Ilaria-Gaspari

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Letras

¿Te atreves a vivir como un filósofo griego?

¿Cómo sería confrontar nuestro día a día con los pensamientos de Pitágoras, Epicuro o Diógenes? Ilaria Gaspari nos lo cuenta en ‘Seis semanas con los filósofos griegos’, un sorprendente viaje a las raíces del pensamiento occidental

11 junio, 2020 09:21

A finales de 2018 la vida de Ilaria Gaspari (Milán, 1986) sufrió un cataclismo brutal, aunque a nivel profesional comenzaba a cosechar los frutos de su trabajo. Tras el éxito de su primera novela, Etica dell’acquario, acababa de publicar Ragioni e sentimenti y además de dar clases de escritura creativa en la Scuola Holden colaboraba con varias revistas de su país. Pero entonces, su vida personal estalló en pedazos cuando la difícil ruptura de una larga relación conllevó una dura mudanza y un derrumbe personal. Como escritora, Gaspari decidió acudir a la escritura, pero lo que podía haberse convertido en el típico libro de autoayuda superficial y repetitivo, con las mismas frases complacientes y vacías de siempre, pronto tomó otros derroteros.

Y es que Gaspari, además de escritora, estudió Filosofía en la Escuela Normal Superior de Pisa y tiene un doctorado por la Sorbona, por lo que su opción para tratar de arreglar eso que notaba roto fue lanzar una mirada hacia el pensamiento filosófico, en concreto a sus orígenes en la Antigua Grecia. “Hoy existen manuales que nos enseñan a no sufrir, a no dejarnos dominar por los demás, a ser lo que queremos ser; libros que nos consuelan y tratan de ayudarnos con respuestas que podamos utilizar en la vida cotidiana... Todo eso ya está mucho mejor contado en la filosofía griega antigua, que no ofrece respuestas, sino que ayuda a formular correctamente las preguntas, a mirar las cosas desde otra perspectiva”, explica la autora. “Y además lo hace desde un lenguaje mucho menos académico y complejo que el que solemos atribuir a la filosofía. El lenguaje de la filosofía antigua tiene una sencillez casi poética”.

De este modo fue tomando forma Seis semanas con los filósofos griegos (Lumen), el relato de esta experiencia inmersiva en la que Gaspari adoptó sucesivamente en su vida cotidiana los dogmas de pensamiento, o la ausencia de ellos, de escuelas como el pitagorismo, el eleatismo, el escepticismo, el estoicismo, el epicureísmo y el cinismo. Casi todos nombres que nos suenan y han conformado incluso palabras de nuestro vocabulario pero que parecen enterrados en un pasado remoto. Aunque no tiene por qué ser así. “Quería seguir cada escuela filosófica durante el tiempo suficiente para desorientarme, para salir de mis coordenadas habituales y de las fronteras dentro de las cuales estaba acostumbrada a definir mi identidad, a moverme y a vivir de una manera 'automática', es decir, sin hacerme preguntas”.

Resucitando el pensamiento

"Además de ambicioso es imposible entrar en la mentalidad de gente que vivió hace 2.500 años, pero intenté hablar su lenguaje filosófico no como una lengua muerta, sino como un idioma vivo"

El aterrizaje en la filosofía pitagórica, doctrina que mezcla con el pensamiento la religión, la música, las matemáticas y la astrología, y que cuenta entre sus normas con la prohibición de comer habas ni sacrificar gallos blancos; convenció a Gaspari de lo ambicioso e imposible de entrar en la mentalidad de gente que vivió hace 2.500 años, pero la reforzó en su idea de “intentar encontrarme con ellos, hablar su lenguaje filosófico no como una lengua muerta, sino como un idioma vivo, en el que a veces tropezamos, cometemos errores y metemos la pata, pero con el que conseguimos comunicarnos”. Para ello se apoyó en las fuentes escritas posteriores, pues la práctica totalidad de estos sabios eran ágrafos, para “imaginarme a mis 'maestros' antiguos como si fueran personajes de una historia; como si, a su manera, estuvieran realmente presentes en mi vida cotidiana. Establecí con ellos una curiosa relación de confianza, y las biografías de algunos (sobre todo Epicuro, Epicteto, Pirrón y Diógenes) llegaron a apasionarme realmente”, relata.

Además, comenzó a ver que tras esas diferencias tamizadas por los siglos y la diferente cosmovisión que nos ha legado el judeocristianismo, hay paralelismos sorprendentes. Por ejemplo, la escuela eleática, cuyos miembros más destacados fueron Parménides y Zenón, rey de las paradojas, defendían la preeminencia de la razón sobre los sentidos para no caer en algo que seguro nos suena a todos hoy, el populismo. “Advertían ya entonces contra las peligrosísimas consecuencias que acarrearía una política hecha 'con las tripas' (una expresión que se usa ampliamente en Italia y que encuentro muy fea), marcada por el predominio incondicional y, a veces, obtuso de la emotividad más inmediata, muy fácil de manipular”, apunta Gaspari.

También comenzó la escritora a cuestionar esa arraigada visión de la sociedad actual que considera el tiempo, el amor o la propia vida como una inversión, como algo que debe rentabilizarse. Un utilitarismo que, si bien ha venido parejo al mundo nacido de la Revolución industrial, es hoy más peligroso que nunca. “Lo preocupante hoy es el tipo de presión a la que estamos constantemente sometidos: por las redes sociales, por un individualismo difícil de contener, por una competición social destructiva... que nos empuja a cumplir con un ideal de éxito y realización de uno mismo a menudo insostenible”, reflexiona la escritora. Y es que esta presión, opina, “hace que juzguemos con gran dureza los que injustamente llamamos 'fracasos'. Yo misma, al trabajar en el libro, me di cuenta con verdadero dolor de cuán conformista y triste era la imagen retrospectiva que tenía de mi vida. Y desde entonces trato de mirarla con ojos menos despiadados”.

Ideas de ayer hechas para hoy

Pero más allá de esas concomitancias entre el hoy y ese lejano ayer, Gaspari también ha encontrado otras ideas que se llevan aplicando con éxito desde entonces. El escepticismo clásico, que, aunque casi todos los filósofos han usado desde entonces debe su paternidad a Pirrón (quien decía que “no afirmaba nada, solo opinaba”), se basa en la imposibilidad de alcanzar la verdad absoluta. Algo más que comparable a nuestro actual posmodernismo, ¿verdad? “Es cierto, pero aplicar esta actitud a la vida diaria, aplicarla de verdad, es realmente liberador”, reconoce Gaspari. “Estamos acostumbrados a pensar, automáticamente, que nuestras razones y nuestras percepciones valen más que las de los demás solo por ser nuestras. Pero abrazar el escepticismo significa aceptar implícitamente al otro, lo que nos hace ser menos intransigentes y más tolerantes ante los errores inevitables, propios y ajenos”. No parece una lección para nada arcaica.

"Aunque algo modificados, pensamientos como el escéptico, el estoico o el cínico siguen estando plenamente vigentes en la sociedad actual, más de 2.000 años después"

Como tampoco lo son las de Zenón, creador de otra corriente que ha sido remozada una y mil veces a lo largo de los siglos, el estoicismo, cuyas principales máximas apelan al control de las pasiones, es decir, a desear únicamente aquello posible y a la resignación de asumir que hay cosas que escapan a nuestro control y ante las que debemos tratar de sobreponernos. “Desperdiciamos mucha energía tratando de cambiar cosas que no dependen de nosotros y no nos fijamos en lo que sí podemos hacer. Así es como se genera una gran frustración que afecta a toda la sociedad”, explica Gapari, pues “estas grandes metas necesitan un idealismo colectivo que hoy solo es individualismo”. No obstante, apunta que ese sentido colectivo puede volver ahora por culpa, o gracias, a la pandemia, que ha disparado la lectura del libro. “Ante el descubrimiento de una vulnerabilidad colectiva, estas antiguas respuestas tienen algo de profundamente tranquilizador”.

Una felicidad sin migajas

Unido a todo este valioso equipaje de resurrecciones o redescubrimientos del pensamiento, el viaje de Gaspari tiene una meta final, que era en síntesis el objetivo de todas las escuelas filosóficas griegas: la búsqueda de la felicidad (no en vano el título italiano es Lecciones de felicidad). No obstante, ¿tenemos el mismo concepto de felicidad que los antiguos griegos?, es decir, ¿se pueden aplicar las enseñanzas de esas escuelas filosóficas al mundo actual? Obviamente no, responde, la autora, “sin embargo, podemos aprender mucho de la idea de felicidad que tenían los griegos antiguos. Hoy en día, nuestra visión de la felicidad está muy ligada a la despreocupación, a la euforia o, en cualquier caso, a esos momentos en que olvidamos las penas y las preocupaciones”. Es decir, se trata de una felicidad “puntual".

"Los antiguos griegos entendían la felicidad como un proceso: un camino que vamos construyendo e inventando, incluso de un modo muy creativo. Debemos preservar ese legado"

“Fue a partir de la recuperación paleocristiana del pensamiento antiguo cuando la vocación práctica de la filosofía se fue relegando en Occidente, perdiendo su sentido original y quedándose en algo puro y abstracto que se fue especializando cada vez más hasta separarse del todo de la gente”, apunta Gaspari. Por el contrario, “los antiguos griegos entendían la felicidad como un proceso: un camino que vamos construyendo e inventando, incluso de un modo muy creativo; una manera de ser fiel a nosotros mismos, a nuestra vocación”, lo que nos remite a la famosa máxima del Oráculo de Delfos: conócete a ti mismo.

Una apelación tan aparentemente sencilla como infinitamente compleja, que encierra para la autora una clave tan potente hoy como hace dos milenios, y que seguirá siendo vigente mientras exista el ser humano. “Puede sonar tópico, pero este viaje existencial para tratar de conocerme de verdad, más allá de las palabras, los adjetivos y las etiquetas, me ha liberado de muchos miedos, proporcionándome una mirada nueva, libre de los prejuicios y condicionantes que solemos aplicar, como automatismos”, reconoce Gaspari. “Ha sido realmente una liberación. La idea de la felicidad como escucha profunda del propio daimon y como un camino que emprendemos para que nuestra vida responda a esa escucha, me ha liberado de la angustia de pensar en la felicidad como un conjunto de instantes robados ... de migajas”. Y es que, como comentaba al principio la autora, en el pensamiento, igual que en la literatura y en la vida, la sencillez suele ser un valor difícil de superar. Incluso más de 2.000 años después.