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Letras

Poemas al padre-soldado que fue a la guerra

Nueve poetas volcaron en sus versos lo vivido por sus padres en la Guerra Civil. José Jurado Morales los reúne y analiza en 'Soldados y padres. De guerra, memoria y poesía'

17 septiembre, 2021 11:22

Galardonado con el Premio Manuel Alvar, la idea primera de Soldados y padres (Fundación José Manuel Lara) surgió cuando su autor, José Jurado Morales (Sanlúcar de Barrameda, 1970), leyó en el verano de 2019 “Dominio de la herrumbre”, un poema “descarnado y tierno a la vez” que Antonio Jiménez Millán dedica a su padre. Fue entonces cuando decidió estudiar la relación de los escritores con sus padres, con nuestra guerra civil “latiendo de fondo”.

Tras algo más de año y medio de investigación, Jurado Morales lanza la semana que viene el volumen, que “no es un estudio de memoria histórica, sino un libro en el que cruzo la historia, la biografía, la memoria, la literatura, la ideología, la política y la sociología para contar historias familiares”.

La guerra, ayer no más

Al seleccionar a los poetas y poemas objeto de su estudio, Jurado aplicó criterios estrictos: “Que fueran poetas actuales, que sus padres hubiesen participado en la Guerra Civil como soldados y que hubiesen escrito algún poema centrado en esa experiencia paterna”. Por su parte, ellos, los hijos, reflejaron lo vivido por sus padres en novelas autoficcionales –como Ayer no más de Andrés Trapiello y Les guerres del pare de Pere Rovira–, esbozos líricos autobiográficos –como De una edad tal vez nunca vivida de Jorge Urrutia y Este sol de la infancia de Jacobo Cortines– y memorias de infancia y juventud –como Para tener casa hay que ganar la guerra de Joan Margarit–, porque, como subraya el profesor Jurado, “la guerra del padre se lleva dentro. Para bien o para mal, uno es también lo que su padre fue o dejó de ser”.

“En el libro cruzo la memoria con la literatura para contar historias familiares”, explica Jurado Morales

El resultado es un libro apasionante, que nos descubre, por ejemplo, que para aplacar el frío de invierno de la posguerra “el niño Joan Margarit cubría su cama con el capote de guerra de su padre. Su infancia no fue su etapa más feliz. Y es que la historia personal de Margarit es dura, muy dura, y la relación con su padre muy compleja. Él me hizo saber que podía entender que su padre desertara del ejército republicano por una razón de supervivencia y que terminara haciendo el servicio militar franquista por obligación, pero nunca pudo comprender la renuncia a su identidad, la entrega a la hipocresía, el repudio de su origen humilde y su integración consciente en el franquismo”.

En cambio, Jorge Urrutia concedía mucha relevancia al agua que su padre, Leopoldo de Luis, bebió en Jimena de la Frontera, porque “a pesar de tanta calamidad y crueldad, también hay tiempo para la felicidad y el amor en la guerra. El padre baja exhausto del tren donde llevan a los presos de un batallón de trabajadores forzados. Una joven le ofrece agua. Al poco tiempo, inician una relación, que concluye en una boda y el nacimiento del futuro poeta”.

Memoria colectiva y familiar

Por el contrario, Julio Llamazares deja entrever el miedo y la tristeza del padre-soldado en “Canción de cuna para mi padre”. Según el autor, el que su padre y cuatro tíos combatan en la guerra “afecta a la cosmovisión del poeta y narrador, a su ideología y su ética. Quién puede dudar de que cada escrito suyo, desde el primer poema a la última columna de prensa, está marcado por la memoria colectiva y familiar de la guerra en las montañas de León”.

Para aplacar el frío de invierno de la posguerra “el niño Joan Margarit cubría su cama con el capote de guerra de su padre"

También marcado por el pasado aparece Andrés Trapiello, pues, como señala Jurado Morales, “en el subconsciente o en el fondo de su interés por la guerra subyace la participación del padre en ella. Ese es el origen de Las armas y las letras y Ayer no más: una cuestión humana, una deuda familiar. Luego viene lo demás: sus horas de estudio dedicadas a la guerra. Mientras su padre vivía, Trapiello no dejó de escuchar una sola Nochebuena sus padecimientos en 1937 en el frente de Teruel por culpa de los 20 grados bajo cero”.

Combinando erudición y sensibilidad, José Jurado también estudia los poemas de Jacobo Cortines, Pere Rovira, Jane Durán, Miguel D’Ors y Jiménez Millán a sus padres-soldados. Es su manera de rendirles homenaje, como hace Cortines con su “Carta de junio”, que “representa la tendencia a hacer balance de la vida de nuestros padres cuando se encuentran desmemoriados en la vejez” y que evidencia “cómo la participación en una guerra trunca y marca la vida”.

@nmazancot

Autorretrato

De la guerra quedó el viejo capote

de un desertor encima de mi cama.

En la noche sentía el tacto áspero

de aquellos años, que fueron nunca

los años más felices de mi vida.

Sin embargo, el pasado acaba siendo

fraternidad de lobos y nostalgia

por un paisaje que falsea el tiempo.

Queda el amor –no la fi losofía,

que es igual que una ópera– y nada

de poeta maldito: tengo miedo,

pero me apaño siempre sin idealismo.

Las lágrimas a veces se deslizan

tras el cristal oscuro de mis gafas.

La vida es un capote de desertor.

Joan Margarit (Los motivos del lobo, 1993)

El almacén, 1998

Son tan viejos ahora, aunque algo más jóvenes

que mi padre si hubiera vivido.

Todos lucharon en la Guerra Civil.

Pero no pregunto en qué lado lucharon

o a quién perdieron, quién les traicionó,

qué les obligó a alistarse en qué causa.

Hace tanto de todo esto.

Aquí en esta luz, en este silencio

que rompen y en el que descansan

y me dan la bienvenida.

Jane Durán (Silencios desde la guerra civil española, 2019)

poema ante Jimena de la Frontera donde fue el origen del comienzo

Tuércele el cuello al cisne, así es la rosa,

el castillo truncado,

el pueblo vertiéndose en sus olas,

el puente que recobra su tallo y que lo anilla,

el lago vegetal que lo sostiene.

19.7.36 puede verse el mar traidor desde su torre:

refugio un tiempo fue de grandes ciudadanos:

bienaventurados aquellos que sufrieron porque ya no sufrieron

19.7.56 Piedra a piedra saltando…

Ascender el agua por la torre enterrada, sí, tan fresca…

O correr hasta el río

y reír y reír y llorar ya la risa en explosivo acento

¡ay, libertad de niño tan amada!

[...]

silencio: o muerte formularia: siete hermanos que cavaron sus

fosas: de rosas las calaveras: o un visitante portador de bolsos

con martillos yunques lenticulares y estribos: cuánta maldad

vivida seguida maldecida bendecida firmada rubricada sellada

tangencialmente oculta y no olvidada no olvidada no olvidada

¿cómo se pudo luego producir el amor?

será la rosa tras el cuello torcido a tanto cisne

sí jimena que fuiste surtidor de mi sangre mi vida canciones

infantiles moras robadas setos saltados caídas en el polvo

experiencias y luces cabalgadas en un mundo que desearía lewis

carroll para su alicia

volver

golpear una piedra con el pie

y seguir su bajada por la cuesta su rechocar sonado o sordo en

las esquinas su rodar y rodar hasta el plufeo en aguas estancadas bajo el puente

como infancia ya ahogada por las capas geológicas del llanto

¿verdad leopoldo?

porque es posible todaviizar la historia.

Jorge Urrutia (Del estado, evolución y permanencia del ánimo, 1979)

Carta de junio

[…]

Imagino el desgarro de la guerra,

la estúpida contienda que te obliga

a luchar sin saber contra quién luchas.

La muerte alrededor. El llanto en otros.

Al fi n suerte tuviste que esa bala

tu pierna atravesara y no tu pecho,

como de mí diría, pues entonces

no sería esta voz que va contando

lo que pudo no ser como sí ha sido.

Vuelves herido y hallas otra herida

aún mayor en la falta de quien fuera

para ti madre más que de tu carne.

Atrás quedan proyectos. Cuántos planes

empiezan a cambiar; mudo testigo

el cuadro que dejaste inacabado.

Pero también te aguarda la que firme

esperó tu regreso, y ya con ella

la soledad alejas de la casa.

Jacobo Cortines (Carta de junio y otros poemas, 1994)

Arma virumque (Retrato de mi padre)

Que de todas las fechas de su vida

perdure para siempre en esta hoja

aquélla, que contiene, resumida,

su más honda verdad: con boina roja,

el máuser, el detente y el fulgor

de un sueño ennobleciéndole la cara,

oye acercarse la batalla por

los recios campos de Guadalajara.

Con un trasfondo de ametralladora

se eleva una oración de su alma fuerte.

Llega la prueba ya. Llega la hora

de mirarle a los ojos a la muerte.

Adivino la Eneida en su bolsillo

con un olor a pólvora y tomillo.

Miguel D'Ors (La imagen de su cara, 1994)

Un miliciano

Te veo aún, con la corona de humo

del habano y el whisky muy lento de la tarde,

en tu butaca, viejo y solitario,

seguro de no tener ni dios ni amo.

Contabas que después de una batalla

había más comida, porque quedabais pocos.

Y tanto miedo, el hambre, la metralla,

la rabia de los muertos a la luz de la luna

se borraban, debajo de un recuerdo más tuyo:

la venganza de no querer matar,

de mandar al infi erno las ideas.

Nada hubieses salvado en una tumba

en un monte del sur. Tú lo sabías,

y no habías cumplido veinte años.

Una vida más tarde, hoy, te has muerto,

viejo desobediente, en una casa llena

de los lujos que amabas: libros, música

y el tiempo que hace falta a un vino noble.

Has ganado otra vez la guerra que perdiste.

Pere Rovira (La mar de dentro, 2005)

Retrato de mi padre

La foto fue tomada en un estudio

pueblerino y de feria. El decorado

es de escayola y él está de lado,

arrogante y feliz. Fue su preludio.

Luego herido en Teruel. Duras batallas

si dura fue la guerra. Aún en los ojos

lleva un botín de miedo y de despojos

que guarda en una caja entre medallas.

A su manera bueno. Un gran furtivo

en cristalinos ríos. De su vida

sólo puede decirse: fue un trabajo

del que la vida nunca le distrajo.

Es viejo ya y espera la partida.

Más solo cada vez. Más pensativo.

Andrés Trapiello (El mismo libro, 1989)

Tan de repente (Homenaje a Miguel Hernández)

La muerte visitó mi casa,

yo era entonces muy joven.

Fue un día soleado de diciembre,

un sábado anterior a navidades.

Y así, tan de repente,

la caída,

la desaparición.

Aquella misma noche,

mientras velaba el cuerpo de mi padre,

pensé en el verso de Miguel Hernández.

No había leído nunca

un resumen tan fi el de la tragedia

que nos acecha cada día,

pero me hizo un efecto

contrario al melodrama del poema:

tanto trabajo y tanto sentido del deber

para acabar en un vacío

más desolado incluso

que una guerra perdida,

aunque mi padre la ganara.

No había que tomarse tan en serio la vida.

Y a uno mismo, tampoco.

Antonio Jiménez Millán (Biología, historia, 2018)

Canción de cuna para mi padre

Sé  que, una noche amoratada, te creció un fusil entre las manos.

Fue como una primavera de fusiles nacida a borbotones entre un brillo nervioso de cigarros. ¿Recuerdas?

Y tú, con los zapatos sucios de miedo y de tristeza, te marchaste a pisar aquella España llena de sangre y de inmisericordia.

Julio Llamazares (Versos y ortigas, 2009)