Una página de 'Las aventuras de Quique y Flupi', inspiradas en la niñez de Hergé

Una página de 'Las aventuras de Quique y Flupi', inspiradas en la niñez de Hergé

Letras

Hergé en la escena internacional: la visibilidad de lo recóndito

No puede sorprendernos que en medio del presente incierto que inauguró la posmodernidad unos cuantos dibujantes, poetas, pintores o escritores volvieran sus ojos hacia Tintín como un seguro de armonía imperecedera

5 octubre, 2022 03:13

Preparémonos para el exceso de ditirambos que viviremos durante las semanas que permanezca abierta la interesantísima exposición sobre Hergé en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, entre los que no faltarán los que volverán a atribuirle la condición del mejor autor del cómic europeo (alguno dirá que del orbe) o la invención de ese concepto, la línea clara, del que en determinados períodos tanto se abusó a fuer de tergiversarlo o manipularlo cuanto fuera preciso.

Y preparémonos para el rosario de declaraciones de los tintinófilos, los tintinólogos, o los tintinólatras, a los que lo único que cabe agradecer es que, cada uno desde su grado de implicación en cualquiera de esas cofradías, ha hecho posible que la pasión por esos álbumes no decayera tanto como ellos mismos se temían cuando pensaban en la pervivencia de ese legado más allá de la muerte de su autor, intuyendo ya que la estética del manga y la del cartoon serían las hegemónicas del nuevo gusto.

Nadie puede discutir que Hergé es uno de los grandes creadores gráficos del siglo XX, sin caer en el reduccionismo de encasillarlo en el pequeño ámbito de la historieta, así como que, gracias al celo puesto por sus herederos en preservar su condición de clásico de referencia, sobre su figura y sobre su obra no pesa más amenaza que la que pueda ejercer la maldita corrección política sacando a relucir, una vez más, algunos pasajes de su biografía durante la ocupación nazi, en los que no faltan la presencia de amistades peligrosas, o lo que su visión pudiera encerrar de una mentalidad colonialista, o misógina, o Dios sabe qué (lean para vacunarse, por ejemplo, los estudios de Fernando Castillo, sin necesidad de acudir a fuentes francobelgas con mayor pedigrí).

Nadie puede discutir que Hergé es uno de los grandes creadores gráficos del siglo XX

Lo increíble de este hombre, que tan a menudo me parece uno de esos personajes torturados de Graham Greene, es que su estilo, que al principio bebe de gráficas hoy menos recordadas como las de Saint-Ogan, Forton, o Pinchon, entre otras (otra fuente solvente, como es Antonio González Lejárraga, no ha dejado de bromear con la hipótesis de su deuda con españoles como López Rubio, Sánchez Tena, Bartolozzi o Penagos, de los que pudo saber cuando viajó a Barcelona como boy scout a principios de los años veinte), se adentra en un camino, cuando empieza a rehacer sus primeros trabajos con su amigo Jacobs, que tiene mucho de viaje a un orden controlado parecido al de los neobjetivistas alemanes.

Una a una, sus “novelas en imágenes”, en definición de Benoît Peeters, anterior a la consagración del concepto “novela gráfica”, se irían alzando como la búsqueda de un canon preciso y exacto, mediante el que configurar un macrocosmos presidido por una poética de regusto clásico. No puede sorprendernos, por eso, que en medio del presente incierto que inauguró la posmodernidad, de resabios tan neobarrocos, unos cuantos dibujantes, poetas, pintores o escritores volvieran sus ojos hacia Tintín como un seguro de armonía imperecedera y transparente, por momentos casi metafísica en tanto liberada de lo accesorio, que había constituido, a su pesar, el principal proyecto de vida, casi el único, de un hombre, y con cuyo deceso, a mi juicio, se clausuró.

Porque, a pesar de todos los listados que podríamos hacer de posibles herederos, entre los que hubo a veces más de paródico que de continuismo, lo cierto es que los mejores de todos, o de esa arbitraria línea clara, fueron abiertamente mestizos (o birraciales, o trirraciales, que dirían ahora), cuando no herederos de otros autores ajenos al universo Hergé.

Así que lo único que aquí y ahora puedo preguntarme es si esa reverberación que dejaba la lectura de Tintín en aquellas generaciones sigue teniendo algo de su vigencia o pertenece al mundo sentimental de ayer.