Eva-Baltasar-(c)-Roberto-García

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Letras

Eva Baltasar, en armas contra la maternidad

Tras 'Permafrost', la escritora regresa con 'Boulder'. una novela agresiva e inconforme con una estructura abierta, compleja, indócil: literatura

31 marzo, 2020 08:59

BoulderEva Baltasar

Traducción de Nicole d’Amonville. Literatura Random House, 2020. 120 páginas. 16,90 €. Ebook: 7,99 €

Si en una historia galvanizada por las transformaciones de un cuerpo amado, la autora escoge bautizar al personaje que detenta ese cuerpo con el nombre de “Samsa”, es evidente que se le está haciendo un guiño kafkiano al lector. ¿Es, incluso, demasiado evidente? Depende. En esta segunda novela de Eva Baltasar (Barcelona, 1978) tras su comentadísima Permafrost, la voz narrativa es una primera persona femenina, deseante, desplazada a conciencia de su propia tierra y de las expectativas asignadas a su género, aunque permanece fatalmente “estacada” en el lenguaje, “ese sustrato que nutre”, materia que Baltasar gusta de trabajar con obsesión minuciosa y frases que van de la exactitud visual a la sentenciosidad brusca.

Nuestra protagonista, que al principio del relato trabaja como cocinera en barcos mercantes sin propósito ni ambición definida y se masturba pensando en los cuerpos de otras mujeres, se enamorará un día de Samsa, una dinámica finlandesa que prefiere anclarse en exigencias más convencionales, por ejemplo: mudarse a una de esas casas suburbiales que siempre acaban por convertirse ellas mismas “en una esposa” (la frase, tal y como la arma Baltasar, es un latigazo de rabia escéptica hacia la institución matrimonial); llevar una vida limpia, sedentaria, hecha de certezas, ascensos laborales y buena salud… Y por supuesto, ejercer la maternidad, pagando gustosa todos los peajes de la “buena madre” socialmente respetada. Este último punto es el que acelerará la novela, provocando la metamorfosis y multiplicación de los cuerpos, sus afectos y expectativas.

Hay libros que rebasan sus páginas: en estos días en que leía Boulder, me he cruzado con varias marquesinas del servicio de transporte público municipal en las que se anuncian los servicios de una clínica de fertilidad. Su lamentable eslogan invita a las mujeres a “Vivir la experiencia de la maternidad”, como si esta fuera un videojuego inmersivo en 3D más que una responsabilidad cargada de condicionantes biológicos, culturales… Pues bien, contra esa concepción al mismo tiempo mitificada y frívola del embarazo se levanta en armas (estilísticas) la narradora de esta novela breve, que vive la conversión de su amada en madre como una traición, que ni se muestra ejemplar ni aspira a parecerlo en su reacción bernhardiana contra la reproducción.

Frase a frase, la construcción de su psicología es ambigua, reconcentrada, feroz: es libre, egoísta, sucia, fracturada, amorosa, caníbal, aislada (de ahí el título), tierna, lúcida. No cabe reducirla a una categoría moral, es una abolicionista de las falsas consolaciones. Es dura y le gusta decir “me la follo”. Ella, como esos anuncios en mi ciudad invitando a completar con un hijo el pack del éxito mundano, es una cara más de algunos de los grandes temas literarios de la generación de Baltasar: el cuerpo, la natalidad como conflicto, la repetición de los roles de género como farsa (tras siglos de tragedia) de la que no logramos desprendernos por completo.

'Boulder' es una novela agresiva e inconforme con una estructura abierta, compleja, indócil: literatura

Como la anterior Permafrost, Boulder no es una novela perfecta: su apuesta de estilo alterna imágenes deslumbrantes (la ausencia de sexo como un agujero o la actividad insidiosa de muchos gusanos en el vientre) con otras muy cliché (¿una mujer atractiva como “leona adulta”, la maternidad como “un tatuaje”…? Son algunos baches llamativos para la mirada casi siempre inconfundible que vertebra el libro), y las rupturas de lo intenso a lo pedestre que abundan en su segunda mitad chirrían demasiadas veces. Pero tanto el texto catalán como su traducción, nuevamente debida a Nicole d’Amonville, logran preservar siempre su vocación agresiva, inconforme.

En cuanto al guiño kafkiano, Baltasar logra desplazarlo hacia una ironía sutilísima cuando se refiere a cómo el feto portado por Samsa “le graba la lección de la eterna fidelidad en las paredes anhelantes y moldeables del útero”. Un pasaje que recuerda al rastro viscoso que Gregor Samsa, convertido en insecto, deja al desplazarse por las paredes de su habitación, un rastro que siempre hemos interpretado como analogía de la escritura que el propio Kafka segregaba, conminándolo a una “eterna fidelidad” no menos irrevocable que la del padre con su hijo. Si la conexión es deliberada o no, lo desconozco, pero la novela es capaz de sostenerla sobre sus hombros simbólicos, y con eso basta para considerarla una estructura abierta, compleja, indócil: literatura.