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Letras

Michelle Obama. Mi historia

La autora se revela como una primera dama que no creía que el racismo fuese a diluirse sólo con eslóganes

14 diciembre, 2018 21:46
Michelle Obama

Traducción de Carlos Abreu, E. del Valle, G. Dols y M. Pérez. Plaza & Janés. Barcelona, 2018. 528 páginas. 22,90 €. Ebook: 12,34 €

Para todos los que se lo estén preguntando: no, no se presenta como candidata. En Mi historia, la autobiografía de Michelle Obama (Chicago, 1964), su protagonista pone fin a cualquier especulación so–

bre sus ambiciones políticas. “Nunca he sido amiga de la política”, dice, “y mi experiencia durante los últimos diez años no ha contribuido a hacerme cambiar de opinión”.

Fíjense en que escribe “los últimos diez años”, no los últimos dos. En sus memorias, Obama se revela como una primera dama que creía en su marido, pero no se hacía ilusiones de que el lodo del partidismo y el racismo fuese a disolverse sólo por los optimistas eslóganes de cambio. Un mes después de que comenzase el primer mandato de Obama en 2009, Michelle estaba en la tribuna durante un pleno del Congreso. Desde allí vio a unos republicanos frunciendo el ceño mientras su marido pronunciaba su discurso. “Comprendí que iban a oponerse a todo lo que hiciese Barack, independientemente de que fuese o no bueno para el país”. Y prosigue: “Parecía que lo único que querían era que fracasase”.

Sus palabras podrían sonar a perspicacia a posteriori si no fuesen coherentes con la mujer que ya entonces había demostrado ser: Michelle, una mujer realista, irónica y organizada frente al intelectual e idealista Barack, que en la campaña electoral de 2008 bromeaba sobre lo descuidado que era su marido. En aquella época también hablaba con franqueza sobre los sentimientos que despertaba en ella el entusiasmo de la gente por él y por su mensaje en un país en el que la posibilidad de tener un presidente negro le había parecido inverosímil incluso a ella. “Por primera vez en mi vida adulta”, declaró, “me siento verdaderamente orgullosa de mi país”.

Hija de una familia trabajadora de Chicago, había accedido a las universidades más prestigiosas del país, y ya entonces se comportaba como una “fanática del control” que se tomó su pertenencia a una minoría dentro de Princeton como un “decreto para ser la mejor”. La política, sin embargo, resultó ser una extraña mezcla de pretensiones elitistas y acoso.

El libro se divide en tres capítulos –“Mi historia”, “Nuestra historia” y “La historia continúa”– que suenan a rollo insulso de libro de autoayuda, lo cual no significa que haya que subestimar la utilidad del empoderamiento. Obama hace hincapié en la importancia de los modelos, en especial para las chicas de color en una cultura que no cambia con la suficiente rapidez. El libro, sin embargo, no es todo unicornios y arcoíris.

Michelle Obama recuerda una infancia básicamente feliz. Su padre se dedicaba al mantenimiento de calderas y su madre era ama de casa. Incluso cuando la esclerosis múltiple empezó a deteriorar el organismo de su padre, este insistía en ir a trabajar. La enfermedad enseñó a su hija la necesidad de planificar meticulosamente: “Aprendí que en la vida uno controla lo que puede”, aunque no resulte fácil si tu pareja no es tan metódica.

Michelle Obama se revela como una primera dama que no creía que el racismo fuese a diluirse sólo con eslóganes elegantes

Cuando Michelle Robinson oyó por primera vez a sus compañeros abogados deshacerse en elogios sobre un nuevo miembro en prácticas del bufete llamado Barack Hussein Obama, tuvo sus dudas. “Según mi experiencia, si le pones un traje a cualquier negro medio inteligente, los blancos suelen perder la cabeza”, cuenta. Aparte de tomar nota de su “voz de barítono, profunda y hasta sexi” al teléfono, no le impresionó tanto, sobre todo cuando se presentó su primer día de trabajo con un retraso irritante. “La explosión de deseo, gratitud, plenitud y asombro que me embelesó” llegó después. A pesar de todo, siempre le resultó difícil adaptarse a la impuntualidad de Barack, a su fe en que las cosas se resolverían por sí solas, y a que sus ambiciones dictasen a menudo el rumbo de sus vidas.

Mi historia da a conocer algunos detalles de los que los Obama no habían hablado antes, como los tratamientos de fertilidad a los que recurrieron para concebir a Malia y a Sasha; el aborto que provocó en ella “una punzada de nostalgia seguida por una dolorosa sensación de ineptitud”; la terapia de pareja que salvó su matrimonio cuando a ella le parecía que la carrera política de su marido “iba a acabar arrollando nuestras necesidades”. Obama explica la enorme presión que sentía por ser la única primera dama afroestadounidense en una cultura adicta a la imagen. No podía faltar tampoco alguna mención a sus logros en la Casa Blanca, como sus iniciativas contra la obesidad infantil y en apoyo a los excombatientes.

Con todo, los pasajes en los que la autora intenta entender lo que está presenciando ahora en su país son algunos de los más emotivos, aunque solo sea por el esfuerzo que hace para conciliar el lúcido realismo de su educación con la sofisticada vida que lleva hoy en día. El tiempo que pasó en la Casa Blanca, relata, lo vivió “siendo consciente de que nosotros mismos ya éramos una provocación”. Califica abiertamente al presidente Trump de “matón” y “misógino”, y ve cómo hace todo lo posible para dar marcha atrás al legado de su marido y sustituir “unas políticas compasivas” por lo que parece una crueldad descarada.

“Mi abuelo vivió con el poso amargo de sus sueños frustrados”, rememora. Al igual que muchos afroestadounidenses de su generación, sus aspiraciones malogradas le dejaron “un fondo de resentimiento y desconfianza”. La vida de la ex primera dama ha sido diferente, llena de posibilidades, riqueza y logros. Obama insiste en enumerar las mejoras del país en los ocho años anteriores a 2016, aunque fuesen graduales. “El progreso es lento”, dice a los jóvenes. Según ella, la juventud tiene que apoyarse en “su perseverancia, su independencia y su capacidad de superación”.

A pesar de los intentos de los conservadores hace una década por pintarla como una radical, Obama parece ser en el fondo una centrista moderada y metódica. Como dice en Mi historia, hace tiempo que aprendió a reconocer el “reto universal de armonizar quién eres con de dónde vienes y a dónde quieres ir”.

© The New York Times Book Review