Image: Philippe Claudel: La falta de culpa es el principio de la monstruosidad

Image: Philippe Claudel: "La falta de culpa es el principio de la monstruosidad"

Letras

Philippe Claudel: "La falta de culpa es el principio de la monstruosidad"

El escritor presenta en el Instituto Francés de Madrid su última novela, El archipiélago del perro, con seis personajes simbólicos que revelan la condición humana

2 abril, 2019 02:00

Philippe Claudel. Foto: Hervé Thouroude

Cortas, envolventes, por momentos preocupantes, tan poéticas como realistas, así son las novelas del escritor francés Philippe Claudel (Nancy, 1962). Docente durante años en la universidad de Nancy donde él mismo estudió, Claudel es el autor de una veintena de novelas entre las que destacan J'abandonne, Premio France Television 2000, Petites mécaniques, premio Goncourt 2003, Almas grises, Premio Renaudot en 2003, o El informe de Brodeck, premio Goncourt de los Estudiantes en 2007. Su labor creativa se ha visto reflejada en el cine, dirigiendo la película Hace mucho que te quiero, que consiguió el César a la mejor opera prima. Le siguieron otros largometrajes como Silencio de amor, Antes del frío invierno o Une enfance.

El escritor habla con una cierta cadencia, casi parsimonia, y en su discurso introduce bromas, risas, con un tono casi musical. Su voz recuerda el movimiento que hacen las olas cuando alcanzan una playa del litoral mediterráneo. Su piel está curtida por el viento o por el sol y es que es fácil imaginarse a Philippe Claudel elaborando sus ficciones mientras camina por una de esas playas vacías en invierno. Sin embargo Claudel trabaja sin cesar y está siempre con varias creaciones a la vez. "Sería incapaz de pasarme varios meses solamente escribiendo una novela. Lo hago todo a la vez".

Ante su incansable labor creativa, nos encontramos con el escritor para hablar de su última novela, El archipiélago del perro, que presenta este martes en el Instituto Francés de Madrid. La obra empieza como una marea de aparente tranquilidad y acaba en otras costas, donde nos han querido arrastrar sus personajes. Una mañana aparecen en la playa de una isla tres cadáveres de hombres negros. Los descubre la anciana del pueblo, que llama en seguida al alcalde, al médico y a un pescador. Unos segundos más tarde, aparece el nuevo maestro y, tras la confesión de un personaje, el cura de la isla. Una isla anclada en el pasado "como lo está Francia", afirma el escritor. Seis personajes simbólicos que actuarán ante estos cuerpos sin vida según la función que desempeñan en la sociedad.

¿Confesar? Se enteraría la prensa de la península. ¿Callarse? Pero si no han cometido ningún crimen. ¿Esconderlos? Nadie sabrá lo que ha pasado. Poco a poco, sus acciones, buenas o malas, darán forma a esta historia, cercana a los cuentos mitológicos que revelan la condición humana. Philippe Claudel ha retratado una isla cerrada y retrógrada, con personajes putrefactos que sin querer mezclarse con el resto de la sociedad acaban convirtiéndose en animales furiosos.

Pregunta. ¿Cómo nace El archipiélago del perro?
Respuesta. Llevo años interesándome por la figura del extranjero, del refugiado, del que está obligado a dejar su país, como fue el caso de mi novela La nieta del señor Lihn (2005), El informe de Brodeck, y en mi película Hace mucho que te quiero. Quizá porque he nacido y vivo en una región fronteriza, la Lorraine, entre Francia y Alemania, en la que las relaciones son a veces difíciles. Tengo una sensibilidad geográfica o genética hacia este fenómeno. También porque este libro nace de un verdadero asombro. No entiendo cómo los periodistas que hacen muy bien su trabajo e informan sin parar sobre los dramas de los emigrantes, no obtienen más que indiferencia. ¿Cómo es que la gente no se moviliza ni siente empatía con aquellos que huyen de su país? Estamos ante el mismo problema que el del muro de Trump. Ya sea físico o administrativo, estamos ante el rechazo de los inmigrantes. Y eso me asombra. La desproporción de la información y la reacción de la gente. Nadie puede ignorar lo que pasa, hay gente que se muere cada día queriendo cruzar el Mediterráneo en busca de una vida mejor.

P. ¿Por eso llegan a la isla los cadáveres de tres hombres arrastrados por el mar? ¿Qué le hizo querer escribir sobre la reacción de los hombres ante la muerte?
R. Me pareció más interesante. Si están vivos, se puede hablar con ellos, tratar de convencerlos, y se puede crear un intercambio entre ellos y nosotros, un rechazo o una discusión. En cambio un muerto no habla. Es mucho más incómodo que un vivo, y en eso me pareció más interesante.

P. También puede resultar un recurso literario.
R. El enfrentamiento de estos personajes con los muertos desvela su verdadera naturaleza humana. Estos isleños no les ofrecerán sepultura. Uno de los momentos fundadores de la humanidad en antropología es cuando el ser humano empieza a sepultar a sus muertos contrariamente a todas las demás especies animales que jamás los entierran. Mis personajes se libran de ellos y los tiran en un agujero. No los entierran. Van en contra de la humanidad que llevan dentro. Después tendrán que arrastrar los sentimientos de culpa y de vergüenza.

P. El médico es uno de los personajes a quien más le afecta este sentimiento.
R. ¡Claro! El médico siente una especie de angustia, de ansiedad que va en aumento, y que no es más que el sentimiento de culpabilidad. En el libro se descubre a través de la dimensión fantasmagórica de los olores. El olor de hedor que se libera por toda la isla pero que no todos huelen indica que ese olor es un sentimiento que está en sus cabezas.

P. Su novela recuerda a la literatura griega. La simbología, el viaje de Ulises, pero también los personajes arquetípicos, nos habla de la fatalidad. La fatalidad de todo ser humano, que no puede olvidar sus actos como estos personajes no podrán librarse de estos cuerpos a pesar de querer esconderlos.
R. Eso es justo lo que quería. Me pregunto si el sentimiento de vergüenza sobre una falta cometida, de culpabilidad, nos une a nuestra esencia humana o nos aleja de ella. Si no sentimos vergüenza por nada, nos alejamos de nuestra humanidad. Ese sentimiento es diferente en cada ser humano, algunos no lo sienten en absoluto. Vi hace poco un documental sobre antiguos miembros de las SS, unos sentían responsabilidad pero algunos no. Quizá sea eso el principio de la monstruosidad.

P. ¿Piensa usted que los personajes de su novela hubieran podido reaccionar de forma diferente?
R. En realidad no lo sé. Parto siempre en mis novelas de una imagen, en este caso de estos tres cuerpos muertos en la playa, y luego continúo, dejo que la novela me lleve. Nunca sé adónde voy a llegar, y ese es mi gran deseo en la escritura, no saber adónde llegaré. Avanzar con mis personajes. En este caso, me pregunté lo que era un personaje hoy en día, en 2019. Ya no se puede construir un personaje como lo hacía Balzac, por ejemplo. Lo que me interesaba era construir entidades, más que personajes, que encarnaban una función. El maestro representaba el conocimiento, la verdad, la transmisión del saber. El alcalde el mundo político, el médico la función científica, el cura la religión, lo sagrado, la vieja esa sabiduría que tienen las personas mayores. Hago que estas fuerzas actúen juntas en una experiencia que parece más bien química, en la que dispongo ingredientes y observo lo que producen en estos personajes que se oponen. El alcalde debe hacer que su pueblo siga existiendo y que su comunidad no se rompa, lo que condiciona sus decisiones. El maestro está obsesionado por la verdad y está dispuesto a sacrificarlo todo para que se sepa, incluso su vida, sin pensar que la verdad es a veces más desastrosa que las pequeñas mentiras. Jean Renoir lo dice en una película: "Lo malo de este mundo es que cada uno tiene sus razones". En El archipiélago del perro es lo que ocurre.

P. Pero tienen algo de cómico también… ese cura que aparece siempre con abejas a su alrededor.
R. Sí, además me gustan mucho los curas. En casi todas las novelas que escribo hay un cura. De hecho hasta los quince años me sentía muy cercano a ellos, he sido monaguillo. Ahora, aunque me sienta más alejado, es una figura que sigo respetando. De hecho realicé para la cadena Arte un documental sobre lo que es ser cura en una Francia que pierde la fe. En El archipiélago del perro, el sacerdote está perpetuamente en su monte de los olivos dudando. Ha inventado un cierto panteísmo. Dice que si Dios existe, está en las abejas, en la creación de esa miel. La novela debe mucho al cine italiano, en las que había comedia pero también una crítica social. Mi cura es eso, gafas gruesas y amor a las abejas.

P. El azar es también otra de las fatalidades a las que hace referencia su novela. La niña violada decide mentir para hacerle daño a las hijas del maestro, que considera felices.
R. Tiene toda la razón. La vida es una lotería y es un tema que me obsesiona. Cuando uno es creyente, de la religión que sea, puede conformarse con pensar en la vida en el paraíso, pero si uno no cree, la vida no tiene ningún sentido y es de una injusticia absoluta. Esa niña de once años se venga de lo que la hacen padecer. El responsable es el hombre en general. El padre y otro, ¿qué más da? Para ella son iguales. Falta profundizar en lo que dice la niña. Interpretar su discurso y no quedarse en las apariencias. Porque hoy en día nos equivocamos de lucha.