Nativel Preciado y Carmen Rigalt. Fotos: Victoria Iglesias y Pepa Málaga

Nativel Preciado y Carmen Rigalt. Fotos: Victoria Iglesias y Pepa Málaga

Letras

Nativel Preciado y Carmen Rigalt, ficciones y memorias contra la nostalgia

Durante la Transición dieron cuenta de una época plena de desafíos y esperanzas. Ambas autoras conversan con El Cultural de recuerdos y desencantos

21 junio, 2021 09:14

Oriana Fallaci, la periodista italiana, solía definir este oficio como “un privilegio extraordinario y terrible”, que obliga a quien lo ejerce a debatirse “en mil complejos de ineptitud”, ya que, ante un acontecimiento o un encuentro importante, se siente el miedo de “no tener bastantes ojos, bastante oídos y bastante cerebro para ver, oír y comprender”. Quizá por eso, para contar y contarse más y mejor, Nativel Preciado (Madrid, 1948) y Carmen Rigalt (Vinaixa, Lérida, 1949) acabaron reinventándose como narradoras sin abandonar el periodismo.

Preciado lanza estos días El santuario de los elefantes (Planeta), Premio Azorín, y Rigalt, autora de novelas como Mi corazón que baila con espigas, finalista del Premio Planeta 1997, publica el 23 de junio sus memorias, Noticia de mi vida (Planeta). Testigos y cronistas de excepción de la Transición, es imposible no comenzar este cara a cara preguntándoles si son justas las críticas a aquella época incierta:

Carmen Rigalt. No hace mucho se puso de moda cuestionar la Transición. Supongo que era obra de quienes llegaron tarde a ella o no llegaron. Normalmente se trataba de críticas injustas pero inevitables, porque el desgaste de materiales es evidente. Los españoles han sido muy conscientes de que el régimen del 78 es un cimiento básico de nuestra historia, pero está pidiendo a gritos una actualización. Políticos como los de entonces no se han vuelto a sentar en los escaños del Congreso, ahora todo es mucho más cutre.

Nativel Preciado. Los que la condenan de una manera radical son injustos, quizá por desconocimiento absoluto. Tendrían que haber vivido aquellos días para saber el grado de violencia que se ejercía para boicotear cualquier cambio desde los poderes fácticos, la extrema derecha y la extrema izquierda. Se hicieron enormes esfuerzos para superar obstáculos, que en aquellos momentos parecían insalvables. Todo salía de pura chiripa a base de pactos y consensos forzados por la prudencia o el miedo. Si algo pedía la mayor parte de los españoles era paz; que no hubiera otra guerra. La transición fue imprescindible para pasar, sin sangre, de la dictadura a la democracia; una democracia prendida con alfileres, como quedó en evidencia la noche del 23-F, un golpe militar frustrado también milagrosamente. Durante años perduró esa mezcla de prudencia y temor, para evitar que una democracia precaria se nos fuera de las manos.

Pregunta. ¿A quién reivindicarían de aquel tiempo?

“Las críticas a la transición son injustas, fue imprescindible para pasar, sin sangre, a la democracia”. Nativel Preciado

N. P. Yo, a Adolfo Suárez, un político con el que fui muy crítica en aquellos días. Hoy creo que actuó lo más rápido que pudo para cumplir un ambicioso proyecto político. Logró que las Cortes franquistas aprobaran su autoinmolación. Legalizó a los sindicatos y al PCE, a pesar de las graves amenazas de los militares. Convocó las primeras elecciones democráticas y cumplió su promesa de elaborar una Constitución. No fueron pocos sus méritos: desmontar la dictadura cumpliendo el expreso deseo de la mayoría del pueblo español, y lograr que recuperase los derechos y la libertad que les arrebataron durante 40 años. ¿Qué hizo mal? Rodearse de enemigos en su propio partido y no desmantelar del todo el aparato franquista. Ojalá existieran, ahora, políticos capaces de escuchar las inquietudes de los ciudadanos e ignorar sus intereses electoralistas, aunque el precio fuera sacrificar su futuro político.

C. R. Yo además echo de menos la viveza de Alfonso Guerra, a quien entonces juzgué muy duramente.

Entre la realidad y la ficción

Cuando piensan en cómo se han reinventado como narradoras de ficción, coinciden en considerarlo algo natural. Nativel Preciado recuerda que desde niña siempre quiso contar historias escritas, “y lo he hecho durante cincuenta años de profesión. Mis primeros libros fueron mitad ficción mitad realidad (El sentir de las mujeres, Amigos íntimos), de manera que el salto de la realidad en los periódicos a la ficción en los libros fue muy tenue”. En cuanto a Rigalt, asegura no recordar haber apostado por la ficción, “pero pasó por mi puerta y probé… Yo solo aposté por el periodismo. Mi medida, a la hora de escribir, siempre ha sido el folio y medio. Todo lo que pasa de eso es como un libro. Pero el gusto por la escritura me viene de la infancia. Escribía redacciones a todas horas y devoraba los libros del Círculo de Lectores”.

P. Nativel, El santuario de los elefantes es ficción pura y dura con un fondo de denuncia…

N. P. Sí, la más pura y dura ficción que he escrito hasta ahora. Sin darme cuenta, me he encontrado muy cómoda creando estos locos personajes dentro de una historia alegórica, excesiva y rocambolesca, con toques de humor. Surgió durante el confinamiento, leyéndole a mi nieto cuentos de animales e inventándome historias de elefantes que, como dice Kapuscinski, representan el espíritu de África. Nos divertíamos tanto que decidí crear unos personajes alrededor de una aventura africana. Los libros de Yuval Noah Harari, sobre todo, Sapiens, también tuvieron mucha influencia en El santuario… Necesitamos santuarios para rescatar muchas especies, la primera el homo sapiens, que anda muy desorientado.

“Algunos críticos muy exquisitos nunca nos dejarán entrar en el mundo de sus elegidos”. Nativel Preciado

P. Y usted, Carmen, ¿por qué ha decidido publicar ahora sus memorias, quería ajustar cuentas con alguien?

C. R. No soy consciente de haber hecho un libro memorialístico. Me puse a escribir y salió lo que salió. No se trataba de ajustar cuentas. Estaban ya ajustadas con las herramientas que me había proporcionado el periodismo.

P. Pero, ¿qué pesa más en su libro: la nostalgia, la amistad, la fe en la vida, la decepción, las neurosis, las ausencias?

C. R. La nostalgia, la amistad, la fe en la vida, la decepción, las ausencias, la neurosis… Y naturalmente, el dolor.

P. ¿Creen que han tenido que pagar algún tipo de peaje por provenir del mundo del periodismo, o, en cambio, les ha beneficiado tener el respeto de sus compañeros de profesión?

N. P. El peaje es que algunos críticos exquisitos nos prejuzgan y no esperan nada bueno de nosotras, porque nos consideran tránsfugas. Nunca nos dejarán entrar en el mundo de sus elegidos. Lo bueno es que las editoriales, inicialmente, nos reciben con los brazos abiertos. Otra cosa es permanecer. Y cuando llevas treinta años publicando libros, es que nunca te faltan lectores, y, claro, te preocupa poco el corralito donde intentan meterte.

“El lenguaje inclusivo está plagado de trampas. Se están cometiendo demasiadas memeces". Carmen Rigalt

C. R. ¿Prejuicios por provenir del mundo del periodismo? No creo. En cuanto al respeto de los compañeros, depende. Esta profesión no se caracteriza precisamente por su generosidad. A los que empezábamos nos hacían muchas putadas. Respecto a los pros y los contras, había de todo. No faltaban quienes pretendían hacerte pagar un peaje por tu condición de mujer, pero también te acostumbrabas a eso. Bajabas la cabeza y te mordías la lengua. Así de tontas éramos.

Un periodismo muy cabrón

P. Quizá uno de los grandes cambios del periodismo desde la Transición ha sido el papel cada vez mayor de la mujer. ¿Cómo fueron recibidas en sus primeras redacciones?

N. P. Yo era jovencísima cuando empecé a trabajar como periodista y entré en las redacciones con la fortaleza y la energía de uno de mis elefantes. Hacía mi trabajo con tal entusiasmo que ni me fijaba en la cara que me ponían. Tuve mucha suerte con una parte de mis compañeros.

C. R. Hubo de todo, paternalismo y brotes machistas, pero también solidaridad y apoyo, aunque ya he dicho que el periodismo era una profesión muy cabrona. Uno de los deportes preferidos de los compañeros consistía en pisarte los temas.

P. Entonces el #Metoo era impensable, pero ahora sabemos que muchas sufrieron acoso: ¿fue su caso o el de amigas o conocidas?

C. R. Algo cuento en el libro, pero sin dar detalles. Prefiero no acordarme.

N. P. Era imposible denunciar a un acosador, porque te echaban a patadas de la comisaría. Me atrevo a afirmar que ninguna de mis colegas se libró de abusos machistas. Por supuesto, yo tampoco me libré, lo cual no implica que tuviera que renunciar ninguno de mis principios. Hace tiempo que lo conté en alguno de mis libros y en artículos, más que como denuncia o revancha, para dejar testimonio de la realidad del tiempo que vivimos.

P. ¿Qué les parece el lenguaje inclusivo, tan de moda?

C. R. Está plagado de trampas que desafían los principios de la Academia. Me parece bien la inclusión de los diferentes en el lenguaje, pero en nombre de la filantropía se están cometiendo demasiados excesos y memeces.

N. P. A mí me parece de gran utilidad, siempre que no caiga en el esperpento.

“Soy ajena a las redes. Me he resistido porque estaba segura de que me engancharía”. Carmen Rigalt

P. ¿Y cómo se llevan con las redes? Porque una de ustedes, Rigalt, sufrió ataques despiadados por alguno de sus artículos. ¿Les sorprende la violencia que se alcanza desde la impunidad?

N. P. Me llevo bien, aunque he tenido épocas mejores. Hubo un tiempo más ilusionante en el que, incluso escribí un libro muy “tuitero”. Ahora te insultan despiadadamente y con total impunidad, pero lo llevo con cierta calma, porque la sangre nunca llega al río.

C. R. Soy ajena a las redes. Me he resistido porque estaba segura de que tarde o temprano me engancharía. Tengo una personalidad adictiva, y el lorazepam me da tanto miedo como Twitter.

@nmazancot