Andrés Neuman. Foto: Anto Magzan

Andrés Neuman. Foto: Anto Magzan

Letras

Anatomía sensible

Salgo contrariado de la lectura de ‘Anatomía sensible’. Cierto que hay pasajes convincentes, pero también una excesiva voluntad de agradar

21 octubre, 2019 02:38

Andrés Neuman

Páginas de Espuma. Madrid, 2019. 120 páginas. 15 €

Hay que imaginar un juego: recorrer todas las partes del cuerpo humano buscando reconocer en cada una de ellas las analogías y connotaciones más ingeniosas que puedan instigar. En esto consiste el nuevo libro de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), Anatomía sensible, cuyo título no engaña en su aire de disco melódico. A lo largo de veintinueve fragmentos de extensión variable, pero nunca excesiva, recorremos extremidades, anfractuosidades, pilosidades y otros secretos que nos constituyen, hasta cerrar el viaje en el trigésimo fragmento, dedicado al alma, entidad “multifísica” que se manifiesta por igual en cada miembro: así, y por apelar solo a su dimensión apetitiva, leemos que “pendula con el pene, enciende el clítoris y el glande, se aferra fuerte a las nalgas”, etc.

El resultado es un volumen que debe entenderse como pieza menor, un juego que recuerda a los textos más ligeros de Julio Cortázar (pienso en sus “Instrucciones”, que por otra parte tenían una ironía más sutil y reveladora, al utilizar recursos muy limitados para convertir lo cotidiano, a través de una estructura prescriptiva, en territorio nuevo y desconcertante; Anatomía sensible es más pirotécnico, aunque no desee aparentarlo), un ejercicio de estilo sin mayor trascendencia que la de probarse en territorio acotado y reducido. Leído en estas condiciones, que son las que asume el libro y, sobre todo, las que le convienen a él y al lector, queda decidir si uno se deja seducir por sus hallazgos o por su habilidad.

Salgo contrariado de la lectura de Anatomía sensible. Cierto que hay pasajes convincentes, pero también una excesiva voluntad de agradar

En mi caso, salgo contrariado de la lectura de Anatomía sensible. Cierto que hay pasajes convincentes (tengo anotado, por ejemplo, que el tobillo recibe un trato memorable, con su canto a las “ancianas viandantes”), y podré entender que haya lectores dispuestos a entrar en el juego según el cual sería hermoso referirse al pelo del pecho como “maceta del esternón” o a las estrías como “medalla de la teta veloz”, e incluso asumo que las metáforas panaderas referidas a la carne amasada o el cuello mordido pueden no ser artificiosas o instagrámicas, como a mí sin duda me lo parecen, sino felizmente restauradoras de una luz erótica inaugural, etc., pero sigo pensando que hay una excesiva voluntad de agradar en cada recodo de este libro. De caricia en caricia, pasando por diversos consensos de la buena conciencia en el fondo no del todo bien resueltos (la distinción entre el pie femenino y el masculino redunda en clichés de género indeseados), el libro va alejándose sin remedio de esa Judith Butler que es citada en el encabezamiento, al renunciar a mostrar verdaderos puntos de fricción o invocar verdaderas insumisiones del cuerpo: no bastan un cierto número de alusiones superficiales (y hasta espinosas, aunque bien intencionadas) a lo trans para escapar de una concepción encorsetada de las geografías corporales y su vivencia.

“Las puntitas del pie, patrocinadas por la literatura cursi, nos elevan”, leemos al principio del fragmento “El talón y la intemperie”. Es una declaración de jerarquía literaria muy comprensible a la que, sin embargo, uno desearía que no siguieran alusiones a los “bardos”, besos “con fervor” o greguerías según las cuales “en verano el talón sale de vacaciones” y en otoño, “huye a las bambalinas del calzado”. Y sí, entendemos que Anatomía sensible juega en el límite, persiguiendo estirar su propia idea de plasticidad hasta el punto mismo en el que lo ingenioso podría volverse otra cosa (por ejemplo, “literatura cursi”): insisto en que, dado que técnicamente esta escritura es ejemplar, cada lector decidirá dónde cayó la bola. Insisto también en mi incomodidad ante el resultado, demasiado retórico, aquejado de sublimidad (que, hablando del cuello, se citen las bufandas y saltemos a la sentencia “el tiempo se dedica a estrangularlo” me parece demasiado salto), en el fondo, pienso mientras voy escribiendo, menos juguetón que exhibicionista.