Eduardo-Mendoza

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Letras

Eduardo Mendoza, última parada Moscú

Escrita con alegría y libertad notables, 'Transbordo en Moscú' remata la mirada mendoziana a la segunda mitad del siglo XX a través del sin par Rufo Batalla

9 abril, 2021 19:46

Transbordo en MoscúEduardo Mendoza

Seix Barral. Barcelona, 2021. 376 páginas. 20,99 €. Ebook: 9,99 €

En Transbordo en Moscú asistimos al final de las andanzas de Rufo Batalla, que coinciden con el cambio del siglo XX al XXI, con especial detenimiento en la década de los ochenta. Qué hermoso y qué justo que un personaje coincidente con la generación de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) se despida no de su vida, pero sí del protagonismo histórico de su generación, con estas palabras: “Veía que estábamos entrando en una nueva era y a menudo pensaba que, si hubiera sido sabio, me habría dejado educar por mis hijos”. ¡Son muchos los que podrían apuntarse la receta!

Tras las peripecias de El rey recibe y El negociado del yin y el yang, esta tercera parte de una trilogía escrita con alegría y libertad notables remata la mirada mendoziana a la segunda mitad de un período histórico, el XX, caracterizado por el auge y caída de grandes proyectos políticos colectivos (o su reducción a bucle especulativo, en el caso del capitalismo anglosajón). El resultado es una gran obra contemporánea que busca un lector cómplice con el (di)vagar de esta voz en primera persona, que a menudo no parece tanto la de un protagonista como la de un pasmado efecto secundario, o terciario, de decisiones ajenas.

Ojalá fuera capaz de cerrar esta reseña sin decir que esta trilogía recuerda a las de Pío Baroja, pero no está en mi mano esquivar una evidencia tan reconfortante

Si usted necesita una trama para considerar “narrativa” a la narrativa, este Mendoza lo desconcertará. En cambio, si usted sabe que lo importante es la voz y que el desconcierto y la digresión son la esencia de la mejor narrativa posible, desde Thomas Pynchon hasta Miguel Noguera, aquí se sentirá en casa. Además, Transbordo en Moscú tiene dos cartas ganadoras: es amable y es divertido.

En esta novela, Batalla es un hombre casado de penalti con una rica heredera barcelonesa. Tiene hijos, se deja enredar de nuevo por el fantasma del príncipe Tukuulo, viaja aquí y allá, lee en el periódico la caída del Muro, asume (aún más) su contingencia. Lo más parecido a un argumento sostenido en estos tres libros es la historia de Tukuulo, ese heredero exiliado de un inventado país del este que nunca tuvo más oportunidad que la de ser un juguete para los verdaderos hacedores de la Guerra Fría. En Transbordo en Moscú, su presencia es más fantasmal que tangible: recuerda a la Rebeca de Hitchcock, una ausencia presente. Por lo demás, Mendoza exhibe a cada paso, como quien no quiere la cosa, la gran cultura de un hombre de mundo: jijijaja, pero atiendan cuando sus personajes lanzan boutades sobre Shakespeare, el comunismo, la antropología o las Olimpíadas del 92.

Cada divagación mendoziana vale la pena, incluso el resumen pedestre que nos cuela de su ensayo Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral, 2017), con el que tengo la mala fortuna de sentirme identificado. Sobre todo, Eduardo Mendoza demuestra conocer a la perfección los clubes londinenses: excelentes bodegas, pésima cocina. Doy fe.

Más allá de algún trampantojo onírico legítimo y muy ocurrente, la clave aquí es el estilo, al que calificaré de monocorde feliz. Asesinar a un espía, viajar con pretextos narrativamente arbitrarios a la Polonia pre-89 o cenar con un banquero, todo le merece al narrador el mismo tipo de distanciamiento irónico, un escepticismo cariñoso muy british que nunca cae en el cinismo.

Se supone que ese tono es debido a la naturaleza del propio Rufo Batalla, un “hombre sin atributos” o, mejor, que no ha tenido a bien explotar en exceso sus atributos. Pero el lector intuye más bien cierta indiferencia patricia que es difícil no atribuir al autor. La prosa es limpia, con esa apariencia accesible y natural que caracteriza a Mendoza, todo lo cual es extrañamente compatible con que en 2021 alguien siga escribiendo “orondos próceres” o que unos proletarios polacos digan “que les den pol saco”.

Por lo demás, ojalá yo fuera capaz de cerrar esta reseña sin decir que esta trilogía recuerda a las de Pío Baroja, pero no está en mi mano el talento de esquivar una evidencia tan reconfortante: porque Transbordo en Moscú, en última instancia, es un libro escrito desde cierta tradición escogida, y eso siempre es noble. Llega el final, cambian los tiempos, no pasa nada.