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Letras

Frankenstein en Bagdad

Ahmed Saadawi narra las perversiones de la Realpolitik en una época que se debate entre la retórica de los derechos humanos y un nuevo orden mundial

23 septiembre, 2019 05:49

Ahmed Saadawi.

Traducción de Anna Gil Bardají. Libros del Asteroide. Barcelona, 2019. 328 páginas. 22,95 €. Ebook: 15,20 €

¿Conoceremos alguna vez toda la verdad sobre las dos guerras de Irak? Es improbable. Tal vez por ese motivo la mejor forma de adentrarse en esa región opaca y confusa sea la que brinda la imaginación, donde no se capta el dato objetivo, pero sí el fondo último de los conflictos.

Ahmed Saadawi (Bagdad, 1973) ha escogido esa vía, trasladando a la criatura de Mary Shelley a un escenario de violencia y escasez, desengaños y miedos. Galardonada con el Premio de Ficción Árabe 2014 y el Grand Prix de L’Imaginaire en su categoría de novela extranjera, Frankenstein en Bagdad narra las perversiones de la Realpolitik en una época que se debate entre la retórica de los derechos humanos y un nuevo orden mundial torpemente construido sobre las ruinas de la guerra fría.

Esta vez el personaje que encarna el anhelo fáustico de desafiar a los dioses no es un científico con una mente insaciable de poder y conocimiento, sino Hadi, un pobre trapero que pretende neutralizar la devastación causada por los bombardeos y los atentados. La bomba de un terrorista suicida descuartiza a su mejor amigo. No es la única víctima, pero sí la que pone un rostro al sufrimiento. El médico que se ocupa de los cadáveres le muestra los restos humanos que han podido librarse de la destrucción, invitándole a llevarse lo que desee. Ante la imposibilidad de celebrar un sepelio normal, le sugiere que utilice los despojos para componer un cuerpo y enterrarlo como si fuera el de su amigo. A fin de cuentas, a los muertos no les preocupan esas cosas. Los funerales sólo tienen sentido para los vivos.

Hadi necesitará más restos para terminar su lúgubre tarea. No pretende emular a Víctor Frankenstein. Sólo quiere honrar la memoria de un difunto. La muerte únicamente puede combatirse mediante gestos simbólicos. Los símbolos y los mitos a veces se sostienen sobre ficciones. Eso no debe preocuparnos, pues las mentiras son más compasivas que la cruda realidad. Hadi es un fabulador nato, un embustero compulsivo. No altera la realidad para conseguir algo concreto, sino porque piensa que sus relatos –inverosímiles, barrocos, seductores– le granjearán la simpatía de los clientes del café de su amigo Aziz Misri. Un público maltratado por la guerra y con sombrías expectativas de futuro no demanda rigor y veracidad, sino ilusión y fantasía. Hadi es una especie de Sherezade, pero lo que está en juego no es su vida, sino la vida de todos. El porvenir es negro, pero los minutos que dura un cuento pueden ser luminosos y cautivadores. Hadi no puede sospechar que su monstruo cobrará vida y añadirá más dolor a una ciudad donde vivir es lo extraordinario, y morir, un hecho irrelevante y cotidiano.

El monstruo no tiene nombre, ni rostro. Una unidad especial de contrainsurgencia lo denomina “Como-se-llame”. Inicialmente, la criatura toma vida al fundirse con el espíritu de un guardia de seguridad que murió al intentar frenar a un camión suicida. Su intención inicial es vengar los asesinatos cometidos en Bagdad, con independencia de su autor, pero poco a poco se dejará arrastrar por una violencia ciega, matando indistintamente a inocentes y verdugos.

'Frankenstein en Bagdad' es una fábula con una amarga moraleja: el mal casi siempre triunfa en el tablero de la historia

¿Se puede hablar de inocentes en el ojo del huracán? ¿Es posible sumergirse en el vendaval de la guerra y no contaminarse con el odio, el rencor y el anhelo de venganza? En una atmósfera de degradación y fracaso moral, prosperan los buscavidas, los arribistas y los corruptos. Mahmud Sauadi es un joven periodista que sueña con el éxito. Las circunstancias propiciarán su ascenso a una cumbre de fastos y excesos, donde perderá parte de su alma, colaborando con Ali Báhir Sidi, el director de La Verdad, un periódico sensacionalista. La verdad se ha convertido en algo tan relativo y difuso que nadie se escandaliza porque se utilice su nombre para imprimir un libelo.

Mahmud no es un héroe. Tampoco es un villano. Sólo es un superviviente en una ciudad sometida al ruido y la furia de la razón de estado y el terror de las milicias. El coronel Surur sí es un malvado. Se ocupa de los desagües y las cloacas de la vida política. Fue un alto funcionario con Saddam Hussein, ahora está al servicio del gobierno provisional y ha aceptado realizar el trabajo sucio de los estadounidenses. La intimidación, la tortura, el chantaje y la ejecución extrajudicial son sus herramientas. Despiadado y elegante como el cardenal Richelieu, sospecha que “el Frankenstein de Bagdad” no es la obra de un aprendiz de brujo como Hadi, sino del gobierno de los Estados Unidos. Ahmed Saadawi insinúa que los atentados suicidas de Al-Qaeda forman parte de una estrategia de desestabilización permanente orquestada por la primera potencia mundial para controlar Oriente Medio. Los terroristas se inmolan por Alá, sin sospechar que son el brazo secreto del imperialismo.

En medio de tanta abyección, las historias cotidianas de los ciudadanos anónimos son los únicos ejemplos de dignidad y ternura. La viuda Elisua aguarda el improbable regreso de su hijo Daniel, desaparecido durante la guerra entre Irán e Irak. Su único consuelo es Nabu, un gato famélico y casi sin pelo. Sus hijas reclaman su presencia desde el extranjero, pero ella se niega a marcharse, convencida de que San Jorge le devolverá a su hijo. Sin embargo, esta vez el dragón vencerá a San Jorge, si bien Elisua no será capaz de apreciarlo, felizmente confundida por un inesperado giro del destino.

Frankenstein en Bagdad es una fábula con una amarga moraleja: el mal casi siempre triunfa en el tablero de la historia. Frankenstein no es un ser diabólico, sino la quintaesencia de lo humano. El hombre es un monstruo, sí, pero un monstruo desorientado, vulnerable y hambriento de afecto. Ahmed Saadawi no alecciona. Deja al lector sacar sus conclusiones, respetando la diversidad de puntos de vista. Su novela es un mosaico que cambia de aspecto según el personaje que asume el papel de narrador. Sólo hay un elemento que permanece invariable, ejerciendo una interminable opresión: el poder político y económico.

Frankenstein en Bagdad podría ser un cuento de Las mil y una noches. Un cuento sobre la ambición, la lujuria y la muerte. En una historia de terror, el sexo prospera por doquier, como una planta invasiva, pero apenas hay espacio para el amor. ¿Queda algún resquicio para la esperanza? Sin duda. El amor de Elisua hacia su hijo desaparecido. Los esbirros del coronel Surur descabezan una imagen de la Virgen excavada en la pared de la vivienda de Hadi, pero la imagen conserva sus brazos extendidos, ofreciendo una ciega resistencia a los que pretenden acabar con un símbolo de acogida y cercanía. Frankenstein es el moderno Prometeo, pero en esta ocasión no busca el fuego, sino un seno maternal que aplaque su sentimiento de orfandad. Elisua será ese hogar cálido que le hará entrever la posibilidad de la felicidad. Sólo será un instante, pero lo suficientemente intenso para disipar el mal que ha rodeado a su existencia. La obstinación de la Virgen, alargando sus brazos para recoger a todos los que se sienten perdidos, nos recuerda que Bagdad significa “el regalo de Dios” o, si se prefiere, “la Ciudad de la Paz”. Algunos sitúan el paraíso entre sus límites y quizás algún día volverá a florecer, mostrando que el árbol de la vida siempre sobrevive a las tempestades más aciagas de la historia.

@Rafael_Narbona