Image: Fútbol, el verdadero esperanto de nuestro tiempo

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Fútbol, el verdadero esperanto de nuestro tiempo

Toni Padilla publica Atlas de una pasión esférica, 34 relatos que conectan el deporte rey con acontecimientos históricos como la I Guerra Mundial, la Guerra Civil, el conflicto de los Balcanes, la dictadura argentina...

11 enero, 2018 01:00

Pep Boatella ilustra los relatos de Toni Padilla.

El fútbol es el verdadero esperanto del planeta: el lenguaje que todo quisque habla y entiende. Lo es desde hace décadas. Buena prueba es el salvoconducto que Manu Leguineche utilizaba para para atravesar fronteras en la vuelta al mundo en coche que emprendió en 1965 y que narró en El camino más corto, reeditado recientemente por Ediciones B. El maestro de reporteros decía, cuando le preguntaban por su profesión, que era jugador del Real Madrid, compañero de los míticos Di Stefano y Gento, y los recelos de funcionarios y soldados se disipaban ipso facto. La proyección global se consolidó a principios de los 90. La ley Bosman convirtió los vestuarios de los clubes europeos en un entorno cosmopolita, donde convergían jugadores de las procedencias más dispares. Razas, lenguas y culturas diversas agrupadas bajo un mismo escudo, adorado, a su vez, por miles y miles de seguidores de todos los rincones del orbe. De esa 'Internacional Balompédica' da cuenta el Atlas de una pasión esférica (Geoplaneta), 34 historias escritas por el periodista Toni Padilla e ilustradas por Pep Boatella que abarcan África, América, Europa, Oceanía, Asia y, alucinen, la Antártida.

Los relatos, basados en hechos reales, están hilvanados por una serie de rasgos comunes. Casi su totalidad se desarrolla en un trasfondo historiográfico significativo. Es algo deliberado: un intento de Padilla, jefe de deportes del diario Ara, de subsanar lo que percibe como una carencia. "Durante mis años en la facultad de Historia, descubrí tratados en que la música, el arte o, cómo no, la religión y la política, eran usados para interpretar acontecimientos históricos. Con el fútbol no sucedía lo mismo, aunque, cuando rascabas un poco, descubrías que una pelota fue clave en las treguas de la Primera Guerra Mundial, volvió aún más loco a un dictador africano o provocó la muerte de muchas personas".

En 1967 la selección australiana se enfrentó a Vietnam, en plena guerra. A la derecha, Stalin, cuya maquinaria represiva era un constante peligro para los jugadores de la liga soviética

En efecto. En la Navidad de 1914, los bandos enfrentados decidieron concederse una tregua para poder festejar con un mínimo de tranquilidad unas fechas tan señaladas. En el embarrado frente de Bélgica aparecieron por arte de biribirloque balones por todas partes y los jóvenes de ambos bandos, que pocas horas antes se ametrallaban sin piedad, no pudieron sustraerse a un estímulo tan apetitoso. En cuestión de minutos, empezaron a disputarse varios partidos improvisados por los contendientes. Pero la alegría duró poco. "Cuando se enteraron los generales, cómodos en sus palacios, advirtieron que cualquier acto amistoso con el enemigo sería considerado traición y los acusados", cuenta Padilla. De la anécdota quedó constancia en alguna de las cartas que mandaron los soldados y que escaparon a las purgas de sus censores.

Lo de los dictadores africanos enloquecidos por el balón lo dice por Mobutu Sese Seko, que tiranizó el Zaire (nombre que le dio al país en detrimento de Congo, demasiado occidental) entre 1965 y 1997. Su selección fue la primera del África negra en clasificarse en una fase final del Mundial, la de Alemania en 1974. Tuvieron mala suerte y les tocó un grupo muy duro: cayeron con Escocia (2-0), fueron vapuleados por Yugoslavia (9-0) y en el tercer partido les esperaba nada menos que la vigente campeona, Brasil. El sátrapa, endemoniado por las derrotas, amenazó a sus jugadores: si os caen más de tres, mejor no volváis a casa. El miedo surtió efecto pero originó también escenas surrealistas. En los últimos minutos, con el marcador 0-3 en contra, los jugadores de Zaire pateaban las faltas que debían botar los brasileños. Era una estrategia para que corriese la aguja y salir indemnes de aquella encerrona, aunque aquellos pobres muchachos pasaron a ser para la opinión pública unos espontáneos del balompié que no sabían las reglas básicas del reglamento.

Como ejemplo de partidos que han originado muertes sin duda el más conocido es aquel Salvador-Honduras de 1969. Un encuentro que desencadenó una guerra entre ambos países centroafricanos. Así ha quedado grabado en nuestra memoria colectiva gracias a la magistral crónica de Ryszard Kapuscinski, La guerra del fútbol. Aunque, como matiza Padilla en el prólogo de su atlas, aquel enfrentamiento sólo fue la espita por la que salió, quemando, toda la tensión acumulada desde hacía años entre ambos contendientes a cuento de piques fronterizos y migratorios. Padilla aporta más historias con siniestros desenlaces. Como la del denominado 'partido de la muerte', estilizado por la propaganda stalinista como un ejemplo de dignidad y resistencia frente a la invasión nazi. Según la versión oficial, los jugadores del FC Start, comunistas convencidos, no se dejaron vencer por el Flakelf, compuesto miembros de la Luftwaffe destinados en Ucrania, a pesar de las amenazas de los jerarcas nazis: si se les ocurría batir a sus muchachos, serían ejecutados. La trastienda de aquel capítulo parece más compleja. Quizá la convicción roja de los futbolistas del Start no era tan nítida. De hecho, algunos fueron liquidados después de terminada la II Guerra Mundial por la maquinaria represiva soviética. Algo que se ocultó pero que el único superviviente que quedaba cuando cayó la Unión Soviética, el extremo Goncharenko, ya triturado por el alcohol, aireaba en los bares de Kiev.

Bob Marley fue un apasionado del fútbol. A la derecha, el Papa Paok, parráco fanático del club de Salónica

Otras narraciones marcadas por conflictos bélicos tienen finales más felices. Ahí están los futbolistas republicanos exiliados que fundaron en México el CD Euzkadi en la temporada 38/39. Se sumaron así a clubes como el Asturias y el España, alumbrados estos dos por inmigrantes españoles llegados a principios del siglo XX. Los tres campearon en la liga azteca entre 1939 y 1945, para indignación de los aficionados locales. Cuando se encendían los ánimos, podía escucharse gritos incendiarios como '¡mueran los gachupines! Su hegemonía se agrietó con la marcha del poder de Lázaro Cárdenas, el presidente que promovió la política de acogida de los 'trasterrados' españoles. Y, además, Franco pidió al Asturias y al España que boicotearan la competición mexicana retirándose. Una medida coherente con la por entonces total ausencia de fluidez diplomática entre ambos países.

Otro happy end en medio del desastre es el de la escuela de fútbol Bubamara ideada por el centrocampista del FK Sarajevo Pedrag Pasic durante el asedio de la capital bosnia, en la que, capeando los bombardeos, se formaron muchachos musulmanes, ortodoxos y católicos. En su seno no se hacían las discriminaciones que estaban desangrando Yugoslavia. La iniciativa fue un éxito. El riesgo que suponía acudir al campo de entrenamiento hacía presagiar que serían pocos los valientes que acudieran a diario. Pero al final fueron cientos. Y de ese vivero salieron futbolistas como la gran figura de la selección bosnia, Edin Dzeko, actual delantero de la Roma.

La mirada romántica también subyace en muchos de los relatos. Es una perspectiva que va contra el signo de los tiempos, con el deporte rey fagocitado por un entramado de intereses financieros que están alterando (¿pervirtiendo?) sus viejos valores. Hace nada decía Enrique Cerezo, presidente del Atleti, que toca olvidarse de los sentimientos, que el fútbol, nos guste o no, es un negocio. Es precisamente a lo que se han negado miles de forofos del San Lorenzo de Almagro, privados en 1981 de su viejo estadio histórico, el Gasómetro, en el barrio bonaerense de Boedo. La operación fue una sucia jugada especulativa con los milicos de por medio. En su solar, se construyó un Carrefour. Los sanlorencistas lo han boicoteado sistemáticamente. "¡No compren allí, carajo!", gritaban a los clientes que se acercaban al supermercado. Primero fueron uno pocos los que empezaron a manifestarse para reclamar la vuelta a Boedo. Luego acabaron copando la emblemática Plaza de Mayo, con el apoyo del Papa Francisco, uno de los fans del popular club argentino. Al final, gracias a la presión de esas decenas de miles de románticos, han logrado un acuerdo con la firma gala y la administración local para la restitución del predio de su santuario original. El sentimiento se impuso a los intereses urbanísticos. La pasión esférica global, por suerte, todavía emite señales de resistencia local.

@albertoojeda77