Image: La bufanda roja de Yves Bonnefoy

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Letras

La bufanda roja de Yves Bonnefoy

15 junio, 2018 02:00

Yves Bonnefoy

Aparece al fin en España el testamento literario de Yves Bonnefoy, su autobiografía La bufanda roja (Sexto Piso), que permite conocer mejor a un poeta de culto cuyos versos se aprenden en las escuelas francesas.

No es raro que en las escuelas públicas de Francia los niños reciten versos insustanciales. Aprenden de memoria la burla a un género literario que tuvo gran prestigio en su país. Sólo las palabras de Prévert son una isla de inteligencia en las aulas. Las huellas aún recientes de René Char o Henri Michaux se perciben en los jóvenes autores silenciados por los suplementos culturales de los periódicos. La poesía francesa actual sobrevive escondida entre unos pocos iniciados. Sin embargo, existe una excepción que se menciona en los exámenes de bachillerato: Yves Bonnefoy (Tours, 1923-París, 2016), de obra extensa y variada.

Yves Bonnefoy nace en una familia económicamente modesta. Su padre es obrero en un taller ferroviario; la madre, maestra suplente. La figura paterna, silenciosa, distante, intriga al niño. Éste, para defenderse del mutismo familiar, se refugia en los escasos libros que encuentra. "La infancia no se acaba", afirma el escritor en la vejez. Quizá su frase encierre la perplejidad por la incomunicación padecida. En los años veinte del siglo pasado, Tours, que fue capital del reino de Francia, cuenta con algo menos de ochenta mil habitantes. Sus más de ciento sesenta monumentos históricos y la belleza de los edificios con armazón de madera no alivian la soledad del niño. El poeta vive durante parte de su juventud en una casa semidestruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

Después de estudiar Filosofía, Historia y Matemáticas, Bonnefoy se instala en París. Funda la revista La Révolution la Nuit, donde publica un fragmento de su poema "El Corazón-espacio", y frecuenta a los surrealistas desde 1945 hasta 1947. Pero desconfía de la liberación onírica. La poca experiencia de su juventud no le impide la lucidez. Ya intuye lo que dirá en 2013: "No debemos dejarnos llevar por la embriaguez fácil de la música verbal. El ritmo de las palabras puede ponerse al servicio de la simple elocuencia". Para orientarse en la escritura, durante toda su vida analiza minuciosamente los textos de tres guías: Shakespeare, Baudelaire y Rimbaud. Los menciona con fervor en ensayos, conferencias, entrevistas.

Antes de cumplir sus treinta años, desarrolla una actividad febril. Viaja por Europa, combina los pensamientos de Kierkegaard y Baudelaire en un trabajo académico. En 1953 le publican su primer poemario notable: Del movimiento y de la inmovilidad de Douve. Conoce a la artista estadounidense Lucy Vines, quien se convierte en su esposa y madre de su hija Mathilde (actualmente cineasta célebre). Con carácter solitario, sin participar en polémicas, Yves Bonnefoy lidera la poesía francesa de su generación. Piedra escrita, Allá donde cae la flecha, Principio y fin de la nieve o Las tablas curvas son libros que los jóvenes escritores actuales leen para orientarse literariamente. El autor lo observa todo al lado de unos árboles. El enigma de sus textos se compone de elementos mínimos: bruma, piedras secas, rasguños, lana roja, voces en la proa del mundo. Un ejemplo es la tela transparente del poema "El atavío".

Con solamente veintiún años inicia la edición de sus ensayos. Lo hace con Pinturas murales de la Francia gótica. Luego medita sobre la alianza entre la música y la poesía, las esculturas de Giacometti, el universo intrincado de Paul Celan, las pinturas negras de Goya. En total, más de sesenta trabajos críticos que demuestran su manera sosegada y punzante de observarnos. Paralelamente, Bonnefoy se entrega al oficio de traductor. Sobresalen sus versiones francesas de los sonetos y de una docena de piezas teatrales de Shakespeare. El poeta no los considera trabajos menores. Declara: "Siempre quise hacer de la traducción de poesía una actividad estrechamente complementaria a la escritura poética propia".

Varios de los últimos libros de Yves Bonnefoy (La larga cadena del ancla, La hora presente, La bufanda roja) transmiten una energía inesperada. Nonagenario, el poeta ensalza su vida que se va apagando. La retiene con preguntas, evocaciones de artistas e imágenes de niños que suben por pendientes abruptas. Personas estremecidas y un perro envenenado se sitúan entre figuras mitológicas. Adán y Eva desfilan ante un espejo. Sin amargura, el canto de Bonnefoy se llena de muerte. Los periodistas que dialogan con el escritor en sus años finales coinciden en retratarlo como hombre pleno de fuerza. Al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, opina con acidez que los programas educativos sustituyen la experiencia poética directa por la explicación del poema.

Bien traducido por el poeta mexicano Ernesto Kavi, el libro La bufanda roja es publicado ahora en España por Sexto Piso. La memoria es el ingrediente principal de la obra. Cincuenta y un años transcurren entre la escritura del primer centenar de versos y su desarrollo posterior. Un viejo mueble de madera, fabricado por el abuelo materno del autor, contenía las líneas iniciales del texto. Yves Bonnefoy no cambia ninguna de aquellas palabras; considera que son la creación de uno de sus habitantes olvidados. Experimenta fascinación y hostilidad cuando recuerda la visita de un hombre viejo o la silueta de un joven inclinado en el vano de una ventana. Los padres del escritor, Élie y Hélène, ocupan un lugar preeminente en medio de reflexiones artísticas, semblanzas y sueños descritos en prosa.

@FJIrazoki

Fragmento

Y el combate continuará sin fin,
Los dos guerreros pisan la tierra,
Buscan sus cuellos con la espada.
Su sangre corre en la hierba, la noche cae.
Ahora están de rodillas, se agarran,
¡Ah, mi hermano! ¿Por qué?
Se derrumba uno contra el otro, uno
sobre el otro,
El mismo metal los ha penetrado.