita a comer a su amada, y durante veinte años cenan juntos dos o tres veces al año. No está claro qué obtiene Elizabeth de estos encuentros. Lo que saca Neil es la impagable oportunidad de ser superado en inteligencia por una mujer de una reserva y un intelecto formidables. Si lo suyo no es gula por el castigo, como mínimo es un buen apetito.

Tras la muerte de Elizabeth, un abogado comunica a Neil que ella le ha dejado sus libros y papeles. Neil se otorga a sí mismo la condición de discípulo, revisa los cuadernos y descubre que los intereses académicos de su exprofesora se centraban en Juliano el Apóstata, emperador romano, soldado, erudito y denunciador del cristianismo. Aquí termina la primera parte de la novela.

La segunda parte narra el intento de Neil de escribir el ensayo sobre Juliano que Elizabeth –supone él– habría compuesto si hubiera vivido más años. El intento es valiente. Neil recuerda que, en una de sus clases, Elizabeth expresó su desaprobación por los adjetivos triples ("alto, moreno y guapo", esta clase de cosas), así que, en su texto, respeta obedientemente la preferencia de su preceptora y encadena sucesiones de cuatro, cinco y hasta seis adjetivos. El pobre es un seguidor incorregible del sentido literal. Pero quizá eso explique el legado: Finch sabía que su alumno era incapaz de una maniobra como la de Charles Kinbote, el exégeta perturbado de Pálido fuego, de Vladimir Nabokov.

Perdidamente enamorado, deslumbrado por su confianza, Neil fantasea sobre la vida de Elizabeth

El ensayo sobre Juliano ocupa unas cincuenta páginas. ¿Es estimulante leer medio centenar de páginas de Julian Barnes poniéndose en el papel de un erudito aficionado que hurga torpemente en la historia romana? No, pero no es tan aburrido como podría temerse. La tercera parte nos devuelve a la vida de Neil, que va más allá de Juliano en busca de nuevas informaciones para resolver el enigma de Elizabeth.

La novela es una historia de veneración y una reflexión sobre si ese estado –con su combinación de devoción, autohumillación y amor– es posible como ejercicio profano. Puede que Elizabeth Finch sea una pensadora con una capacidad creíble de embriagar en lo que al lector se refiere, o puede que no lo sea, pero esto carece de relevancia. Lo que importa es que hechiza a Neil. Una de las estrategias de Elizabeth consiste en formular la historia en términos que sus alumnos puedan entender. Así, los dioses romanos eran "famosos por ser multifuncionales", y el cuadro de Vittore Carpaccio San Jorge y el dragón, "un fotograma congelado de una película de acción".

Otro de los temas de la novela es el legado. Mientras estudia a Juliano, tachado eternamente de hereje por los vencedores de la historia, Neil se bate con cómo podría contribuir a la reputación póstuma de Elizabeth. Si su memoria ha de perdurar, la tarea recaerá sobre él y su manera de dar forma a los materiales de Finch. ¿Qué será ella, entonces? ¿Elizabeth la Grande? ¿Elizabeth la académica de poco monta que publicó un libro sobre las anarquistas de Londres entre 1890 y 1910, ahora descatalogado? ¿Quizá algo intermedio?

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Un traspié tonto de la novela es el intento de Barnes de transmitir el rito moderno de la cancelación. En la tercera parte, Neil da a conocer lo que él llama "La Vergüenza". Durante las últimas fases de su amistad con su mentora y amiga, ella pronunció una conferencia vagamente anticristiana ante un público sorprendido. Por alguna razón, los medios de comunicación informaron del acto (algo improbable), y este alcanzó una enorme difusión (algo muy improbable). En los periódicos aparecieron algunas fotografías poco favorecedoras de Elizabeth Finch tomadas por paparazzi (cosa casi imposible de imaginar).

Incluso admitiendo que todo ello hubiera ocurrido durante la semana más falta de noticias del mundo, ni en la persona de la profesora ni en su conferencia había ningún detonante creíble de la censura despiadada de una multitud.

La cancelación, por supuesto, es una conveniencia narrativa. Elizabeth tiene que ser humillada para que Neil pueda verla como una mártir (Elizabeth la Apóstata). Pero habría sido más inteligente que Barnes la convirtiera en una provocadora realmente convincente. El autor podría haber elegido cualquier opción del festín de devociones contemporáneas y mostrado a Finch pisoteándolo con sus sensatos zapatos Oxford.

Con ello habría añadido un toque desagradable a su prosa brillante, al tiempo que revelaba el alcance de la idolatría de Neil. El hacerlo también habría exigido que Barnes se expusiera a la indignación de la gente que tiene por costumbre confundir a los personajes de ficción con los novelistas que los crean. Pero, ¿y qué? ¿Realmente le importan esos lectores?

Volvamos al aula. En sus comentarios iniciales, Elizabeth expresa la esperanza de que los estudiantes encuentren su curso "interesante y, de hecho, divertido. Una diversión rigurosa, claro está". Diversión rigurosa: una buena descripción de Julian Barnes, prestigioso escritor británico de ficción. Sus ambiciones se expanden y se contraen de novela en novela: unas más divertidas, otras más rigurosas. Aunque Elizabeth Finch es encantadora, le vendría bien algo más de las dos cosas. 

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips