Francisco-Brines

Francisco-Brines

Letras

Francisco Brines, donde muere la muerte

Quédate con nosotros para siempre, que nadie olvide cuánto amor cupo en un dedal, cuánta generosidad de pura ley

21 mayo, 2021 14:35

“Donde muere la muerte, / porque en la vida tiene tan sólo su existencia…”, así comenzaba Paco uno de sus poemas más estremecedores, la elegía que le dedicó a su madre, y que se cuenta entre esas pocas en nuestro idioma. Donde muere la muerte es también el título que eligió para su último libro de poemas, todavía inédito.

La muerte es ese ramo de flores con que la vida nos acoge en lo más hondo de su verdad, cumplido nuestro viaje en el mundo del nombre y de la forma. “¡Qué preciosas margaritas!”, exclamó Juan de Yepes en el mismo instante en que expiraba. Y veo a Paco correteando junto a la alberca, bajo las palmeras y los pinos, pasmándose ante el azul inmaculado del mar de su tierra. Es niño otra vez, ya para siempre. ¿Quién ha puesto en sus manos esa gavilla inmarcesible de jazmines? Nadie podrá arrebatártelos, queridísimo, porque son la belleza que tú eres, la que fuiste y serás.

“Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde”, en ese verso maravilloso cifraba Paco el sentido de toda su obra poética. La muerte no existe. Tampoco el nacimiento. Sólo el amor es real. Todos lo sabemos en lo más profundo del corazón, allí donde somos uno con la vida, con cada brote de hierba, cada gorrión y cada párvulo. Pero si la muerte no existe para nadie -“y yo me iré, / y se quedarán los pájaros cantando”-, mucho menos para el poeta, que fue sólo un ave más en ese coro.

Hoy Elca está de fiesta, se celebra allí algo muy secreto y muy puro, el cumplimiento de una vida hermosa como pocas, una vida de provecho para la salud del mundo. Los peces de colores de su fuente son más rojos, más verdes, más azules. El ciprés ha alcanzado por fin a tratarse con la altura de las nubes. Las vivas tapias, blancas de cal, negras de sol estremecido, son páginas logradas de la entera claridad. Todos los libros de su biblioteca se han abierto, y el espacio se ha llenado de letras transparentes como él, prontas a enseñarnos a danzar con lo diáfano, con la brisa y las ramas y la luz.

Y tú, corazón universal de la amistad, de la bonhomía, del júbilo sin lindes, ¿tú también has venido para sumarte al baile? Tú, que te llamaste Paco Brines, ¿vienes ahora, ya sin nombre, a grabar el suyo en el cielo azul de esta mañana levantina? Quédate con nosotros para siempre, que nadie olvide cuánto amor cupo en un dedal, cuánta generosidad de pura ley.

 ¿Qué será de las rosas y las noches, dónde encontrarán otro cantor tan recogido, tan lleno de temblor por todo a ciegas? Pero no hay que llorar, cómo podríamos hacerle eso al que nos quería ver siempre riendo, gozando del regalo de la carne, metidos hasta el fondo en jolgorio de estar vivos. ¡Ni se os ocurra!, los que bien lo quisisteis, que estas lágrimas mías son de oro, que las derrama el privilegio de haberlo amado tanto.

Hoy los pájaros cantan como nunca, locos de alegría, porque ellos saben, porque son mensajeros de la luz. Cantad, queridos, hasta que el sol lo inunde todo, hasta que las aguas se declaren transparentes, que ya está con vosotros de cuerpo entero aquel a quien prestasteis alas, aquel que fue mi padre, que lo sigue siendo, porque estas manos aún retienen el calor de sus palmas, porque estos ojos se miraron en la dicha de los suyos.

Con el último aliento, pidió Paco lápiz y papel: “Os quiero”, nos dejó escrito sobre la nieve de su última página con su letra de aplicado colegial. Eso es la poesía, una cósmica petición de mano, las bodas de Caná. Y ese “os quiero” también iba por vosotros, pájaros suyos amantes, invencibles en la batalla.

Cantad, mis bravos, que también yo me voy, que con él se me lleva en buena hora. ¿Nos haréis el favor de nunca desmayar? Porque este amor, ¿a quién le cabe en el pecho? Y un día nos lo quiebra, y qué haríamos nosotros sin vosotros, pájaros de la infinita gratitud.