Juan Carlos Onetti en Madrid, en 1973

Juan Carlos Onetti en Madrid, en 1973

Letras

'Los adioses' de Onetti: donde nada es lo que parece

La editorial Luz de Agosto recupera una novela corta de la época de madurez del uruguayo, magistral en su planteamiento y sorprendente en su desenlace

30 julio, 2022 01:39

Los adioses (1954) es una novela corta que refleja bien el modus scribendi de su autor. Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909- Madrid, 1994) la compuso en su época de madurez, después de La vida breve (1950) y antes de El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964), tres de sus narraciones más significativas. No en vano lo situaron en el mapa de la literatura en español, revelando su calado y su asombrosa originalidad.

Los adioses
Juan Carlos Onetti
Luz de Agosto, 2022. 94 páginas. 18 €

Todas ellas tienen un poso existencialista y cuentan con un marcado aire pesimista, aunque tal vez lo privativo de la producción de este escritor sea su rabiosa modernidad, como ya señalara Vargas Llosa en El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. El propio Premio Nobel reconoce que Onetti no ha gozado del éxito que habría merecido, seguramente por el tono oscuro de sus historias, que las hace poco atractivas para un público deseoso de evasión, y porque exigen un esfuerzo que no cualquiera es capaz de mantener.

Y así, en efecto, se evidencia en Los adioses, cuya lectura, a pesar de sus escasas noventa páginas, es necesariamente demorada. Desde la primera frase, el que se acerca a esta nouvelle tiene la sensación de que no pisa terreno firme, lo que le obliga a avanzar por sus líneas con cautela, sorteando las trampas que jalonan el texto de norte a sur y de este a oeste.

Los adioses es una obra maestra del punto de vista, aquello que fascinaba a Henry James y que, desde sus publicaciones, se ha convertido en uno de los pilares de la narración. De hecho, cuando un escritor inicia la composición de un relato, tiene que tomar dos decisiones fundamentales que condicionan el resultado final: la primera es determinar quién cuenta la historia, es decir, quién es el narrador; y la segunda, establecer desde qué perspectiva lo hace.

El relato de Onetti está contado por alguien que observa la realidad desde un lugar privilegiado

Porque no es lo mismo que ese narrador tenga un saber omnímodo sobre todos los detalles –incluidos los pensamientos recónditos de los protagonistas–, o que su información sea parcial, circunscrita a lo que podría conocer un solo personaje, como sucede en Los adioses.

El relato de Onetti está contado por alguien que observa la realidad desde un lugar privilegiado. Se trata del propietario de un almacén que se encuentra frente a una parada de ómnibus y coches que, bien suben hacia un hotel y un sanatorio de tuberculosos, bien bajan hacia el pueblo.

El almacén es una especie de bar donde los viajeros esperan la llegada o la partida de los vehículos mientras toman una bebida, y es, así mismo, el punto de encuentro de diferentes tipos vinculados con la posada y con el hospital, esencialmente un chico conocido como Levy, un enfermero y una mucama, capitaneados por el anfitrión, que es el innominado dueño de la cantina y que, además, actúa como narrador de la historia.

La localidad está aislada y apenas alberga novedades, por lo que todos ellos han desarrollado un instinto especialmente agudo para la especulación sobre la vida de los demás. De ahí que conjeturen sobre la realidad de los viajeros, fundamentalmente sobre uno de los enfermos que vive en el hotel, aunque más tarde alquilará una vivienda –el chalet de las portuguesas– que hace tiempo albergó sucesos luctuosos no del todo esclarecidos.

De forma significativa, este hombre siempre va vestido con un traje gris, indumentaria que no es de invierno ni de verano, y es un tuberculoso desahuciado, según se figura el tabernero.

A lo largo de la lectura, el sentido de 'Los adioses' se tiñe de ambigüedad porque no hay ninguna certeza sobre lo que allí se cuenta

La historia se complica cuando el hombre recibe la visita de dos mujeres. La primera, de mayor edad, aparece acompañada de un niño de unos cinco años; la segunda es mucho más joven. A partir de ahí, las suposiciones del cantinero y de los parroquianos –esencialmente sobre la relación que une al individuo con las dos damas– se desatan.

Como ya señalé, la clave de la interpretación la proporciona el tipo de narrador, al que el lector, por inercia, cede su confianza con mayor liberalidad de la que debería. Porque se trata, en realidad, de un contador no fiable que carece de un conocimiento cabal sobre la vida de los personajes, razón por la que se entrega a la especulación.

Es el mismo tipo que aparece en Dom Casmurro, la obra maestra de Machado de Assis, que dirige al lector hacia el tema de su monomanía –los celos–, haciéndole creer en la infidelidad de la esposa hasta que, tras ciertas alusiones sutiles, aquel empieza a dudar de la culpabilidad de Capitu. Y también es el mismo que presenta un espléndido relato de Muñoz Molina, agudo conocedor de la obra de Onetti, tal como revela “La poseída”. Otro ejemplo elocuente es el que muestra Henry James en su novela What Maisie Knew.

A lo largo de la lectura, el sentido de Los adioses se tiñe de ambigüedad porque no hay ninguna certeza sobre lo que allí se cuenta. Solo al final, y aquí es sustancial no revelar los datos que oportunamente se ocultan, accederemos a la verdad de algunos de los hechos, los más significativos, aunque otros permanecen en la sombra. La nouvelle es magistral en su planteamiento y desarrollo, enigmática en su sentido y sorprendente en su desenlace, una pequeña joya perfecta para distraer las tardes de verano. Completa esta cuidada edición un sugestivo epílogo de Rafael Gª Maldonado.