Andrés-Trapiello

Andrés-Trapiello

Letras

Andrés Trapiello y el alma de Madrid

El escritor dedica a la capital un excelente retrato, con ecos de Baroja y Galdós, donde desgrana el alma mestiza de la ciudad

2 noviembre, 2020 09:08

Madrid

Andrés Trapiello

Destino. Barcelona, 2020. 560 páginas. 24,90 €. Ebook: 10,99 €

Si tuviera que describir la pluma de Andrés Trapiello (León, 1953), diría sin lugar a dudas que es una pluma cervantina, con ecos de Baroja y Galdós. Siendo así, era previsible que dedicara un libro a Madrid, escenario de tantas tramas novelescas y de tantos sueños que han luchado —con más o menos éxito— contra los molinos de viento de la realidad. Trapiello ha compuesto un libro que es mitad historia, mitad relato. No se trata de un centauro que amalgama dos géneros, sino de una obra que se desdobla en dos planos, pasando de lo subjetivo a lo objetivo, lo personal a lo colectivo, lo humano a lo histórico. Con una prosa muy castellana, que elude el artificio y la retórica, Madrid nos habla de un joven que huye de León para vivir una peripecia semejante a la de Manuel, el protagonista de La busca, pero con el ánimo de un nuevo Fabrizio del Dongo.

Trapiello es razonablemente ambicioso y optimista. No se resigna a ser un juguete en manos del destino. Quiere ser el capitán de una aventura que comienza cuando se pelea con su padre por una nimiedad y se marcha a la capital con su hermano mayor, sin tener muy claro qué les espera. Es uno de esos jóvenes de las novelas de Baroja que no soportan el estrecho horizonte de las provincias y que anhelan la libertad de los grandes espacios urbanos, donde todo parece posible y “todo es de todos”, como escribió Tomás Borrás, refiriéndose a Madrid.

El escritor hila con precisión lo biográfico con la historia de una ciudad “estrepitosa y bizarra” que acoge con generosidad a los de fuera, adoptándolos de inmediato como si fueran nativos. Los madrileños no se caracterizan por su narcisismo. “Presumidos, quizás algo más que en otras partes”, pero no se atribuyen una ficticia superioridad. Madrid es “un pueblo grande y revuelto”, según palabras de Galdós, donde no se ha inventado ningún término despectivo para señalar a los que vienen de otras regiones. En Madrid, no hay charnegos, ni maquetos. Nadie te pregunta por tu lugar de origen ni cuestiona tu derecho a estar en la capital. Solo los políticos han intentado apropiarse de ella para convertirla en el símbolo de la monarquía o la República, el liberalismo o la autocracia franquista. En perpetua e ininterrumpida transformación, Madrid es mucho más que sus máscaras sucesivas. “El secreto de esta ciudad —escribe Trapiello— es que vive y deja vivir”. Nos hace sentir que somos simples transeúntes en la marea del tiempo, abocados a sumirnos en el olvido, pero su vitalidad y su alegría, su tráfico incesante de novedades y sus interminables momentos de suave nostalgia, nos prohíben la tristeza y el desánimo. “En ninguna ciudad ha sido uno tan feliz como en esta destartalada villa, verdadero salón de pasos perdidos del mundo, hecho a partes iguales de sueño y verdad”.

Como Trapiello desvela este ensayo, Madrid es una ciudad mestiza, cuya identidad oscila entre el Prado y sus obras maestras y la quincallería del Rastro

El libro de Trapiello se divide en dos partes. Veinticinco capítulos y treinta retales. Capítulos que recrean la llegada del escritor a Madrid y que abordan distintas facetas de la ciudad: sus calles, sus barrios, sus afueras, sus plazas; la perspectiva de los escritores, los músicos y los artistas cuyas obras ya son inseparables de la ciudad; las transformaciones impulsadas por los cambios de época; el Jardín Botánico, la Pradera de San Isidro, la Gran Vía, el Manzanares —antiguamente, llamado el Guadarrama—, la Plaza Mayor, la Puerta de Toledo, los palacios, las iglesias, los cuarteles, los museos, las bibliotecas, el Metro, los tranvías, los cafés, Galdós.

“En un libro de Madrid —escribe Trapiello— ha de haber un capítulo completo sobre Galdós, porque sin Galdós, Madrid no se entiende, como no se entiende España sin Velázquez ni Cervantes”. Cien años después de la muerte del Galdós, el Madrid que retrató y transformó sigue vivo: “real, palpable, reconocible en mil y un rincones de la ciudad”. El escritor canario carecía del afán de protagonismo de Baroja, que inventa, deforma y fantasea: “Galdós es nadie”. Un ojo que ve, retiene y cuenta. Su mirada piadosa le impide escarnecer, vituperar y execrar, como hace Baroja, un energúmeno sin mala conciencia.

La Guerra civil destrozó la capital y cambió su aspecto. “La rutina de guerra convirtió Madrid en una ciudad que cada día pasaba del surrealismo a lo dantesco por un corredor kafkiano”. La capital cambió de aspecto y color. Desparecieron los sombreros, las corbatas, los zapatos de tacón. Luego, con la victoria de Franco, Madrid experimentó una transformación radical y definitiva. Las distintas clases sociales dejaron de convivir en los mismos barrios y edificios, distribuidas en diferentes plantas. El centro se quedó para las familias pudientes y la periferia para las familias obreras. Una situación que no ha cambiado desde entonces. Ese contraste no ha alterado la fisonomía de Madrid. El barrio de El Rastro conserva su personalidad.

Para muchos, es un paisaje deslucido, pero Trapiello aprecia una extraña belleza en “sus casas mal encaradas, torcidas, sucias”. No hay nada que visitar en esa zona, donde los edificios se caracterizan por su “estilo bastardo, como los perros callejeros”. Trapiello cita a Umbral, según el cual “el Rastro es un Prado al revés”. La identidad de Madrid oscila entre la pinacoteca, atestada de obras maestras, y la quincallería de un mercado a cielo abierto, donde coinciden payos y gitanos, mendigos y aristócratas. Madrid es una ciudad mestiza. Quizás ese es su mayor mérito. En la capital se diluyen los mitos raciales y las fantasías telúricas. El madrileño celebra la diferencia y prefiere el nomadismo al hogar. Es un transeúnte, no un paladín de esencias.

Trapiello vivió Madrid a salto de mata, abrigado tan solo por una ciudad que pateó de arriba abajo. Tal vez por eso comprendió tan bien su alma

Trapiello apunta que se ha hablado mucho del olor de Madrid, pero muy poco de su color. Quizás se deba a que sus fachadas han permanecido sin pintar ni reparar durante largos períodos. En las películas rodadas durante el franquismo, aparecen “todas leprosas, con desconchones y un mapa impreso en ellas de humedades y micciones seculares de perros callejeros”. Se cumple lo que dijo de Madrid doscientos años atrás Torres Villarroel: “más suciedad que la suela de un zapato”. Trapiello habla del Café Gijón, un lugar que conserva intacta su apariencia original, y que se hizo famoso gracias a Umbral. Según Trapiello, La noche que llegué al café Gijón puede leerse como un apéndice de La colmena, la novela de Cela: “Cela y Umbral son los epígonos de la picaresca, el género por antonomasia de cierta literatura española y madrileña”.

En los retales madrileños, Trapiello habla de gastronomía, arquitectura, paisajes y jardines, toros, fotografía, cine, escritores como Larra, Gómez de la Serna, Edgar Neville o Juan Ramón Jiménez, y artistas como Goya y Solana. Incluso dedica un apartado al coronavirus. La pandemia vació las calles de coches y peatones. Una imagen que solo parecía posible en una distopía. La ficción desplazó a la realidad, instaurando el miedo y el fatalismo. Nunca se había visto nada semejante. Madrid pagó un alto precio por ser la capital. La circulación incesante de personas propagó el virus, cobrándose un alto tributo en vidas.

Madrid es un excelente retrato de una ciudad que desprende chispa y creatividad, pero que también alberga sufrimiento y frustración. “Madrid es tener un gabán que abriga mucho y con el que se puede ir tranquilo hasta a los entierros con relente”, escribió Gómez de la Serna. Durante sus primeros pasos por la ciudad, Trapiello vivió a salto de mata, como un pícaro con los bolsillos vacíos, abrigado tan solo por una ciudad que pateó de arriba abajo. Tal vez por eso comprendió tan bien el alma de Madrid.

Su libro le incorpora a la galería de los grandes cronistas de la villa. Uno de sus mayores méritos de la obra es que no habla tan solo de los personajes públicos y los hitos urbanísticos, sino también de esas personas sencillas que han estado en primera línea en la lucha contra el coronavirus. Trapiello corrobora lo que ya dijo Umbral: “Madrid lo hicieron entre Carlos III, Sabatini y un albañil de Jaén, que era el que se lo curraba”.